viernes, 19 de noviembre de 2010

VIII - El Perro y el frasco

“–Mi lindo perro, mi buen perro, mi querido perrito, acércate y ven a respirar un perfume excelente que compré al mejor perfumero de la ciudad”.
Y el perro, meneando la cola, que es, según creo, en estos pobre seres, el signo que corresponde a la risa y a la sonrisa, se aproxima y posa curiosamente su nariz húmeda sobre el frasco destapado; luego, retrocediendo súbitamente con espanto, me ladra, a manera de reproche.
“–¡Ah!, perro miserable, si te hubiese ofrecido un paquete de excrementos, lo habrías olisqueado con delicia y quizás hasta lo devorabas. Así, tú también, indigno compañero de mi triste vida, te asemejas al público, al que jamás se le deben presentar delicados perfumes que lo exasperen, sino indecencias escrupulosamente elegidas”.

Charles Baudelaire. El Spleen de París.