Una mañana de estío en una de las empinadas calles del puerto, cuando el sol se
atropellaba por todos los espacios,
pasaron frente a mi balcón dos hombres: uno alto y delgado y otro
pequeñito, también delgado. Ellos
vestían religiosamente iguales, había dedicación en sus atuendos, pantalón
de tela negro y chalecos de color verde, abajo,
camisa del mismo color. Era, seguramente, su ropa dominguera. Uno, caminaba seguro y
rápido paso tras paso sin dudar, en una dirección programada, el otro, casi corriendo a pasitos temerosos y cortitos. El
primero ajeno a la angustia del segundo por no querer quedarse tan atrás y ser
sometido al discurso de siempre, ¡apúrate, tan lento que caminas!
Dos
o tres pasos de uno y un paso del otro, el hombre alto avanzaba ajeno a la ansiedad y a las palabras
que brotaban de los labios del hombre pequeñito quien, seguramente, pensaba que era su gran
oportunidad para contarle todas aquellas cosas que le habían sucedido durante
la semana. No había nadie más, las calles vacías de domingo en la mañana sirven para la
complicidad, eran solo ellos, ¡cómo no
hablarle!, si las palabras se le atropellaban, no sabía que otras palabras usar
para llamar lo suficiente su atención y que por una vez se diera vuelta y lo
mirara, quizás ni siquiera había reparado en
que su ropa era igual a la que él llevaba, que hasta el jockey era el mismo. Le hablaba fuerte.
El
hombre alto, impasible, ajeno, no dimensionaba
lo difícil que le resultaba alcanzar sus pasos. Por instantes, el hombre
pequeñito parecía cansado pero, seguramente, no quería defraudarlo ni parecer molestoso y provocar su mal genio cuando era un gran
día.
Sus palabras siguieron atropellándose y el hombre alto siguió su camino… con sus pasos
gigantes y sus oídos ausentes. El
pequeñito tratando de entrar en los oídos del hombre alto, en el corazón del
hombre alto, en el recuerdo del hombre
alto…
Fueron desapareciendo y siguieron siendo dos puntos totalmente
identificables pues, el hombre alto continúo caminando rápido y ajeno a la
ansiedad del hombre pequeñito, hasta que
sólo fueron eso, dos puntos que nunca se encontraron…