Ahora todos los esfuerzos se centran en conseguir que
Macha se reponga. Fillmore piensa que, si le cura las purgaciones, ella quizá
trague. Extraña idea. Así, que le ha comprado un irrigador, una provisión de
permanganato, una pera y otras cositas que le recomendó un doctor húngaro, un
curandero especialista en abortos que vivía cerca de la Place d´Aligre. Al parecer,
su jefe había dejado preñada a una chica de dieciséis años en cierta ocasión y
ella le había presentado al húngaro; y después el jefe tuvo un hermoso chancro
y volvió a visitar al húngaro. Así es como se conoce a la gente en París:
amistades genitourinarias. El caso es que, bajo nuestra estricta supervisión,
Macha está cuidándose. Sin embargo, la otra noche estuvimos en un aprieto por
un rato. Se metió el supositorio y después no encontraba el cordón para
sacarlo. «¡Dios mío!», gritaba. «¿Dónde está el cordón?¡Dios mío!¡No encuentro
el cordón!
«¿Has mirado bajo la cama?», dijo Fillmore.»
Por fin se calmó. Pero sólo por unos minutos.
El siguiente problema fue: «¡Dios mío! Me está saliendo sangre otra vez. Acabo
de tener la regla y ahora salen gouttes
otra vez. Debe de ser ese champán barato que compras. ¡Dios mío! ¿Quieres que
me desangre hasta morir?» Sale en bata y con una toalla entre las piernas,
procurando mantener la dignidad, como de costumbre. «Toda mi vida ha sido así»,
dice. «Soy una neurasténica. Todo el día de acá para allá y de noche vuelvo a
estar borracha. Cuando llegué a París, aún era una muchacha inocente. Sólo leía
a Villon y a Baudelaire. Pero, como entonces tenía 300.000 francos suizos en el
banco, estaba loca por divertirme, pues en Rusia siempre fueron muy estrictos
conmigo. Y como entonces estaba aún más guapa que ahora, tenía a todos los
hombres rendidos a mis pies.» Al decir eso, se alzó el michelín que se le había
acumulado en torno a la cintura. «No vayáis a pensar que tenía esta barriga,
cuando llegué aquí… esto es consecuencia de todo el veneno que me han dado a
beber… esos horribles apéritifs que
chiflan a los franceses… Entonces conocí a mi director de cine, quien quería
que hiciese un papel para él. Dijo que yo era la mujer más hermosa del mundo y
todas las noches me suplicaba que me acostase con él. Yo era una jovencita
virgen y tonta y, por eso, una noche le permití que me violara. Quería ser una
gran actriz y no sabía que él estaba lleno de veneno. Así, que me pegó las
purgaciones… y ahora quiero devolvérselas. Por su culpa me suicidé en el Sena…
¿Por qué os reís? ¿No os creéis que me suicidé? Puedo enseñaros los periódicos.
Algún día os enseñaré los periódicos rusos... escribieron cosas maravillosas de
mí… Pero, querido, ya sabes que primero necesito un vestido nuevo. No puedo
seducir a ese hombre con estos harapos que llevo. Además, todavía debo a mi
modista 12.000 francos…»
A partir de ese momento, cuenta una larga
historia sobre la herencia que está intentando cobrar. Tiene un abogado joven,
un francés, bastante tímido, al parecer, que está intentando recuperar su
fortuna. De vez en cuando, éste le daba cien francos o cosa así a cuenta. «Es
tacaño, como todos los franceses», dice. «Y yo era tan bella, además, que él no
podía quitarme los ojos de encima. No cesaba de rogarme que follara con él.
Estaba tan harta de oírlo que una noche le dije que sí, sólo para que se
callase y para no perder los cien francos que me daba de vez en cuando.» Hizo
una pausa por un momento para reírse como una histérica. «¡Huy, Dios mío!»,
prosiguió. «Lo que le ocurrió fue tan gracioso, que no encuentro palabras para
contarlo. Un día me llama por teléfono y dice: “tengo que verte en seguida… es
muy importante” Y cuando voy a verlo, me enseña un papel del médico: ¡era
gonorrea! ¡Huy, Dios mío! Me eché a reír en sus narices. ¿Cómo iba yo a saber
que todavía tenía las purgaciones? “¡Tú querías joderme y la que te he jodido
he sido yo!”» Eso lo hizo callar. Así es la vida… no sospechabas nada y
después, cuando menos te lo esperabas, ¡paf, paf, paf! Era tan bobo, que volvió
a enamorarse de mí. Sólo, que me rogó que me portara bien y no me pasase toda
la noche por Montparnasse bebiendo y follando. Dijo que lo estaba volviendo
loco. Quería casarse conmigo y entonces su familia se enteró de quién era yo y
lo convencieron para que se fuese a Indochina…»
De esto Macha pasa tan tranquila a hablarnos
de una aventura que tuvo con una lesbiana. «¡Huy, Dios mío! Fue muy gracioso,
cómo me ligó una noche. Estaba en el “Fétiche” y borracha, como de costumbre.
Me llevó de un sitio a otro y me hizo el amor bajo la mesa toda la noche hasta
que no pude soportarlo más. Después me llevó a su apartamento y por doscientos
francos la dejé que me mamara. Quería que viviera con ella, pero yo no quería
tener que dejarla mamarme todas las noches… te debilita demasiado. Además,
puedo aseguraros que ya no me gustan las lesbianas tanto como antes. Prefiero
acostarme con un hombre, aunque me duela. Cuando me excito mucho, ya no puedo
contenerme… tres, cuatro, cinco veces…. ¡como si nada! ¡Paf, paf, paf! Y
después me sale sangre y eso es muy malo para mi salud, porque soy propensa a
la anemia. Así, que ya veis por qué de vez en cuando debo dejar a una lesbiana
mamarme…»
Henry Miller