miércoles, 27 de julio de 2011

Ecología profunda


El nuevo paradigma podría denominarse una visión holística del mundo, ya que lo ve como un todo integrado más que como una discontinua colección de partes. También podría llamarse una visión ecológica, usando el término “ecológica” en un sentido mucho más amplio y profundo de lo habitual. La percepción desde la ecología profunda reconoce la interdependencia fundamental entre todos los fenómenos y el hecho de que, como individuos y como sociedades, estamos todos inmersos en  ( y finalmente dependientes de) los procesos cíclicos de la naturaleza.
Los términos “holístico” y “ecológico” difieren ligeramente en sus significados y parecería que el primero de ellos resulta menos apropiado que el segundo para describir el nuevo paradigma. Una visión “holística” de, por ejemplo una bicicleta se interna en su entorno natural y social: de dónde provienen sus materias  primas, cómo se construyó, cómo su utilización afecta al entorno natural y a la comunidad en que se usa etc. Esta distinción entre “holístico” y “ecológico” es aun más importante cuando hablamos de sistemas vivos, para los que las conexiones con el entorno son mucho más vitales.
El sentido en que uso el término “ecológico” está asociado con una escuela filosófica específica, es más, con un movimiento de base conocido como “ecología profunda”, que está ganando prominencia rápidamente. Esta escuela fue fundada por el filósofo noruego Arne Naess a principios de los setenta al distinguir la ecología “superficial” y la “profunda”. Esta distinción está ampliamente aceptada en la actualidad como referencia muy útil en el discernimiento entre las líneas de pensamiento ecológico contemporáneas.
 La ecología superficial es antropocéntrica, es decir, está centrada en el ser humano. Ve a este por encima o aparte de la naturaleza, como fuente de todo valor, y le da a aquella únicamente un valor instrumental, “de uso”. La ecología profunda no separa a los humanos –ni a ninguna otra cosa- del entorno natural. Ve el mundo, no como una colección de objetos aislados, sino como una red de fenómenos fundamentalmente interconectados e interdependientes. La ecología profunda reconoce el valor intrínseco de todos los seres vivos y ve a los humanos como una mera hebra de la trama de la vida.
 En última instancia, la percepción ecológica es una percepción espiritual o religiosa. Cuando el concepto de espíritu es entendido como el modo de consciencia en que el individuo experimenta un sentimiento de pertenencia  y de conexión con el cosmos como un todo, queda claro que la percepción ecológica es espiritual en su más profunda esencia. No es por tanto sorprendente que la nueva visión de la realidad emergente, basada en la percepción ecológica, sea consecuente con la llamada filosofía perenne de las tradiciones espirituales, tanto si hablamos de la espiritualidad de los místicos cristianos, como de la de los budistas, o de la filosofía y cosmología subyacente en las tradiciones nativas americanas.
 Hay otra manera en que Arne Naess ha caracterizado la ecología profunda. “La esencia de la ecología profunda”, dice, “es plantear cuestiones cada vez más profundas”. Ésta es así mismo la esencia de un cambio de paradigma.
 Necesitamos estar  preparados para cuestionar cada aspecto del viejo paradigma. Quizás no resultará necesario desdeñarlos en su totalidad, pero, antes de saberlo, debemos tener la voluntad de cuestionarlos en su totalidad. Así pues, la ecología profunda plantea profundas cuestiones sobre los propios fundamentos de nuestra moderna, científica, industrial, desarrollista y materialista visión del mundo y manera de vivir. Cuestiona su paradigma completo desde una perspectiva ecológica, desde la perspectiva de las relaciones con los demás, con las generaciones venideras y con la trama de la vida de la que formamos parte.

Del libro La trama de la vida
Fritjof Capra