Era un jardín distinto, un lugar
lleno de puentes
sin muros, rejas,
tornados o abismos.
Un jardín en
que las rosas eran estrellas fugaces
y los pájaros
piaban un sol de exquisito amaranto.
El jardín era de
todos y para todos
entraban los
cíclopes, los faunos, minotauros de humo,
trenes de fuego,
gatos alados, serpientes de plata,
nadie
absolutamente nadie quedaba fuera del jardín desnudo
cada ser
valiosísimo vestía sus rutas
con sentires
boreales y llamas de furia.
Cada día sembraban
la oportunidad de una nueva historia
de un nuevo
relato, un nuevo poema,
de un lienzo
pintado con óleo de mares,
cada día esculpían
la dicha o la pena con piedras de acero,
escribían
canciones,
declamaban
mirlos y tallados,
fotografiaban instantes y emociones:
labios rubí-ojos
ocres
para publicarlas
en los sueños de los seres
del jardín desnudo
El jardín era… es
de todos porque
aún en tiempos de
profunda sequía,
aún arrancada de
cuajo desde el alma,
aún desconocida...
o callada
la flor más
importante del jardín:
el amor
renace cual
musa inexorable
y nos pertenece a
todos.
Marcela Puentes