martes, 23 de noviembre de 2010

Las olas (fragmento)

«Me he puesto a correr», dijo Jinny, «después de desayunar. He visto que las hojas se agitaban en un orificio del seto. He pensado: "Es un pájaro en su nido." Las hojas han seguido moviéndose. He tenido miedo. Corriendo, he pasado ante Susan, ante Rhoda, Neville y Bernard, que hablaban junto a la caseta de las herramientas. Lloraba mientras corría más y más aprisa. ¿Qué ha movido las hojas? ¿Qué mueve mi corazón, mis piernas? Y he entrado bruscamente aquí, viéndote verde como un arbusto, como una rama, muy quieto, Louis, con la mirada fija. “¿Está muerto?”, he pensado, y te he besado, saltándome el corazón, bajo el vestido de color de rosa, como las hojas, que siguen moviéndose aunque nada hay que las mueva. Ahora huelo a geranios, huelo al mantillo de la tierra. Bailo. Ondulo. Me encuentro arrojada sobre ti, como una red de luz. Yacente tiemblo, sobre ti arrojada.»
«Por entre el claro en el seto», dijo Susan, «vi cómo Jinny le besaba. Alcé la cabeza inclinada sobre la maceta, y miré por el claro en el seto. Vi cómo Jinny le besaba. Los vi, a Jinny y a Louis, besándose. Ahora envolveré mi angustia en el pañuelo que siempre llevo en el bolsillo. Y la angustia quedará prietamente apretujada, en una pelota. Sola iré al bosque de hayas, antes de clase. No me sentaré a la mesa para hacer sumas. No me sentaré al lado de Jinny, no me sentaré al lado de Louis. Cogeré mi angustia, y la dejaré sobre las raíces, bajo las copas de las hayas. La examinaré y la cogeré con las puntas de los dedos. No me descubrirán. Comeré nueces y buscaré huevos entre las zarzas, se me amazacotará el cabello, dormiré bajo un arbusto, beberé agua de charca y allí moriré.»
«Susan ha pasado junto a nosotros», dijo Bernard. «Ha pasado ante la puerta de la caseta de las herramientas, con el pañuelo prietamente apelotonado.No lloraba, pero sus ojos, tan hermosos, se habían achicado, como se achican los de los gatos antes de saltar. La seguiré, Neville. Iré despacio tras ella, para estar presto, con mi curiosidad, a fin de confortarla cuando estalle y en su rabia piense: “Estoy sola.”
»Ahora cruza el campo, contoneándose indiferente, para engañarnos. Llega a la depresión; cree que nadie la ve; echa a correr con los puños crispados ante sí. Se le hunden las uñas en el pañuelo apelotonado. Se dirige hacia el bosque de hayas, fuera de la luz. Abre los brazos al llegar a las pavas y se zambulle en las sombras como una nadadora. Pero se ha quedado ciega tras la luz y tropieza y se arroja sobre las raíces, bajo las copas de los árboles, donde la luz parece jadear, naciendo y extinguiéndose, naciendo y extinguiéndose. Las ramas respiran fuerte, arriba y abajo. Hay angustia ahí. Las raíces forman un esqueleto en la tierra, con hojas muertas amontonadas en los rincones. Susan ha derramado su angustia.
El pañuelo yace en las raíces de las hayas, y Susan solloza, ovillada donde ha caído.»
«He visto cómo Jinny le besaba», dijo Susan.«He mirado por entre las hojas y la he visto. Entró bailando, moteada de diamantes, leves como el polvo. Y yo soy chaparra, Bernard, chaparra y baja. Tengo ojos que miran muy de cerca el suelo y ven insectos en la hierba. La amarilla calidez de mi costado se tornó piedra, cuando vi que Jinny besaba a Louis. Comeré hierba y moriré en cualquier charca de agua parda, con podridas hojas muertas.»
«Te he visto ir hacia allá», dijo Bernard. «Al pasar junto a la puerta de la caseta, te he oído gritar: "Soy desdichada." He dejado el cuchillo. Con Neville tallaba barquitos en un leño. Y voy despeinado porque, cuando la señora Constable me ha dicho que me peinara, había una mosca en una telaraña, y he preguntado: “¿Devuelvo la libertad a la mosca? ¿Dejo que la araña la devore?” Por esto siempre llego tarde. Voy despeinado, con astillas de madera en el pelo. Al oír que llorabas te he seguido, y he visto cómo dejabas en el suelo el pañuelo apelotonado, con tu rabia y tu odio en él. Pero esto pronto cesará. Nuestros cuerpos están cerca el uno del otro ahora. Oyes mi respiración. También veo el escarabajo que lleva una hoja sobre el dorso.
Avanza en una dirección y luego en otra, de manera que incluso tu deseo, mientras contemplas el escarabajo, de poseer algo único (ahora es Louis) se ve obligado a vacilar, como la luz que va y viene por entre las hojas del haya. Y entonces las palabras que se mueven tenebrosas en las profundidades de tu mente romperán este nudo de dureza, contenido en tu pañuelo.»
«Amo», dijo Susan, «y odio. Sólo una cosa deseo. Mi mirada es dura. La mirada de Jinny se quiebra en cien mil luces. Los ojos de Rhoda son como esas pálidas flores a las que acuden las polillas al atardecer. Los tuyos crecen y rebosan, pero nunca se quiebran. Sin embargo estoy ya empeñada en mi búsqueda y mi propósito. Veo insectos en la hierba. Pese a que mi madre todavía me hace blancos calcetines de punto y me cose dobladillos en los delantales, y pese a que aún soy una niña, amo y odio.»
«Pero cuando estamos sentados cerca», dijo Bernard, «tú y yo nos fundimos el uno en el otro gracias a las frases. Quedamos ribeteados de niebla. Formamos un territorio sin sustancia.»
«Veo el escarabajo», dijo Susan. «Veo que es negro, veo que es verde. Estoy limitada a palabras sueltas. Pero tú puedes alejarte, te escapas, te elevas más alto, con las palabras y palabras en frases.»

Virginia Woolf