domingo, 18 de septiembre de 2011

El durmiente del valle

Es un hoyo de verdor donde canta un río
enganchando locamente a las hierbas harapos
de plata; donde el sol, de la altiva montaña,
luce: es un pequeño valle que espuma de rayos.

Un joven soldado, boca abierta, cabeza desnuda,
y la nuca bañándose en el fresco berro azul,
duerme; está estirado en la hierba, bajo la nube,
pálido en su lecho verde donde la luz llueve.

Los pies en los gladiolos, duerme. Sonriendo como
sonreiría un muchacho enfermo, echa un sueño:
Naturaleza, acúnalo cálidamente: tiene frío.

Los perfumes no hacen estremecer su nariz;
Duerme al sol, la mano en el pecho tranquilo.
Hay dos agujeros rojos al lado derecho.
Arthur Rimbaud

sábado, 17 de septiembre de 2011

El Barón dice estas cosas


Envuelto en un abrigo viviente de ostras que tienen pelaje, el Barón cabalga sobre su veloz Arn. El Arn es como una tortuga aerodinámica con un caparazón de ligero metal flexible que sirve como medio de locomoción y también como arma. Sus garras son afiladas como cuchillas y pueden acertar a dos metros con una cabeza en forma de bala para embestir o acuchillar. En este remoto satélite de la Estrella Perro, la lucha con Arn es un arte apreciado. El abrigo marca amorosamente la forma esbelta del Barón, la estrecha cintura, los llamativos glúteos, los muslos poderosos. Sobre el cuello se asienta una mandíbula ancha. El Barón se inclina hacia delante, con las rodillas dobladas como un esquiador, sus largos dientes afilados resplandeciendo en la helada luz estelar. Sus ojos son como negros ópalos. Lleva un tocado de mimbre del que sobresale la cabeza en forma de capucha de una cobra que escupe. Otea el sendero con un rayo láser azul que sale de su tercer ojo.
Se acerca la larga noche y debe encontrar una vaina para el Sueño Ordenado. Ha recogido una vaina pero hay algo que no está bien, algún peligro escondido. Está justo al lado del camino. Conduce a su Arn a un jardín y una Verdura se adelanta para acostar a su Arn y poner el abrigo en una solución nutritiva. Se quita el tocado y se lo pasa a la Verdura, acariciando al reptil, que emite un silbido servil, frotando su verde cabeza peluda contra la mano del Barón. La Verdura se inclina hacia delante para coger el tocado, su aliento pesado y rancio como la exhalación de un invernadero en el aire helado.
—Tenga cuidado, señor.
Conforme el Barón se mete desnudo a través de un diafragma a un lado de la vaina, el adherente pasadizo mucilaginoso frota y excita sus genitales. En el satélite Fenec, el pene no se limita a una función sexual, sino que sirve como un medio general de comunicación social. Entrar en una vaina pública sin una erección es un acto de total agresión, como entrar con un perro gruñidor.
Cuando logra pasar a la suave luz rosa de la vaina sus reflejos de relámpago ya están activados antes de oír a las voces extranjeras gritar:
—¿Qué coño estás haciendo delante de personas decentes?
Levanta un escudo protector, desviando proyectiles de primitivas armas que explosionan mientras corta a sus asaltantes en fragmentos humeantes con su ojo láser. Mira a las insignias y las armas... Los C.B.... Cinturones Bíblicos, Bárbaros del Planeta Tierra. Las formas pensadas que durante un momento habían sido sólidas se desvanecen. El Barón se arroja de forma petulante sobre el suelo acolchado de la vaina.
—Gentes de tan grande estupidez y modales tan bárbaros... ¡Intolerable!
Hay que encontrar una solución total al problema de los C.B. Hay que llevar la guerra al Planeta Tierra. Sabe que los C.B. son una minoría y encontrará muchos aliados potenciales. Hay que contactar con los aliados y organizarlos. Un plan se forma en su imaginación. En respuesta a su perentoria erección la Verdura aparece con un vaso de Schmun.
—Perdone, señor. No estoy equipado para tales encuentros.
El Barón bebe a sorbos su Schmun, mirando especulativamente a la joven Verdura. Estas criaturas inhalan dióxido de carbono y exhalan oxígeno por los poros de la piel.
—Quiero dormir contigo.
La joven Verdura se ruboriza de placer poniéndose de color verde brillante.
—Sí, señor, desde luego.
Durante los tres meses de la larga noche se acurrucarán en la diminuta vaina en una soñadora simbiosis.
El Barón se estira, respira profundamente el cálido olor malsano a montón de abono y se desliza fuera de la vaina. Ya es primavera. Ha llegado del momento de continuar su viaje hacia la Ciudad Verano. La Verdura corre a prepararle una comida de huevos de combustible. Los huevos los ponen reptiles radiactivos que habitan en las regiones más frías del planeta en una zona de oscuridad total. Los huevos brillan con un suave fuego azul mientras el Barón disfruta del dulce sabor metálico a huevos y nueces. Tras una más con su Verdura ata a sus Arns de verano y se pone su tocado de cobra. El reptil está hinchado de veneno. El Barón no va a necesitar su abrigo porque ésta es la estación de la desnudez.
