domingo, 23 de enero de 2011

Sobre el Pesar Ajeno


¿Puedo ver la desventura ajena,
y no entristecerme también?
¿Puedo ver el padecimiento de alguien
sin tratar de aliviarlo afablemente?

¿Puedo ver cómo cae una lágrima
sin sentir que comparto ese dolor?
¿Puede ver un padre que su hijo
llora, sin sentirse henchido de pena?

¿Puede una madre escuchar sentada
el gemido de un niño, el miedo del bebé?
¡No, no! ¡Jamás podría ocurrir!
¡Nunca, nunca podría suceder!
¿Y puede quien le sonríe a todo
escuchar el piar dolorido de los pichones,
las quejas y los reclamos del pajarito,
los gemidos que los bebés emiten?

¿Sin sentarse al costado del nido para
derramar piedad sobre sus pechos;
sin sentarse junto a la cuna
para sumar su lágrima a las del niño?
¿Y no pasar la noche y el día
enjugando todas nuestras lágrimas?
¡Oh, no! ¡Jamás podría ocurrir!
¡Nunca, nunca podría suceder!

Quien brinda a todos su alegría,
se vuelve un niño pequeño,
se vuelve un hombre de pesares,
comparte lo que significa la pena.
No pienses que puedes emitir un suspiro
sin que tu creador acuda a tu lado;
no pienses que puedes verter una lágrima
sin que tu hacedor se te aproxime.
¡Oh! Él nos concede la alegría
para que nuestra pena destruya;
y mientras los pesares no se esfuman
junto a nosotros se queda a lamentarlos.

William Blake de Cantares de inocencia