miércoles, 23 de mayo de 2012

IV


Ophelinha:

Para mostrarme su desprecio, o al menos su absoluta indiferencia, no era menester el disfraz transparente de un discurso tan largo, ni esa serie de “razones” tan poco sinceras como convincentes que me ha escrito. Bastaba con decírmelo. Tal como lo hizo, lo entiendo del mismo modo, pero me duele más.
Si antes que a mí prefiere al joven que la corteja, y que evidentemente le gusta mucho, ¿cómo podría tomármelo mal? Usted, Ophelina, puede preferir a quien quiera: no tiene obligación, creo yo, de amarme, ni debe (a no ser que quiera divertirse) fingir que me ama.
Quien ama de verdad no escribe cartas que parecen requerimientos de abogado. El amor no examina tanto las cosas, ni trata a los demás como reos a quienes es necesario “comprometer”.
¿Por qué no es sincera conmigo? ¿Qué empeño tiene en hacer sufrir a quien no le ha hecho daño, ni a usted ni a nadie; a quien tiene por peso y dolor suficiente la propia vida aislada y triste, y que no precisa que nadie venga a aumentárselos creándole falsas esperanzas, mostrándole afectos fingidos? Con qué interés, incluso si fuera por diversión; con qué provecho, incluso si fuera por burla.
Admito que todo esto resulta cómico, y que la parte más cómica de todo esto soy yo.
Yo mismo lo encontraría gracioso si no la amase tanto, si tuviera tiempo para pensar en otra cosa que no fuese en el dolor que usted tiene el gusto de provocarme, sin que yo, a no ser por el hecho de amarla, lo haya merecido, y creo que amarla no es razón suficiente para merecerlo. En fin...
Ahí va el “documento escrito” que me pide. Reconoce mi firma el notario público Eugenio Silva.

Fernando Pessoa
Extraída de: Fernando Pessoa. Cartas a Ophélia. Barcelona: Libros del zorro rojo, 2010. (Carta escrita por el autor el 1 de marzo de 1920, a requerimiento de su enamorada Ophélia, quien quería una prueba escrita en la que Pessoa declarase que era su pretendiente y que sus intenciones eran serias.)