lunes, 16 de julio de 2012

Desfavorable encantamiento del regreso


¿Y  ahora?  ¿Qué soy? ¿Qué eres? La iridiscente
pesadilla del hermoso infierno
inflamó la cicatriz. La luz amada y temida
floreció en el relámpago. Desnudo estamos
ante el universo crecido y hemos madurado antes de tiempo.
¿Qué es ese ojo que llaman sol? Creo en una bebida
de olvidado sabor en los huesos. Así se lustran la lengua
los que vuelven. Los que destapan el lecho donde durmió el
  cuerpo encantado por indescifrables artificios.
Di tú que sabes de artes comunicantes, fiel a tus amigos
  ventrílocuos y a magos amantes de rosas cultivadas en el
  jardín de las levitaciones,
Di tú, mujer y fidelidad –lo difícil–, grano dorado y estrella de
  corazón abierto,
¿Nos recibe el universo o nos rechaza? ¿Tienen alguna puerta las
  murallas que nos esperan?
Tú sabes, soy el escorpión de la duda y apenas si algo aprendí en
  La flagelante academia de las llamas.
Mi corazón estuvo vacío y tú eras la fabulosa leyenda de la haz
  Flotando sobre las aguas, la creación urdida, amada por mí en
  esa profundidad sin nombre.
Tú, fidelidad. Yo, escorpión. El signo está en las líneas centrales
  de mis manos y también en mi nombre.
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Era bello el infierno en la metamorfosis.
¿Entiendes? Animales y pájaros convertidos en países, en
  ciudades, en lenguajes.
La tempestad de cabellos plomizos no envejecía en los espejos,
Jóvenes huracanes se abrían en el cielo de la lengua
Entre tú y yo y esas llamas que me lamían desde lejos.
No cuchillos calientes sino tierna belladona
O miel en metamorfosis en varias clepsidras.
“El tiempo, tu tiempo”, decía el coro
                                                           Mientras
Tú que eras la inmensidad perdida entrabas
En frías mansiones por escalas líquidas,
Tal vez en el agua de la muerte en la ausencia.
Desposada entre hachas ardientes,
Con mi corazón puesto en el dedo como un anillo.
Sola, estrella perseguida por pájaros en invierno.
Y yo en la luminosidad para ciegos
                                                           Más solo
Que el dios dormido entre helechos sonrientes.                                  

Rosamel del Valle