miércoles, 4 de abril de 2012

Baudelaire [Fragmento]

Esa ciudad está al borde del agua; dicen que está edificada en mármol y que el pueblo tiene tal odio al vegetal, que arranca todos los árboles. He aquí un paisaje a mi gusto: un paisaje hecho con luz y mineral, y líquido para reflejarlos.
George Blin dice muy bien que Baudelaire "teme a la Naturaleza como depósito de esplendor y de fecundidad y la sustituye por el mundo de su imaginación: universo metálico, es decir, fríamente estéril y luminoso".
 Es que el metal, y de un modo genérico, el mineral, le devuelven la imagen del espíritu. Como consecuencia de los límites de nuestra capacidad imaginativa, todo los que, para oponer el espíritu a la vida y al cuerpo, han llegado a formarse una imagen no biológica de él, necesariamente han recurrido al reino de lo inanimado: luz, frío, transparencia, esterilidad. Así como Baudelaire encuentra en las "bestias inmundas" sus malos pensamientos realizados y objetivados, el metal más brillante, el más pulido, el más difícil de asir, el acero, le aparecerá siempre la objetivación exacta de su pensamiento en general. Si siente ternura hacia el mar, es por ser éste un mineral móvil. Brillante, inaccesible y frío, con ese movimiento puro y como inmaterial, esas formas que se suceden, ese cambio sin nada que cambie y, a veces, con esa transparencia, ofrece la mejor imagen del espíritu, es el espíritu. De este modo, por odio a la vida, Baudelaire llega a elegir en la materialización pura símbolos de lo inmaterial.
 Sobre todo, le horroriza sentir en sí mismo esa enorme fecundidad blanda. Sin embargo, ahí está la naturaleza, ahí están las necesidades que lo ¨obligan¨ a saciarlas. Basta releer el texto que citábamos más arriba para ver que ante todo detesta esa violencia. Una joven rusa tomaba excitantes cuando tenías ganas de dormir; no podía tolerar dejarse invadir por esa solicitación solapada e irresistible, hundirse de golpe en el sueño, no ser ya sino una bestia que duerme. Tal es Baudelaire: cuando siente subir en él la naturaleza, la naturaleza de todo el mundo, como una inundación, se crispa y se pone rígido, mantiene la cabeza fuera del agua. Esa gran ola cenagosa es la vulgaridad misma: Baudelaire se irrita al sentir en sí esas ondas viscosas que tan poco se parecen a las sutiles disposiciones con que sueña; le irrita sobre todo sentir que esa fuerza irresistible y dulzona quiere doblegarlo a "hacer como todo el mundo". Pues la naturaleza en nosotros es lo opuesto a lo raro y a lo exquisito, es todo el mundo. Comer como todo el mundo, dormir como todo el mundo: ¡qué insensatez! Cada uno de nosotros elige en sí mismo, entre sus componentes, aquellos de los cuales dirá: soy yo. Los otros los ignora. Baudelaire eligió no ser naturaleza, ser esa negación perpetua y crispada de su "naturalidad", esa cabeza que se yergue fuera del agua y que mira subir la ola con una mezcla de desdén y de espanto.             

Jean-Paul Sartre