( Novela en proceso, fragmentos)
Desde el ojo, perversa convulsiona la
imagen del arquetipo, opuesta al daño y contrapuesto sus deseos, él arranca con
violencia el sujetador y bebe del contenido su fragancia. La mujer se
desmorona. Caen ambos sobre el embaldosado negro.
Él aprieta sus caderas contra los
hombros y con los dientes arranca el pequeño encaje. Enroscada su lengua tarda
los agitados movimientos y hace abundante, justo allí, la fluida nariz y la
boca sobre los párpados. La pupila intacta sobre el cierre eclair ebulle y
agita el movimiento de los peces. Una brisa de mar parpadea, una vez abierto el
sexo su fragancia. Entumecidos de vencer el pulso encabritados, nos vamos
haciendo cuenca, pedazo de párpado henchido.
Él la toma entre su brazos enclavando
especias sobre ese torso que es tan nuestro y somete la delicada forma,
mordiendo casi por devorar el bocado delicioso, jugoso el fruto del llanto
salado y de brisa descompuesta. La mujer, deja caer su cabeza hacia atrás.
Ella no opone resistencia. Entra, sale
la lengua al cántaro, cuando toda ella expande sus pociones de magia. Carnívora
recupera fuerzas y como un insecto lo atrapa, vacía contra forma de un manantial
que no resiste su hermetismo y es él quien a la vez huye y abatido cae, cuando
su bestia arremete con fuerza.
Sobre la mesa, el par de especias
perfumadas, frente a la pantalla, la gran madre vigorosa, toda ella replegada
de puntas, la mujer se desliza y arranca sus prendas inferiores. Él, lloriquea
a pedacitos sangrando boca abajo cuando se erecta de pliegues. Sus dientes
blancos brillan hasta aturdir. Su boca lame la sangre a pequeños sorbos y rompe
más debajo de la piel.
Frente al cuerpo derrumbado la mujer no
contiene su vulgaridad. Enteramente expuesto él cae de rodillas. Ambos lloran.
Expandidas sus musculaturas como animales de cualquier especie, abiertos sus
tejidos laten y envueltos gimen rozándose las partes.
Esta noche, tan noche, y en este olor
húmedo y sin desórdenes, él aja la piel del vestido, aja los últimos pedazos de
la tela. Ella no se defiende cuando muchos de esos hombres tiñen sus
musculaturas de dorados ungüentos y ellas, muchas a la vez que una, se
enjambran en los sonidos de alcoba.
Como amantes jalan agitando sus
imágenes furiosas entre los dedos, como si fuesen simple pluma de pájaros.
Hasta que finalmente desaparecen los gemidos, el sudor empaña el vidrio y gotas
frías resbalan sobre la superficie.
Puedo distinguir sus cuerpos forzados a
una estética asfixiante, despojados de particularidades específicas van
perdiendo sus condiciones indispensables, sus inigualables materias. Nada más
exquisito que verlos pasear en estado de alerta, imaginarlos de varias formas.
Extendido, abiertos, zigzagueantes y medio vueltos hacia atrás, escondiendo más
de algún secreto entre los pliegues de un vestido que se aprieta o dibujar
espuma con las manos. La mayor parte de las veces se pasean en manadas,
oscilantes van y vienen por los bordes, zarandeando con orgullo sus grandes
plumas. De goces arden simultáneamente entre los enjambres, algunos se
revuelcan, otros palpitan su desesperación.
-No hay tiempo. Dicen.
Eugenia Prado Bassi