sábado, 17 de julio de 2010

La literatura, la libertad y la experiencia mística.

Lo más notable en este impulso es que una enseñanza de este tipo no va dirigida, como la del cristianismo - o la de la religión antigua- a una colectividad ordenada, que se basaba precisamente en esa enseñanza. Se dirige por el contrario al individuo aislado y perdido y sólo le concede algo en el instante: es solamente literatura. Su única vía es la literatura libre e inorgánica. Por eso está menos obligada que la enseñanza pagana o la de la Iglesia a pactar con la necesidad social, que en muchos casos esta representada por convenciones (abusos), pero también por la razón. Únicamente la literatura podía poner al desnudo el mecanismo de la transgresión de la ley (sin transgresión, la ley no tendría finalidad), independientemente de un orden que hay que crear. La literatura no puede asumir la tarea de ordenar la necesidad colectiva. No le interesa concluir: "lo que yo he dicho nos compromete al respeto fundamental de las leyes de la ciudad"; o como hace el cristianismo: "lo que yo he dicho (la tragedia del Evangelio) nos compromete en el camino del Bien" (es decir, de hecho, en el de la razón). La literatura representa incluso, lo mismo que la transgresión de la ley moral, un peligro. Al ser inorgánica, es irresponsable. Nada pesa sobre ella. Puede decirlo todo.
O, más bien, supondría un peligro si no fuera (en conjunto, y en la medida en que es auténtica) la expresión de "aquellos en quienes los valores éticos están más profundamente anclados". Si esto no salta a la vista, es porque el aspecto de revuelta suele ser el que destaca, pero la tarea literaria auténtica no se puede concebir más que en el deseo de comunicación fundamental con el lector (no me refiero aquí a la masa de libros destinada a engañar al gran público).
En realidad, la literatura, unida desde el romanticismo a la decadencia de la religión (dado que, en forma menos importante, menos inevitable, tiende a reivindicar discretamente la herencia de la religión) está menos cerca del contenido de la religión que del contenido del misticismo, que es, en las márgenes de la religión, un aspecto suyo casi asocial. El misticismo está más cerca de la verdad que yo me esfuerzo por enunciar. Bajo el nombre de misticismo no designo los sistemas de pensamiento a los que se da ese nombre impreciso: pienso en la "experiencia mística", en los "estados místicos" experimentados en la soledad. En esos estados podemos conocer una verdad diferente de aquellas que están unidas con la percepción de los objetos (y, después, del sujeto; unidas por tanto a las consecuencias intelectuales de la percepción). Pero esta verdad no es formal. El discurso coherente no puede explicarla.
Sería incluso incomunicable si no tuviéramos la oportunidad de abordarla por dos caminos: la poesía y la descripción de las condiciones en las que es habitual a esos estados.
(…) Es siempre la muerte - o por lo menos la ruina del sistema del individuo aislado a la búsqueda de la dicha en la duración- la que introduce la ruptura, ruptura sin la cual nadie alcanza el estado de trance. En ese momento de ruptura y muerte, lo recobrado es siempre la inocencia y la embriaguez del ser. El ser aislado se pierde en algo distinto a él. Poco importa la representación que demos de esa "otra cosa". Es siempre una realidad que trasciende los límites comunes. Es incluso tan profundamente ilimitada que en realidad no es una cosa: es acula. "Dios es nada" enuncia Eckhart…

Georges Bataille