A Stéphane Mallarmé
La isla de Ptyx está hecha de un solo bloque de piedra
de este nombre, la cual es muy estimable, pues se ha visto que sólo ella
compone esta isla enteramente. Tiene la traslucidez serena del zafiro blanco y
es la única gema cuyo contacto no produce frío sino que el fuego entra y se
instala en ella, de la misma manera que en la digestión el vino. Las demás
piedras son frías como el grito de las trompetas; ésta tiene el calor
precipitado de la superficie de los timbales. Nosotros pudimos fácilmente
abordarla, pues estaba tallada en forma de tabla y creímos poner pie en un sol
purgado de las partes opacas o demasiado reflectantes de su llama, como las
antiguas lámparas ardientes. En ella no se percibían ya los accidentes de las
cosas, sino la sustancia del universo, por lo que no nos inquietamos si la
superficie irreprochable era de un líquido equilibrado según las leyes eternas,
o de un diamante impenetrable, salvo por la luz que cae vertical.
El señor de la isla vino hacia nosotros en un barco: la chimenea hacía
redondas volutas azules detrás de su cabeza, ampliando el humo de su pipa e
imprimiéndolo en el cielo. Y con el bamboleo alternativo, su silla basculante
sacudía sus gestos de bienvenida.
De debajo de su manta de viaje sacó cuatro huevos con el cascarón pintado, que dio al doctor Faustroll, después de beber. A la luz de nuestro ponche la eclosión de los gérmenes ovales floreció sobre la orilla de la isla: dos columnas distantes, aislamiento de dos prismáticas trinidades de flautas de Pan, se abrieron en el chorro de sus cornisas, puño de mano cuadrigital de los cuartetos del soneto; y nuestro as meció su hamaca en el reflejo recién nacido del arco del triunfo. Dispersando la curiosidad velluda de los faunos y el encarnado de las ninfas desadormecidas por la melodiosa creación, el barco claro y mecánico hizo retroceder hacia el horizonte de la isla su aliento azulino y la silla movediza que decía adiós.
De debajo de su manta de viaje sacó cuatro huevos con el cascarón pintado, que dio al doctor Faustroll, después de beber. A la luz de nuestro ponche la eclosión de los gérmenes ovales floreció sobre la orilla de la isla: dos columnas distantes, aislamiento de dos prismáticas trinidades de flautas de Pan, se abrieron en el chorro de sus cornisas, puño de mano cuadrigital de los cuartetos del soneto; y nuestro as meció su hamaca en el reflejo recién nacido del arco del triunfo. Dispersando la curiosidad velluda de los faunos y el encarnado de las ninfas desadormecidas por la melodiosa creación, el barco claro y mecánico hizo retroceder hacia el horizonte de la isla su aliento azulino y la silla movediza que decía adiós.
Poema en prosa incluido en el libro Antología (Visor; Madrid, 1981).
Traducción: Manuel Álvarez Ortega.