El huevo de combustible está empezando a hacer efecto y el Barón se ata un escudo de pene conectado a un surtidor sobre el ano. Los primeros chorros sueltos pronto se convierten en una llama azul estable que le lleva a una velocidad de treinta millas por hora. De repente se encuentra rodeado por una multitud de C.B. frenéticos, algunos con cuerdas y muchos con las primitivas pistolas de proyectiles. Despreciando el uso de su ojo láser, les obliga a participar en una clásica lucha con Arn, volando en círculos, lanzando coces lateralmente con su Arn mientras las cabezas fustigan como látigos cargados y su cobra arroja veneno en todas direcciones. Una gota del tamaño de un alfilerazo sobre la piel provocará la muerte en pocos segundos. El pelotón de C.B. es una masa de entrañas humeantes, sangre, sesos y huesos astillados que ya se desvanece en la nada.
Llega al Lago Verano y ahora los Arns extienden sus alas retráctiles mientras él pone el chorro a toda potencia y vuela a ras del agua como un aerodeslizador. Echa lo que queda de combustible por el culo mientras se desliza hacia el muelle.
La Ciudad Verano baja en pendiente hasta el lago y se derrama en el agua en un laberinto de muelles y pasarelas y casas flotantes en forma de disco. El Barón comprueba la tira del chorro y suelta a los Arns para que se entretengan en el agua. El prolongado sueño y los huevos de combustible han hecho que tenga calor. Puede notar un sabor a metal dulce en la boca y el culo le arde con un fuego suave. Al pie del muelle encuentra a un grupo de cargadores de Sloane con piel roja y brillantes ojos azules. Flexionan sus enormes músculos y muestran los dientes en señal de saludo e invitación...
—HI HI HI HI HI HI HI HI.
El Barón se siente tentado, pero sabe que los cadetes han llegado desde el Planeta Tierra y debe ocuparse de su entrenamiento sin demora.
En el puerto tropieza con dos chicos que deben de ser del Planeta Tierra. Van paseando con sus blancos uniformes navales. Uno es pelirrojo, el otro tiene el pelo muy rizado y la piel amarilla-marrón.
—¿Sois los cadetes del Planeta Tierra?
—Sí. Este lugar es bonito, pero ¿dónde están las mujeres?
—¿Mujeres? ¿Qué es eso?
—Pues eso. MUJERES—. El chico hace un gesto en el aire.
El Barón comprende y se transforma en una mujer desnuda con largos cabellos rojos, la piel del blanco de una perla, estremeciéndose suavemente con luces ondulantes.
—¡OHHHH!
Conduce a los chicos a una vaina de sexo y les satisface a los dos tres veces. En el curso de este encuentro aprende mucho sobre las condiciones existentes en el Planeta Tierra. Los C.B. están completamente poseídos por un virus venusino. Toda la religión cristiana, católica y protestante, es una estratagema venusina.
Más tarde se dirige a los quince cadetes. Para que se encuentren cómodos adopta el estilo del Viejo Sargento:
—Vale, bromistas, estáis aquí para aprender y que sea deprisa. Vuestro planeta está infestado por los muertos vivientes controlados por un virus venusino. Os voy a enseñar cómo reconocer estos cuerpos controlados por los virus. Muchos de ellos son cristianos. De hecho, el cristianismo es el veneno espiritual más virulento jamás administrado a un planeta tendente al desastre.
—¿Quiere usted decir, Sargento, que la mayoría de los problemas de la Tierra están causados por venusinos en cuerpos humanos?
—Ahora empiezas a entender.
—¿No sería buena idea matar a esos mamones?
—Cada vez entiendes más. Estáis aquí para aprender la teoría y la práctica del Mierdicidio. Los chicos os organizaréis en tropas para la Matanza de los Mierdas... las M.M., con dos cobras fosforescentes que escupen en las solapas...
–—Masacrar a los mierdas del mundo. Ellos envenenan el aire que respiráis.
—Pero, Señor, ¿no son los C.B. y sus equivalentes en otros países la clase media hipócrita e ignorante, fundamentalmente asustada, nada más que primos y lacayos de los verdaderamente ricos y de los políticos, explotados para obtener votos y trabajo y el consumo de los bienes de consumo mientras que sirven al mismo tiempo de convenientes perros guardianes para proteger la situación que beneficia a los muy ricos?
—Sí, pero siguen siendo portadores del virus. ¿Cómo se controla la fiebre amarilla? Primero hay que matar a los mosquitos, ¿verdad? Ahora bien, algunos portadores son más potentes que otros. Mirad a Jesucristo, por el amor de Dios. Como parte integral del Programa de Mierdicidio, los portadores maestros serán localizados y asesinados... Vosotros y los reclutas que os sigan habéis sido elegidos para formar la elite, los cerebros de las gloriosas M.M.                                                                                                                

