viernes, 12 de marzo de 2010

El umbral del hacer infinito

Muchos van por la vía rosa sembrando señales marchitas;
ay ay de quienes callan y luego existen (o existir fingen);
los mayores secretos se extravían
con el naufragio existencial del hombre.
Algo de muerte tiene el silencio, y dentro del sarcófago la palabra yace
estéticamente encubierta tras sonrisas de humo,
el elixir del entorno estrujado, el clamor de los labios zurcidos,
poliedro coloreado de rojo-blanco/negro-rojo,
y la pócima indulgente que borra manchas de las manos;
todo se reduce a ese afónico misterio por quien se hiere y asesina:
el silencio de los que buscan la gloria antes de la muerte.
Se echan a volar verdades como palomas espantadas
que sobrevuelan las plazuelas de la razón y el absurdo
(donde el origen confluye con el extremo eviterno del cosmos)
rompen el aire con el buche vacío, ávido de utopías estelares,
aterrizando en medio de escombros/ nada, son lejanas ontologías!
ay ay sólo pillan las migajas que arroja doña mentira
y regresan henchidas a la mudez de su nido.
Empollados y envueltos en un cascarón de acero/
¡linaje degradante sin boca y sin verbo!
la humanidad emplumada se autoimpone la condena;
dentro del óvalo resuenan los ecos (algo semejante a la voz fracasada)
que chocan con sus frentes y giran giran ay ay y nada dicen.
Y se oye y se aprecia la quiebra en la curvatura…es él…el redentor
de las señales atadas, puño inflexible de la voz sin eco…es él
la criatura nada quietud y todo sentido…redentor atemporal de los élitros caídos,
ilegítimo miembro de una supuesta bandada que vuela y vuela y llega al mismo punto.
Porque es llama y maldición, revuelo, amalgama; hereje del declive del destino;
naviero a la deriva, en ola y en viento, más allá de lo numerosamente imaginable;
encendaja que arde con piel, con piel de polvo de aire y de árbol,
con la sangre que mana de los astros alegóricos;
con el tacto de la hoja crujiente o el llanto de los grillos cuando atracan la calma
y con el sabor de la monstruosidad tangible que se liba con un verso.
Va por ahí, desplegándose cual sombra en los brazos de la noche,
acarreando en los bolsillos nada más que fragmentos de sueño;
las palomas callan porque cargan con dulces falsedades/
que apetitosa y vomitiva fantasía!
más el niño segregado de la estática genealogía,
roba las migajas y las devuelve libertarias.
Que no enclaustra el idioma en las mazmorras de la inconsciencia
que del cieno forja otras tantas criaturas,
que con la tinta entre sus venas se desangra por las calles,
que lactó del seno tierno del albedrío ilimitado (claro pero nevado de espinas).
Y se le incrustó en el palpitante violeta como eclipse afilado
la saeta que el propio Eros dejó caer en un fatal descuido
haciéndole amar lo imposible…en aquel bendito principio,
cuando despertaron de su espectral letanía: la respuesta simple,
el enigma bajo las piedras, la boca abierta de la tierra, los azules y los verdéales,
la caricia infinita, el consuelo de los que ya no existen y de los que jamás lo quisieron,
el oráculo devastador ya pasado y ya presente,
la explosión del bufón incomprendido y su alarmante etiqueta,
la alegría miserable de una máscara,
la vibración del tiempo hecho camino entre el primer y último paso.
¡Ah, aquel bendito principio!
en cuanto supo que a centímetros fluía algún respiro notó su kilométrica soledad;
una tras otra sístole y diástole reventaban en el pecho mientras la testa danzaba desorbitada;
y no fue un instante: fue el cardio quien impuso la lírica decisión
gotas de azufre disparadas desde el cielo y lumínicas estalagmitas que enarboló la hondura
ni manos que esfumaran las notas del preludio
ni un cráneo sereno para extraerle el vaticinio
(pues esa es la perdición del hombre: tratar de adivinar y no armar su suerte);
fue el seductor motín de su esencia mortal: un refugio, un caos, una fuga…
idear planetas con letras desangradas
es el mañana del ayer y el hoy de los genios atormentados por sus obras.
Que no sea bardo, que no sea, piaron al unísono las incontables palomas,
será gestor de empapeladas pesadillas y delator de las blindadas confesiones,
arrojará pistas por la mente desierta y por la nada en que abunda el espíritu,
siendo el ave sin vuelo seguirá solo hasta el umbral en que se espera la desnudez del
universo,
con preguntas por almohada y angustia y sed y calvicie
procurará regresarle el extinto núcleo a la cáscara de todas las cosas.
Y bien, palomas:
quizás el silencio sea la vía obligada para sobrevivir al parricidio
pero la palabra es el glorioso portal hacia la inmortalidad del alma.

Esmeralda Rovinovic