miércoles, 13 de julio de 2011

Travesía


Donde las hojas del cedro dividen el cielo, oí el mar.
En las lizas de zafiro de las colinas
me prometieron una infancia mejorada.

Ceñuda, sancionando al sol,
dejé mi memoria en una hondonada
fortuito piojo, que teje el alforjón,
rocas delantales, congregas peras
en fanegas iluminadas por la luna
y despierta callejuelas con una escondida tos.

Peligrosamente ardió el verano
(me había unido a los recreos del viento).
Las sombras de las peñas alargaron mi espalda:
a los gongs de bronce de mis mejillas
La lluvia se secó sin aroma.

Mira donde la enredadera roja y negra
apuntaló valles pero el viento
murió hablando a través de los tiempos que tú conoces.
Y abrazas, ¡corazón de hollín del hombre!
Así fui volteado de un lado a otro, como tu humo
compila una, demasiado bien conocida, biografía.

La noche era una lanza en la quebrada
Que medra a través de auténticos robles.¿y había yo andado
Los doce decimales particulares del viento?
Tocando un abierto laurel, hallé
A un ladrón debajo, con mi robado libro en la mano.
“¿Por qué estás de nuevo ahí –sonriendo- a un ataúd de hierro?”
, repliqué:
“bajo la constante maravilla de tus ojos”

Cerró el libro. Y desde los Ptolomeos
la arena nos sumió en un resplandeciente abismo.
Una serpiente trazó un vértice para el sol
-en no holladas playas sacó su lengua y tamborileó.
¿Qué fuente escuche? ¿Qué helados discursos?
La memoria, confiada a la página, se había muerto.

 
Hart Crane