lunes, 12 de septiembre de 2011

Trópico de Cáncer (Fragmento)


Ahora todos los esfuerzos se centran en conseguir que Macha se reponga. Fillmore piensa que, si le cura las purgaciones, ella quizá trague. Extraña idea. Así, que le ha comprado un irrigador, una provisión de permanganato, una pera y otras cositas que le recomendó un doctor húngaro, un curandero especialista en abortos que vivía cerca de la Place d´Aligre. Al parecer, su jefe había dejado preñada a una chica de dieciséis años en cierta ocasión y ella le había presentado al húngaro; y después el jefe tuvo un hermoso chancro y volvió a visitar al húngaro. Así es como se conoce a la gente en París: amistades genitourinarias. El caso es que, bajo nuestra estricta supervisión, Macha está cuidándose. Sin embargo, la otra noche estuvimos en un aprieto por un rato. Se metió el supositorio y después no encontraba el cordón para sacarlo. «¡Dios mío!», gritaba. «¿Dónde está el cordón?¡Dios mío!¡No encuentro el cordón!
 «¿Has mirado bajo la cama?», dijo Fillmore.»
 Por fin se calmó. Pero sólo por unos minutos. El siguiente problema fue: «¡Dios mío! Me está saliendo sangre otra vez. Acabo de tener la regla y ahora salen gouttes otra vez. Debe de ser ese champán barato que compras. ¡Dios mío! ¿Quieres que me desangre hasta morir?» Sale en bata y con una toalla entre las piernas, procurando mantener la dignidad, como de costumbre. «Toda mi vida ha sido así», dice. «Soy una neurasténica. Todo el día de acá para allá y de noche vuelvo a estar borracha. Cuando llegué a París, aún era una muchacha inocente. Sólo leía a Villon y a Baudelaire. Pero, como entonces tenía 300.000 francos suizos en el banco, estaba loca por divertirme, pues en Rusia siempre fueron muy estrictos conmigo. Y como entonces estaba aún más guapa que ahora, tenía a todos los hombres rendidos a mis pies.» Al decir eso, se alzó el michelín que se le había acumulado en torno a la cintura. «No vayáis a pensar que tenía esta barriga, cuando llegué aquí… esto es consecuencia de todo el veneno que me han dado a beber… esos horribles apéritifs que chiflan a los franceses… Entonces conocí a mi director de cine, quien quería que hiciese un papel para él. Dijo que yo era la mujer más hermosa del mundo y todas las noches me suplicaba que me acostase con él. Yo era una jovencita virgen y tonta y, por eso, una noche le permití que me violara. Quería ser una gran actriz y no sabía que él estaba lleno de veneno. Así, que me pegó las purgaciones… y ahora quiero devolvérselas. Por su culpa me suicidé en el Sena… ¿Por qué os reís? ¿No os creéis que me suicidé? Puedo enseñaros los periódicos. Algún día os enseñaré los periódicos rusos... escribieron cosas maravillosas de mí… Pero, querido, ya sabes que primero necesito un vestido nuevo. No puedo seducir a ese hombre con estos harapos que llevo. Además, todavía debo a mi modista 12.000 francos…»
 A partir de ese momento, cuenta una larga historia sobre la herencia que está intentando cobrar. Tiene un abogado joven, un francés, bastante tímido, al parecer, que está intentando recuperar su fortuna. De vez en cuando, éste le daba cien francos o cosa así a cuenta. «Es tacaño, como todos los franceses», dice. «Y yo era tan bella, además, que él no podía quitarme los ojos de encima. No cesaba de rogarme que follara con él. Estaba tan harta de oírlo que una noche le dije que sí, sólo para que se callase y para no perder los cien francos que me daba de vez en cuando.» Hizo una pausa por un momento para reírse como una histérica. «¡Huy, Dios mío!», prosiguió. «Lo que le ocurrió fue tan gracioso, que no encuentro palabras para contarlo. Un día me llama por teléfono y dice: “tengo que verte en seguida… es muy importante” Y cuando voy a verlo, me enseña un papel del médico: ¡era gonorrea! ¡Huy, Dios mío! Me eché a reír en sus narices. ¿Cómo iba yo a saber que todavía tenía las purgaciones? “¡Tú querías joderme y la que te he jodido he sido yo!”» Eso lo hizo callar. Así es la vida… no sospechabas nada y después, cuando menos te lo esperabas, ¡paf, paf, paf! Era tan bobo, que volvió a enamorarse de mí. Sólo, que me rogó que me portara bien y no me pasase toda la noche por Montparnasse bebiendo y follando. Dijo que lo estaba volviendo loco. Quería casarse conmigo y entonces su familia se enteró de quién era yo y lo convencieron para que se fuese a Indochina…»
 De esto Macha pasa tan tranquila a hablarnos de una aventura que tuvo con una lesbiana. «¡Huy, Dios mío! Fue muy gracioso, cómo me ligó una noche. Estaba en el “Fétiche” y borracha, como de costumbre. Me llevó de un sitio a otro y me hizo el amor bajo la mesa toda la noche hasta que no pude soportarlo más. Después me llevó a su apartamento y por doscientos francos la dejé que me mamara. Quería que viviera con ella, pero yo no quería tener que dejarla mamarme todas las noches… te debilita demasiado. Además, puedo aseguraros que ya no me gustan las lesbianas tanto como antes. Prefiero acostarme con un hombre, aunque me duela. Cuando me excito mucho, ya no puedo contenerme… tres, cuatro, cinco veces…. ¡como si nada! ¡Paf, paf, paf! Y después me sale sangre y eso es muy malo para mi salud, porque soy propensa a la anemia. Así, que ya veis por qué de vez en cuando debo dejar a una lesbiana mamarme…»

Henry Miller