miércoles, 4 de abril de 2012

Canto XVII

Así que las viñas revientan entre mis dedos
 Y las abejas pesadas de polen
Se mueven tardas en los retoños:
    chirr– chirr– chir-rik –un ronroneo,
Y los pájaros adormilados en las ramas.
    ¡ZAGREUS! ¡IO ZAGREUS!
Con el primer claror pálido del cielo
Y las ciudades encaramadas en sus cerros,
Y la diosa de las bellas rodillas
Andando allí, con los robledales detrás de ella,
La verde ladera, con galgos blancos
        saltando en torno de la diosa;
Y de allí cuesta abajo a la bocana del riachuelo, hasta
    el anochecer,
Agua lisa frente a mí,
    y los árboles en el agua,
Troncos de mármol en la quietud,
Más allá de los palazzi,
        en la quietud,
La luz ahora, no la del sol,
    Crisoprasa,
Y el agua verde claro, y azul claro;
Más a los grandes riscos de ámbar.
            Entre ellos,
Gruta de Nerea
    ella como una gran concha curvada,
Y la barca empujada en silencio,
Sin olor a brea,
Ni gritos de pájaro ni ningún ruido de ola moviéndose,
Ni chapoteo de delfín, ni ningún ruido de ola moviéndose,
Dentro de su gruta, Nerea,
        ella como una gran concha
    curvada
En la suavidad de la roca,
        risco verde-gris a lo lejos,
Cerca, el pórtico de los riscos de ámbar,
Y la ola
    verde claro , y azul claro,
Y la gruta blanca de sal, y púrpura encendida,
    fría, pulida como pórfido,
    la roca carcomida de mar.
Ni grito de gaviota, ni ruido de delfín,
Arena como malaquita, y nada de frío allí,
    la luz no del sol.

Zagreo, alimentando a sus panteras,
    el césped claro como en colinas con luz.
Y bajo los almendros, dioses,
    con ellos, choros nympaharum, Dioses,
Hermes y Atenea,
        Como aguja de compás,
Entre ellos, temblando–
A la izquierda el lugar de los faunos,
        sylva nimpharum;
El bosque en la bajura, maleza de pantano,
    la cierva, el venadito pinto,
    brincaban en las retamas,
        como hoja seca entre amarillas.
Y por un corte de los cerros,
        el gran callejón de los Memnones.
Más allá, el mar, crestas vistas sobre dunas
Mar nocturno batiendo piedrezuelas,
A la izquierda, el callejón de cipreses.
                    Una barca vino,
Un hombre solo manejando su vela,
Gobernándola con un remo enganchado en la borda,
    diciendo:
«        allá en el bosque de mármol,
«        los árboles de piedra –sobre el agua–
«        las parras de piedra–
«        hoja de mármol, sobre hoja,
«        plata, acero sobre acero,
«        espolones de plata alzándose y cruzándose,
«        proa enfilada contra proa,
«        piedra, capa sobre capa
«        la luz de rayos áureos de una tarde».
Borso, Carmagnola, los artífices, i vitrei,
Hacia allá en un tiempo, de tiempo en tiempo,
Y las aguas más ricas que el cristal,
Oro bronceado, el esplendor sobre la plata,
Tarros de pintura la luz de la antorcha,
el relumbre de olas bajo las proas,
y los espolones de plata alzándose y cruzándose.
    Arboles de piedra, blancos y rosi-blancos en
    la sombra,
Cipreses allá junto a las torres,
    Resbalar de la corriente bajo las quillas en la
    noche.
       
        «Entre la sombra el oro
recoge la luz a su alrededor…»

Y ahora supino en la cueva, mitad arqueada zarza,
Un ojo hacia el mar, por aquella mirilla,
Luz gris, con Atenea,
Zothar y su elefante, el taparrabo de oro,
El sistro, agitado, agitado,
            las cohortes de sus bailantes.
Y Aletha, por la concha de a costa,
            con sus ojos en el mar,
        y en sus manos algas de mar
Rebrillantes de sal con la espuma. 
Koré por entre el prado luminoso,
        con polvo verde-gris en la grama:
«Por esta hora, hermano de Circe.»
El brazo sobre mi hombro,
Vi el sol por tres días, el sol leonado,
Como león parado en un arenal;
                y ese día,
Y por tres días, y ni uno después,
Esplendor, como el esplendor de Hermes,
Y desde allí embarcado
            al lugar de piedra,
Blanco pálido, sobre el agua,
                agua conocida,
Y el blanco bosque de mármol, rama doblada sobre
    rama,
La parra tupida de piedra,
Hacía allí Borso, cuando le dispararon la flecha,
Y Carmagnola, entre las dos columnas,
Segismundo, después de aquel naufragio en Dalmacia.
    Crepúsculo como el vuelo del saltamontes. 

Ezra Pound