Me baso nuevamente en el mito para
corresponder al lector y al enemigo de mi clase; me baso en el mito para
constituir un elemento dentro del poema en sí mismo. Si el poema es mito,
perdura no sólo en el imaginario individual del poeta si no en su misterio
mismo dentro de lo colectivo. Si el poema toma el mito y lo reinventa en
definitiva lo maltrata en sus tiempos y en la historia; esguinzarlo quizá sea
el debido intento en la poesía si ella nace del oficio. Torcerlo sin ignorar la
naturaleza particular de cada mito y sus nociones de detener la emoción humana.
Y aquí, he querido tomar el mito en su esencia colectiva y personal.
Corría la estación violenta del año 1997
cuando cayó a mis manos, por mera especulación de la naturaleza lectora y de la
voracidad de “leerlo todo” –a los veintiún años uno pretende saber más de lo que
habla, por cierto- un libro muy breve, en certeza un poema. Su autor no era
menos extraño aunque a la par animador de la poesía chilena de mediados de
siglo XX. El opúsculo se intitulaba “Poema del Verano” y su iluminado autor (iluminado
por la claridad de los versos allí expuestos) era Juan de Luigi, académico y crítico
literario de esos tiempos y que sumaba a ese fantasmal oficio, el defecto de la
ceguera. Peleas más o peleas menos entre los “grandes” de ese tiempo, entre la canalla
literaria chilena, era el “Poema del Verano” un auténtico hallazgo por dos
motivos, diametralmente distintos el uno del otro.
El libro, una plaquette en estricto
rigor, aparecía prologada por Pablo Neruda. Primera pista del misterio, pues
conocido fue el panegirismo “rokhiano” (por Pablo de Rokha) que Juan de Luigi
profesó durante años y años, sosteniendo no sin menos conflictos, que el amigo
“Piedra” era por lejos, el “mejor y más grande poeta que había parido Chile” y
que debía darse por cerrada la tradición poética chilena con el aedo de Licantén.(*)
Pero allí, en la primera hoja del “Poema del Verano”, el firmante era Neruda, incluso
los imprenteros de aquel brillante tiempo mecanografiaron su autógrafo tal
cual. La edición de la obra era de 1970, es decir, dos años después de la
desaparición de Pablo de Rokha. El misterio sigue intacto pues datos por aquí y
por allá, el “Poema del Verano” es una obra espectral en el ambiente de las
letras. No he podido hacerme de la explicación posible a la encrucijada a 10
años de haberlo encontrado. Pero adivino y especulo que Juan de Luigi era un
practicante de ese tan famoso deporte nacional chileno denominado “chaqueteo”.
Más que ciego, De Luigi veía bajo el agua…
El segundo motivo, que a mi juicio es el
más valedero y que se impone por sobre el anterior es el poético. El “Poema del
verano” es una obra lírica irrefutable por donde se la mire y se la lea. Una
obra conceptual urdida de principio a fin en el hilo de la tradición clásica
del poema, es decir, la perfección fuera de la forma, en el espíritu mismo de
lo que anima el poema. Desfilan allí los colores del verano, vívidos y
deliciosos, purificados por lo tangencial del poder estético del escritor. Juan
de Luigi es un poeta sin dubitativos comentarios. Y su ceguera se hace más a la
vera del camino si quien se enfrenta al “Poema del Verano” puede tomar la
tierra del estío y ponerla en su cara.
Motivo aparte es lo que hago ahora. Si
me he referido al “Poema del Verano” como una obra clara y digna del mito es
porque el poema que escribo a continuación, no se basa en él, ni pretende
perecérsele. Es imposible. Sólo lo hago ya que en lo que a continuación se lee,
aparece un elemento de la tradición clásica que ya Juan de Luigi utilizó en la
obra nombrada y que es la figura del sátiro, el “Caprípede” (que tiene los pies
o las extremidades de cabro). Yo le sumo aquí el “Théos”, dios en griego. Y
cito al fauno o al sátiro como elemento benévolo, pero odiado por su aspecto
mitad hombre, mitad macho cabrío con los cuernecillos que asoman de su frente,
bípedo
pero de caminar raro y deforme, que
según los griegos vivía oculto en los bosques silbando su flauta y enamorando
con sus notas a las doncellas; estas, al embriagarse de la música, enamorábanse
del sátiro ignorando su fealdad y aspecto horroroso. Sátiros famosos en la
tradición clásica fueron Sileno quien crió a Dionsysos y por otra parte el
sátiro Pan que conquistaba con su
flauta (denominada “siringa”) a las
ninfas. Tal es la naturaleza de este poema que debe ser
concebido como un mito torcido. El
sátiro que aquí presento sigue llorando cual Orfeo y determina su llanto emancipador
de emoción vigilando panóptico su razón, augurando nuevos juegos y libando el
vino masivo del delirio. Mi manifestación sincera no es otra, como anuncié, no
crear un nuevo mito. Eso es imposible dado los tiempos y plazos que corren,
totalmente anti míticos por antonomasia. Y para ti, dadora y creadora del mito,
virgen maltrecha y horrenda, amasijo de perdición mía, nuevo elemento que cae
por los acantilados de mis ciudades favoritas, para ti, para tu forma y para tu
arma que son las edades, vayan estos versos caracterizados en su interior por
el látigo desenfrenado de una pasión antigua, de una pasión muerta, de esa que asombra
al espíritu errabundo en cada día que pasa… cruel delicia, dulce capullo del
que me envuelves.
(*)
Según León Felipe, -uno de los máximos exponentes de la poesía hispana-, Pablo
de Rokha sería el más grande poeta contemporáneo de habla castellana.
Eduardo Leyton
Del "Caronte"