sábado, 15 de octubre de 2011

Autobiografía de Alice B. Toklas [Fragmento]

En aquellos días, Guillaume Apollinaire y Salmon vivían en Montmartre. Salmon era un hombre alegre y vivaz, pero Gertrude Stein jamás le consideró un tipo interesante, aun cuando sentía simpatía hacia él. Contrariamente, Guillaume Apollinaire era una maravilla de hombre. Fue en aquella época, es decir, en la época en que miss Stein conoció a Guillaume Apollinaire, cuando éste causó sensación al concertar un duelo con otro escritor. Fernande y Pablo se lo contaron a Gertrude Stein, tan excitados, entre tantas risas y con tanto argot de Montmartre —esto pasó en los primeros tiempos de la amistad entre Gertrude Stein y los Picasso—, que la escritora siempre lo explicó de un modo vago. Lo importante es que Guillaume Apollinaire desafió al otro, y que Max Jacob fue designado padrino de Guillaume. Guillaume y su adversario se quedaron cada cual en el café que solían frecuentar, mientras los padrinos iban de uno a otro lugar. Gertrude Stein no recuerda el final de la historia, excepto que no hubo duelo, pero lo verdaderamente divertido fueron las notas que los padrinos transmitieron a sus patrocinados. En cada una de estas notas se hacía constar que los padrinos se habían tomado un café durante las conversaciones habidas en tal o cual café, cuando se reunieron para hablar a solas. También se suscitó la cuestión de saber en qué circunstancias estaban los padrinos obligados, ineludiblemente obligados, a tomarse un coñac con el café. Y también, cuántos cafés habrían tomado, durante aquel tiempo, en el caso de que no hubieran actuado de testigos. Eso provocó interminables discusiones, y muchas más consumiciones. El asunto duró varios días, quizá semanas y meses, y se ignora quién pagó, si es que alguien pagó. Era público y notorio que Apollinaire se resistía siempre a pagar, incluso las más ínfimas cantidades. La historia del duelo fue verdaderamente apasionante.
Apollinaire era un hombre muy atractivo y muy interesante. Tenía cabeza de emperador romano de los últimos tiempos del Imperio. Su hermano, de quien oíamos hablar a menudo, pero a quien nadie conocía, trabajaba en un Banco, por lo que vestía con cierta corrección. Cuando alguien de Montmartre tenía que ir a algún lugar en que forzosamente se debía respetar las convenciones acerca del atuendo, ya fuera para ver a algún conocido, ya para efectuar una gestión, todos sabían que el habitante de Montmartre en cuestión llevaba una u otra prenda del hermano de Guillaume.
Guillaume era extraordinariamente brillante, y fuese cual fuera el tema que se abordaba, a poco que supiera de él, e incluso sin saber nada, comprendía rápidamente el meollo del asunto y lo desarrollaba con ingenio y fantasía, llegando a conclusiones mucho más avanzadas que aquellas a las que pudieran llegar los enterados, y lo más sorprendente era que sus conclusiones resultaban impecables.
En una ocasión, bastantes años más tarde, en que cenábamos con los Picasso, logré derrotar a Guillaume en una discusión, lo cual me dejó muy satisfecha, pero, como dijo Eve (Picasso ya no vivía con Fernande), jamás hubiera logrado mi triunfo si Guillaume no hubiera estado terriblemente borracho. Sólo cuando se encontraba así, se podía derrotar a Guillaume en el campo de la dialéctica. Pobre Guillaume. Le vimos por última vez cuando desde el frente de guerra regresó a París. Había recibido una grave herida en la cabeza, a consecuencia de la cual tuvieron que quitarle un hueso del cráneo. Presentaba un aspecto magnífico, con su uniforme azul horizonte y la cabeza vendada. Almorzó con nosotros y tuvimos una larga conversación. Parecía cansado y movía pesadamente la cabeza. Estuvo todo el tiempo muy serio, casi solemne. Poco después, nosotras nos fuimos, entonces trabajábamos en el Fondo Norteamericano de Ayuda a los Heridos Franceses, y ya no volvimos a verle. Más tarde, Olga Picasso (la esposa de Picasso) nos dijo que Guillaume Apollinaire había muerto la noche del Armisticio, que estuvieron con él toda la tarde, que hacía calor y las ventanas estaban abiertas, y que la multitud que pasaba por la calle gritaba «à bas Guillaume!», y como sea que todo el mundo llamaba Guillaume a Guillaume Apollinaire, estos gritos amargaron su agonía.
Guillaume se había comportado de un modo verdaderamente heroico. Por ser extranjero, hijo de madre polaca y de padre probablemente italiano, no tenía por qué incorporarse voluntariamente a filas. Era hombre acostumbrado a la vida literaria y a la buena mesa, y pese a todo fue voluntario a la guerra. Primeramente le destinaron a artillería. Entonces se consideraba que la artillería no era tan peligrosa, ni comportaba una vida tan dura como la infantería. Pero al poco tiempo, a Guillaume le pareció que la artillería no era todo lo expuesta que él quería, y solicitó el traslado a infantería. Y en esta arma fue herido, en el curso de un asalto. Pasó una larga temporada en el hospital, luego mejoró un poco de su lesión, fue entonces cuando le vimos, y al fin murió el día del Armisticio.
La muerte de Guillaume Apollinaire, precisamente en aquel día, tuvo gran importancia para todos sus amigos, además de la que comportaba el dolor de su pérdida. Fue justamente después de la guerra, cuando las cosas comenzaron a cambiar, y se produjo la desunión de muchos grupos. Guillaume hubiera sido un vínculo unificador, ya que tenía la virtud de mantener a la gente unida, pero al desaparecer, cada cual se fue por su lado. Pero eso ocurrió mucho después, y, ahora, debemos volver al principio, cuando Gertrude Stein conoció a Guillaume y a Marie Laurencin.

Gertrude Stein