La luna se
afligía. Dolientes serafines
Vagando –ocioso el
arco– en la paz de las flores
Vaporosas, vertían
de exánimes violines
Por los azules
cálices blanco lloro en temblores.
–De tu beso primero
era el bendito día.
Como en
martirizarme mi afán se complacía,
Se embriagaba a
conciencia con ese desvaído
Aroma en que –sin lástimas y
sin resabio– anega
La cosecha de un
sueño al alma que lo siega.
Yo iba mirando al
suelo, errante y abstraído,
Cuando –con los
cabellos en sol– toda sonriente,
En la calle, en la
tarde, te me has aparecido.
Y creí ver el hada
del casco refulgente
Que cruzaba mis
éxtasis de niño preferido,
Dejando siempre, de
sus manos entrecerradas,
Nevar blancos
racimos de estrellas perfumadas.
Stéphane Mallarmé
Traducción Alfonso Reyes