miércoles, 4 de abril de 2012

Hora de cambio

    A la hora en que los pájaros se devoran las lilas, anhelo sentir tus pisadas, leves, graciosas pisadas de garza boreal, marcarse según tus sandalias hechas de linos sobre las transparentes arenas, que te anunciarían con su música de cabellera de las ondinas, en el mismo instante que en la selva resuena el tam-tam del gong. Y en que los siervos podrían servirnos de espléndidas presas de caza. Ningún hallazgo más, ni uno otro y el milagro sería completo. Porque capturar la melodía de la tarde en la hoja de bambú golpeada por el viento ¿significaría acaso, ver temblar en tus ojos el oasis prometido, el cisne segador surgiendo de las ondas?
    De todo ésto puedes deducir que yo marcho entre los buscadores de perlas preciosas, aunque sólo deseo un talismán prodigioso, que me indique tu avance por la playa bruñida de una misteriosa vegetación coral, tan plena de secretos como el de la más reciente ciudad de obreros y artesanos en busca de la magia.
    No menos que a la caída del abanico de sombras de tus pestañas sobre el cesto de peces y frutas, que guardan los signos de la última estación.
    He aquí ya el tapiz que ofrezco a tu asombro, sembrado por las semillas de la redención en los sueños. Allí, sólo allí podrías unirte a mí y ebrios más tarde de cantos marinos, cuyas sonoras reminiscencias vikingas nos disminuyen el eco de las olas al romperse en las rocas, iniciamos el viaje con la tribu de soñadores, de adoradores de la noche.
    ¿Hacia dónde? ¿Quién podría decirlo?
    ¿Podrías tú, tú misma, tú! bebedora de las azules emanaciones salinas, adivinar adonde nos llevaría nuestro común anhelo de infinito?
    Que el remero tatuado separe con sus manos las dificultades marítimas para que nuestra barca desafíe a la muerte.
    Cubre tus hombros con este ramo de rumorosos tulipanes, signos de la noche y del sueño, inclínate sobre las mallas aceradas que recogerán los secretos del océano.
    Tal vez, entonces, aparición misteriosa y desvelada, si pudieras comprender que mi amor es sólo el rito de un adorable crimen, saludarías los trofeos de la victoria al comienzo de la maravillosa aventura.
    ¡Oh, esfinge del silencio, sacudida de pequeños temblores como una flor de malva todavía acariciada por la tenue lluvia, es recién ahora, que prisionero de la red luminosa, conjurador del doble encantamiento, presiento tu avance −a la hora en que las lilas se devoran a los pájaros− entre las visiones que mi lámpara reproduce de mi sueño!

Carlos de Rokha
de Los Arcos Trémulos