domingo, 17 de abril de 2011

Historia de mi vida (fragmento)


En la misma época en que perdí a Chopin, perdí también a mi hermano y de un modo aún más triste: su razón se había extinguido hacía ya un tiempo; el alcohol se apoderó de él, destruyendo su identidad humana, sumergiéndolo entre la idiotez y la locura, pasó sus últimos años peleándose y reconciliándose conmigo, con mis hijos, con su familia y con todos sus amigos. Mientras seguí viéndolo, prolongué su vida agregando agua al vino que le servían, ya que su paladar atrofiado no se daba cuenta. Reemplazaba la calidad por la cantidad, y así su borrachera resultaba más o menos leve, pero con esto yo no hacía más que demorar el minuto fatal en que, al no tener ya el organismo capacidad de reacción, su mente no podría recuperar la lucidez, pasó sus últimos meses evitándome y escribiéndome cartas inenarrables. La revolución de febrero, que ya no podía entender desde ningún punto de vista, dio el golpe de gracia a sus facultades declinantes. Republicanos furioso, al principio le ocurrió lo que a tantos otros que no tenían el justificativo de la locura: tuvo miedo y empezó a imaginarse que el pueblo quería su cabeza. ¡El pueblo!, el pueblo del que provenía, como yo, por su madre, y con el que permanecía en la taberna más de lo necesario para confraternizar, se convirtió en su cuco; me escribió para decirme que sabía de buena fuente que mis amigos políticos querían asesinarlo. ¡Pobre hermano! cuando esta alucinación pasó, vinieron otras que se sucedieron sin pausa, hasta que su imaginación desaforada se aplacó y dio paso al embotamiento de una agonía ya Inconsciente. Los suyos le sobrevivieron. Su hija, madre de tres hermosos niños, aún joven y bella, vive cerca de mí en La Chátre. Es un ser dulce y valeroso, que ha sufrido ya bastante y que no flaqueará en sus obligaciones. Mi cuñada Emilia también vive cerca de mí, en el campo. Víctima durante largo tiempo de los excesos de un ser querido, descansa de sus grandes penurias. Es una amiga leal y perfecta, un alma firme y un espíritu enriquecido con buenas lecturas.
Al relatar las emociones principales de estos años guardó en mi seno otros dolores aún más lacerantes, cuya confesión, suponiendo que pudiese hablar de ellos, no sería de ninguna utilidad en este libro. Fueron calamidades que se me impusieron, por decirlo de algún modo, ya que nada pude hacer para impedirlas. Calamidades que no formaron parte de mi destino atraídas por mi magnetismo personal. En ciertos planos, construimos nuestra propia existencia; en otros, soportamos la que nos construyen los demás. He contado o Insinuado todo aquello que entró en mi vida por mi propia voluntad, o llamado por mis instintos. He dicho cómo superé o padecí las fatalidades de mi propio temperamento. Esto es todo lo que yo quería y debía decir. En cuanto a los sufrimientos mortales que la fatalidad de otros temperamentos hizo recaer sobre mí, ésa es la historia del calvario secreto que padecemos todos, ya sea en la vida privada o en la vida pública, y que debemos soportar en silencio. 
 
George Sand