Ophelinha:
Para mostrarme su desprecio, o al menos su absoluta
indiferencia, no era menester el disfraz transparente de un discurso tan largo,
ni esa serie de “razones” tan poco sinceras como convincentes que me ha
escrito. Bastaba con decírmelo. Tal como lo hizo, lo entiendo del mismo modo,
pero me duele más.
Si antes que a mí
prefiere al joven que la corteja, y que evidentemente le gusta mucho, ¿cómo
podría tomármelo mal? Usted, Ophelina, puede preferir a quien quiera: no tiene
obligación, creo yo, de amarme, ni debe (a no ser que quiera divertirse) fingir
que me ama.
Quien ama de verdad
no escribe cartas que parecen requerimientos de abogado. El amor no examina
tanto las cosas, ni trata a los demás como reos a quienes es necesario
“comprometer”.
¿Por qué no es sincera
conmigo? ¿Qué empeño tiene en hacer sufrir a quien no le ha hecho daño, ni a
usted ni a nadie; a quien tiene por peso y dolor suficiente la propia vida
aislada y triste, y que no precisa que nadie venga a aumentárselos creándole
falsas esperanzas, mostrándole afectos fingidos? Con qué interés, incluso si
fuera por diversión; con qué provecho, incluso si fuera por burla.
Admito que todo esto
resulta cómico, y que la parte más cómica de todo esto soy yo.
Yo mismo lo
encontraría gracioso si no la amase tanto, si tuviera tiempo para pensar en
otra cosa que no fuese en el dolor que usted tiene el gusto de provocarme, sin
que yo, a no ser por el hecho de amarla, lo haya merecido, y creo que amarla no
es razón suficiente para merecerlo. En fin...
Ahí va el “documento
escrito” que me pide. Reconoce mi firma el notario público Eugenio Silva.
Fernando
Pessoa
Extraída
de: Fernando Pessoa. Cartas a Ophélia. Barcelona: Libros del zorro rojo,
2010. (Carta escrita por el autor el 1 de marzo de 1920, a requerimiento de su
enamorada Ophélia, quien quería una prueba escrita en la que Pessoa declarase
que era su pretendiente y que sus intenciones eran serias.)