El destino lavado con la marchitación de las vírgenes
el
licor perfumado manado entre las grietas
hasta
la frente olímpica;
fuentes
cada vez más oscuras densas y quemadas
abren
paso al despojo del cuerpo,
un
harapo peinado con la espina de un lucio.
Resplandecientes
cuadernas de la puerta
acosada
por orientales lagartijas
e
inscripciones para la vergonzosa procesión
que
ya nadie lee nadie anota en sus cuadernos
crujientes
desmigajados lápices de grafito
o
exclamaciones.
nadie
para escuchar el eco cóncavo del firmamento testigo,
y
sus palabras blancas alfareras de la lluvia
propician
la floración de arena y fango,
éxtasis
de mayo brotando gélidamente
en
los azules saltos de un fuego
Félix de Azúa