William Burroughs

viernes, 16 de septiembre de 2011

Cabeza de fauno


En el follaje, estuche verde moteado de oro,
en el follaje incierto y florido
de flores espléndidas donde el beso duerme,
vivo y aplastante el exquisito bordado.

Un fauno asustado muestra sus dos ojos
y muerde las flores rojas con sus dientes blancos.
Bruñido y sangriento como un vino añejo,
su labio estalla en risas bajo las ramas.

Y cuando ha huido –como una ardilla–
su risa tiembla todavía en cada hoja,
y se ve espantado por un pinzón real
el Beso de oro del Bosque, que se recoge.

Arthur Rimbaud












jueves, 15 de septiembre de 2011

Carroña exquisita



                                                                                 *
Ojos de muerto en vida
Olor a isla infartada yema a yema
Puente roto entre las lágrimas & el esperma

                                                     *
De ahí/ mi risa
Mis zancadas impalpables
Mi respiración de adivinanza
Mis silencios locos

                                                     *
¿Brota 1 gargajo de la Nada?
¿Nadar como ajolote es 1 absurdo?
¿1 vidrio / 1 pluma congelada?
Pelo a pelo / ¿el coño es Dios o Diosa?

                                                      *
Camino a Santiago
Me remojo en meados de ángeles
Para cruzar todo camello los bisques de agujas
que acercan la Intemperie

                                                       *
Mi rostro entre las patas de la tarde hiede
Perro tambor entre caderas cascabeles

                                                       *
Culo a Culo a la cascada te lo digo:
Salmón que no desova la lumbre de sus sueños
Aspa de gis sin tono no temblor se vuelve

                                                       *
El pánico de ayer no chilla hoy
Como tampoco cualesquier musiquilla de placer
revive el humo amortajado de la noche

                                                       *
1 punta de coral bañada en sangre de horas
((Champiñón quizás))

                                                       *
1 punta de coral / capaz de enloquecer a 1 sirena
:: Manojo de chispas sin nombre ni edad :: .. 

Mario Santiago Papasquiaro

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Tosco


Mis padres me protegían de niños que eran toscos
que emitían palabras como piedras y llevaban raídas ropas,
mostrando sus muslos a través de harapos. Corrían por la calle,
escalaban riscos y se desnudaban junto a los arroyos del campo.

Temía a sus músculos de acero más que a tigres,
a sus agitadas manos y a sus rodillas firmes sobre mis brazos.
Temía el grosero señalar con descaro de aquellos niños
que imitaban mi ceceo a mi espalda en la calle.

Eran ágiles y aparecían como perros desde detrás de setos
para ladrar a mi mundo. Lanzaban barro
mientras yo miraba hacia otro lado fingiendo sonreír.
Deseaba perdonarlos ardientemente, pero ellos no sonreían nunca.

 Stephen Spender 
Poemas, Visor, 1981 Traducción de Jorge Ferrer-Vidal