II
El cielo,
olvidando
su azul entre los humos,
las
nubes, prófugas en jirones,
amanecen
en mi último amor,
animado como el
carmín de un tísico.
Gustoso
cubriré el rugido
de
la multitud,
olvidados
hogar y bienestar.
¡Escuchad!
¡Salid
de las trincheras!
ya
seguiréis luchando.
Aun
si
revolcándose
en sangre, como un Baco,
cunde
la batalla ebria,
aun
entonces no están gastadas las palabras del amor.
¡Queridos
alemanes!
Yo
sé
que
está en vuestros labios
la
Gretchen de Goethe.
El
francés
sonriendo
muere en la bayoneta,
el
aviador también sonríe y se desploma
si
recuerdan
en
el beso la boca
tuya,
Traviata.
Mas no estoy para
esa pulpa de rosas
que
siglos han mascado.
¡Hoy,
caer a nuevos pies!
A
ti te canto,
pintada,
pelirroja.
Tal
vez de estos días,
dolorosos,
filo de bayoneta,
cuando
a los siglos les blanqueen las barbas,
sólo
quedaremos
tú
y
yo,
lanzado
tras de ti de ciudad en ciudad.
Entregada
más allá del mar,
oculta
en la madriguera de la noche,
entre
las nieblas de Londres
te
buscaré con labios lucientes de faroles.
En
el ardor del desierto,
donde
acechan leones extenderás caravanas
y
tú,
bajo
el polvo que levanta el viento
sentirás
mi quemante mejilla de Sahara.
Sonriendo
mirarás:
-¡Qué
gran torero!
Y
yo de pronto
alzaré
mis celos hasta el palco
desde
el ojo moribundo del toro.
Si
te lleva al puente tu paso perdido
y
piensas
que
el río es hermoso,
yo,
Sena
colmado debajo del puente,
llamaré
con
una mueca de dientes cariados.
Yendo
con otro encienden los caballos
la
Strelka, el Sokol'niki:
yo, desde arriba,
como
la luna impero, esperando y desnudo.
Soy
fuerte;
me
necesitan
para
mandarme:
-¡Muere
en la guerra!
Lo
último será
tu
nombre
cuajado
en el labio deshecho por la bala.
¿Acabaré
en un trono?
¿Santa
Elena?
Montando
las oleadas de la vida en tormenta
voy, igual
aspirante
al
dominio del mundo
y
al
grillete.
Me
tocará ser zar:
tu
perfil
en
el oro solar de las monedas
ordenaré
a mi pueblo:
-¡Estampadlo!
Pero
allá,
donde
el mundo se disuelve en tundra,
donde
con el viento norte trafica el río,
en
la cadena rasguñaré un nombre: ¡Lilia!
para
besarlo en la tiniebla del forzado.
¡Escuchen
pues, los que olvidan que el cielo es azul,
erizados
como
fieras!
Éste,
acaso,
es
el amor último del mundo,
amaneciendo como el carmín de un
tísico.