domingo, 27 de mayo de 2012

Caminantes


Una mañana de estío en una de las  empinadas calles del puerto, cuando el sol se atropellaba por todos los espacios,  pasaron frente a mi balcón dos hombres: uno alto y delgado y otro pequeñito, también delgado. Ellos  vestían religiosamente iguales, había dedicación en sus atuendos, pantalón de tela negro y chalecos de color verde, abajo,  camisa del mismo color. Era, seguramente,  su ropa dominguera. Uno, caminaba seguro y rápido paso tras paso sin dudar, en una dirección  programada, el otro, casi  corriendo a pasitos temerosos y cortitos. El primero ajeno a la angustia del segundo por no querer quedarse tan atrás y ser sometido al discurso de siempre, ¡apúrate, tan lento que caminas!
Dos o tres pasos de uno y un paso del otro, el hombre alto  avanzaba ajeno a la ansiedad y a las palabras que brotaban de los labios del hombre pequeñito quien,  seguramente, pensaba que era su gran oportunidad para contarle todas aquellas cosas que le habían sucedido durante la semana. No había nadie más, las calles vacías  de domingo en la mañana sirven para la complicidad,  eran solo ellos, ¡cómo no hablarle!, si las palabras se le atropellaban, no sabía que otras palabras usar para llamar lo suficiente su atención y que por una vez se diera vuelta y lo mirara, quizás ni siquiera había reparado en  que su ropa  era igual a  la que él llevaba, que hasta el jockey  era el mismo. Le hablaba fuerte.
El hombre alto, impasible, ajeno, no dimensionaba  lo difícil que le resultaba alcanzar sus pasos. Por instantes, el hombre pequeñito parecía cansado pero, seguramente, no quería defraudarlo ni parecer molestoso  y provocar su mal genio cuando era un gran día.
Sus palabras siguieron atropellándose y el  hombre alto siguió su camino… con sus pasos gigantes  y sus oídos ausentes. El pequeñito tratando de entrar en los oídos del hombre alto, en el corazón del hombre alto,  en el recuerdo del hombre alto…
Fueron desapareciendo y  siguieron siendo dos puntos totalmente identificables pues,  el hombre alto  continúo caminando rápido y ajeno a la ansiedad del hombre pequeñito,  hasta que sólo fueron eso, dos puntos que nunca se encontraron…

Oriana Mondaca