Después de fracasar en
innumerables negocios, me refugié finalmente en la literatura, en la que uno
sabe de antemano que no ganará dinero. La literatura no decepciona: promete no
dar dinero y siempre cumple lo prometido. Los burgueses piensan que la
literatura es refugio de ilusos. ¡Error craso! Quien se asila en ella es porque
viene de vuelta en todas aquellas cosas en las que probó su ineptitud.
Es cierto que hay algunos que sueñan con la gloria, esa absurda
entelequia. Pero después de comerse sus obras u obsequiarlas a sus amigos, se
dan cuenta que no siquiera la gloria es verdad. El golpe final sobreviene
cuando, visitando las librerías de viejo, encuentran que sus libros, a los
cuales ni siquiera arrancaron la dedicatoria, están a la venta de a tres por un
bolívar.
Pocos escritores poseen aptitud pragmática. Un amigo mío, que tiene la
rara facultad de equilibrar las necesidades del espíritu con la vil materia, me
iluminó sobre el particular y descubrió ante mis ojos mis trágicas
limitaciones. Ambidextro, sagaz, había encontrado el camino hacia los
compartimientos estancos de la literatura y el pan. Además era abogado…
Nunca olvidaré una demostración de su genio mercantil. Cuando los
yanquis enviaron su nave a la luna, y el primer hombre puso un pie sobre el
satélite, mi amigo lanzó una campaña de prensa alegando que la luna le había
sido robada… ¡La luna era suya! Una gran carcajada nacional celebró su graciosa
salida. Pero todo el mundo se quedó patidifuso cuando mi previsor amigo exhibió
públicamente las pruebas notariales de su lunática propiedad. Había tenido la
precaución de inscribirla a su nombre mucho antes de que la NASA soñara en
proyectar el viaje.
Los norteamericanos, suficientes como de costumbre, no le dieron ninguna
beligerancia, primero porque mi amigo era desde el punto de vista internacional
un desconocido, y segundo porque muchos sabios norteamericanos creían que Chile
estaba en la Argentina. Mi amigo se sintió tan despojado como Juan Sutter, el
colonizador de California, quien terminó su vida sentado en las
escalinatas del Palacio de Justicia
reclamando sus legítimos derechos territoriales.
Mi amigo no fue indemnizado por sus despojadores. ¿Qué podía hacer
contra la CIA y el Departamento de Estado? Tuvo que “morir pollo”. Pero cada
vez que observa a algunos rezagados del amor contemplando la luna, piensa
que es algo de su propiedad, algo que le
fue injustamente quitado. Se conmueve y no les cobra un centavo por mirarla.
Además no olvida que le fue arrebatada por una nación poderosa, y eso lo ha
cubierto de un halo de grandeza.
Es obcecado y no ceja con la facilidad. Es cierto
que ya no tiene la luna, pero piensa que todavía están pendientes de
inscripción Venus, Marte, Júpiter y hasta Plutón, cuyas posibilidades futuras
son imposibles de prever.
Estoy seguro, conociendo como conozco a mi
amigo, que ya los tiene inscritos a su nombre en alguna escribanía, para el
caso de que los países desarrollados continúen apropiándose del cielo. No sé lo
que ocurrirá, sin embargo. Todos sabemos muy bien que la legalidad es
constantemente atropellada.
Mahfud Massís
de La radio de MM, crónicas radiales de
Mahfud Massís.