sábado, 6 de agosto de 2011

Sutra del Girasol

Caminé por las orillas del muelle de latas y bananas y me senté bajo
la inmensa sombra de una locomotora de la Southern
 Pacific para observar el ocaso sobre las colinas de casas
como cajas de zapatos y llorar.
Jack Kerouac estaba sentado junto a mí sobre un poste de hierro,
roto y herrumbroso, compañero, pensábamos los mismos
pensamientos del alma, desolados y sombríos y con la
mirada triste, rodeados por las nudosas raíces de acero de
árboles de maquinaria.
La aceitosa agua del río reflejaba el cielo enrojecido, el sol se hundió
sobre los picos finales de Frisco, no hay peces en ese
arroyo, no hay ermitaño en esos montes, tan sólo nosotros
mismos con ojos legañosos y resaca como viejos vagabun-
dos en la ribera del río, cansados y taimados.
Fíjate en el Girasol, dijo él, había una sombra gris y muerta
recortándose contra el cielo, grande como un hombre,
erguida seca en lo alto de una montaña de viejísimo
serrín —
— Subí encantado atropelladamente — era mi primer girasol, recuer-
dos de Blake — mis visiones — Harlem
e Infiernos de los ríos del Este, puentes campaneantes Grasientos
Sandwiches de Joe, difuntos coches de niño, ruedas negras
y sin dibujo olvidadas y sin recauchutar, el poema de la
ribera, condones & cacerolas, cuchillos de acero, nada
inoxidable, sólo el hediondo cieno y los artefactos afilados
como cuchillas en tránsito hacia el pasado —
y el Girasol gris apostado contra el ocaso, resquebrajable desolado y
polvoriento con el tizne y la contaminación y el humo de
antiguas locomotoras en su ojo —
corola de indistintas púas dobladas y rotas como una corona


machacada, las semillas caídas de su faz, boca que
prontamente estará desdentada de soleado aire, rayos de
sol obliterados sobre su peluda cabeza como una reseca

tela de araña de alambre,
hojas extendidas como brazos saliendo del tallo, gesticulaciones de la
raíz de serrín, trozos rotos de yeso caídos de las negras
ramitas, una mosca muerta en su oreja,
Qué cosa impía y machacada eras, mi Girasol. ¡Oh mi alma, te amé
entonces!
La mugre no era mugre de hombre alguno sino muerte y humanas
locomotoras,
todo aquel traje de polvo, aquel velo de oscurecida piel de vía férrea,
aquella polución de la mejilla, aquel párpado de negra
miseria, aquella enhollinada mano o falo o protuberancia
de algo artificial peor que la mugre — industrial — mo-
derno— toda aquella civilización moteando tu delirante
áurea corona —
y aquellos desolados pensamientos de muerte y polvorientos ojos sin
amor y extremos y raíces resecas debajo, en el amontona-
miento-hogar de arena y serrín, billetes de a dólar de
goma, pellejas de maquinaria, las tripas y entrañas del
sollozante y doliente automóvil, las vacías y solitarias latas
con sus oxidadas lenguas ¡ay!, qué más podría yo citar, las
ahumadas cenizas de algún cigarro pene, los coños de las
carretillas y los lechosos pechos de los automóviles, culos
desgastados de sillas & esfínteres de dinamos — todos
éstos enredados entre tus momificadas raíces — ¡y tú ahí
erguido ante mí en la puesta del sol, toda tu gloria en tu forma!
¡Una perfecta muestra de belleza de girasol! ¡una perfecta excelente
adorable existencia de girasol! ¡un dulce ojo natural para   
la nueva luna enrollada despertó vivo y excitado aferrando
en las sombras del ocaso la mensual brisa dorada del
amanecer!

¿Cuántas moscas zumbaron a tu alrededor inocentes de tu mugre,
mientras maldecías a los cielos del ferrocarril y de tu alma
de flor?

¿Pobre flor muerta? ¿cuándo olvidaste que eras una flor? ¿cuándo
miraste tu piel y decidiste que eras una sucia y vieja
locomotora impotente? ¿el fantasma de una locomotora?
¿el espectro y la sombra de una otrora poderosa y demente
locomotora americana?
Jamás fuiste una locomotora, Girasol, ¡fuiste un girasol!
Y tú locomotora, tú eres una locomotora, ¡no olvides lo que te digo!
De modo que arranqué el girasol delgado como un esqueleto y lo
sujeté a mi costado como un cetro,
y entono mi sermón frente a mi alma, y también frente a la de Jack,
y de la de quienquiera que desee oírlo,
— No somos nuestra piel mugrienta, no somos nuestra desolada
terrible polvorienta locomotora sin imagen, todos somos
hermosísimos girasoles dorados en nuestro interior, esta-
mos benditos por nuestra propia semilla & nuestros
dorados y peludos desnudos cuerpos de logro que crecen
para transformarnos en dementes girasoles formales en el
ocaso, espiados por nuestros ojos bajo la sombra de la
loca locomotora ocaso de ribera en Frisco visión colínica
de latas al anochecer sentados.

 de Aullido y otros poemas
Allen Ginsberg