domingo, 7 de agosto de 2011

Prólogo


Sí; también a vosotros,
amigos míos, os espantará
mi salvaje sabiduría y
acaso os pongáis en fuga con
mis enemigos.

(Así hablaba Zaratustra)
Federico Nietzsche

-La luz es cosmopolita, dijo mi proveedor. Y vertió su vino sobre mi falda azul. Pero era tarde, como suele ser cada vez que alguien trata de comprobar su pensamiento. Así fue cómo mi falda quedó siempre azul, de un tono mayor apagado.
 -Es usted inquebrantable, amigo mío. Vea cómo danzan esos cuatro tigres sin ninguna rebeldía sobre la alfombra del salón.
 -¿Quisiera usted dejar de dominarlos? Si dominara usted sus impulsos, si desistiera de demostrar la existencia universal de la luz, su sombra, dejaría de vagar alrededor de mí y, quizás, si me pareciera bello contemplarlo desde el fondo de mis ojos.
 -Haga usted el favor, alcánceme mis cigarrillos y deme otro topacio para saborear la médula de ese poeta recién muerto.
 -No por qué  no encuentro nada gustoso este extracto de médula de poeta, consagratorio... y consagrado.
 -La culpa es suya, querida Carot. Siempre quiere saborear extrañas combinaciones.
No puedo negar que me ha hecho usted  un honor al  nombrarme su proveedor principal. A pesar de que siempre me he distinguido por cumplir con verdadera eficiencia sus deseos, la verdad es que jamás usted ha quedado satisfecha.
 -Amigo mío, señor proveedor, podría influir en el ánimo de esos cuatro tigres para que abandonen la sala.
 Desde que abandoné la costa para venir a vivir entre sociedades secretas, no me siento bien, siento hasta pequeñas palpitaciones. Tal vez deberíamos dejar esta velada para otra ocasión.
 -Escuche, usted. Me parece que ahora es imposible, si no me equivoco, llaman a la puerta.
 -¿Quién es?
 -¡Oh! Prodigioso. ¿Cómo es que ha resuelto entrar en mi casa, señor merodeador nocturno? Me había acostumbrado a presentirlo. Cuando el sueño, a veces, me apremiaba y cambiaba de traje para dormir, creía presentirlo. Creía sentir sus uñas rasgueando la celosía. Dispuesta a encontrar su figura de fosforescencia verde clara, no encontraba nada más que sus dientes castañeteando en la ventana.
 -Vea. Aquí tengo un regalo para usted. Esta pequeña y aparentemente inofensiva arma infantil, un lanza piedras. Ahora que ha resuelto entrar en mi casa, no habrá necesidad de hacer uso de ella
 -Pero, ¿qué ha hecho usted de su ojo adicional? ¿No tenía usted un tercer ojo de emergencia?
 -No me interesan las manos superpuestas. Nunca olvidaré el agravio que me causa con sus descuidos.
 -Además, no ha llegado usted solo. ¿Se acompaña de jóvenes doncellas para impresionar?
 -¿Toma usted del jardín de cualquier casa una joven sentada entre los alhelíes y la lleva a


casa de sus conocidos? ¿Es ésta una actitud irreprochable?
-Me ha desilusionado usted. Tenga la bondad de retirarse.
-No.

-No se lleve a su joven acompañante, ella será testigo…
-Señor proveedor, haga salir de la habitación a esos cuatro tigres. Señorita, ponga en esa copa este trozo de topacio. Me parece marchito y ha perdido su sabor original.
 Ahora los fabricantes de pastillas han perdido su maestría igual que los antiguos fabricantes de bolitas de vidrio…
 -¿Recuerda usted cuando el arco iris se encerraba en un vidrio transparente y girando jugaba a que era agua redonda? Pues ahora, nadie quiere saber nada con el arco iris; vive en la tiniebla más absoluta, pasará mucho tiempo antes que alguien pueda desagraviarlo. Se ha sometido al exilio más doloroso; y es porque a nadie le interesa el color de la luz.
 De la misma manera, el agua miel y el topacio han desplazado al verdadero extracto de médula de poeta. Ya parece imposible vivir entre tantos falsificadores.
 -Desgraciadamente el don de la palabra, es ahora atributo de gentes menores. Reclame usted y la expulsarán de las sociedades secretas más irresponsables…
 -¡Mi querida Carot, si continúa comprometiéndome con sus inconformismos, no proveeré a usted de nada. No tendrá más tigres bailarines, ni topacios aunque desabridos. Me negaré a proveerla. Será expulsada violentamente de las sociedades secretas –“entidades respetables” –se apartarán de su ventana los merodeadores nocturnos; yo me encargaré que así suceda. Conocerá mi verdadero poder. Me ha humillado demasiado. Nadie quiere saber, por último, si carece de obligo; para eso se inventaron los cementerios. Cada cual tiene derecho a enterrar su vergüenza, su podredumbre!.
 -¿O acaso ha visto usted un cadáver entretenido mientras se le observa cómo se deshace?
 -Esto es sagrado. Digno de respeto.
 -¡Inaudito! Usted terminará mal. Yo se lo digo.
 -¡Fuera de aquí, usted y esos cuatro tigres!

de Tiempo, medida imaginaria
Stella Díaz Varín