¿Y ahora? ¿Qué soy? ¿Qué eres? La iridiscente
pesadilla del hermoso infierno
inflamó la cicatriz. La luz amada y temida
floreció en el relámpago. Desnudo
estamos
ante el universo crecido y hemos
madurado antes de tiempo.
¿Qué es ese ojo que llaman sol? Creo en
una bebida
de olvidado sabor en los huesos. Así se
lustran la lengua
los que vuelven. Los que destapan el lecho
donde durmió el
cuerpo encantado por indescifrables artificios.
Di tú que sabes de artes comunicantes,
fiel a tus amigos
ventrílocuos y a magos amantes de rosas cultivadas en el
jardín de las levitaciones,
Di tú, mujer y fidelidad –lo difícil–, grano
dorado y estrella de
corazón abierto,
¿Nos recibe el universo o nos rechaza?
¿Tienen alguna puerta las
murallas que nos esperan?
Tú sabes, soy el escorpión de la duda y
apenas si algo aprendí en
La flagelante academia de las llamas.
Mi corazón estuvo vacío y tú eras la
fabulosa leyenda de la haz
Flotando sobre las aguas, la
creación urdida, amada por mí en
esa profundidad sin nombre.
Tú, fidelidad. Yo, escorpión. El signo
está en las líneas centrales
de mis manos y también en mi nombre.
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Era bello el infierno en la
metamorfosis.
¿Entiendes? Animales y pájaros
convertidos en países, en
ciudades, en lenguajes.
La tempestad de cabellos plomizos no
envejecía en los espejos,
Jóvenes huracanes se abrían en el cielo
de la lengua
Entre tú y yo y esas llamas que me
lamían desde lejos.
No cuchillos calientes sino tierna
belladona
O miel en metamorfosis en varias
clepsidras.
“El tiempo, tu tiempo”, decía el coro
Mientras
Tú que eras la inmensidad perdida
entrabas
En frías mansiones por escalas líquidas,
Tal vez en el agua de la muerte en la
ausencia.
Desposada entre hachas ardientes,
Con mi corazón puesto en el dedo como un
anillo.
Sola, estrella perseguida por pájaros en
invierno.
Y yo en la luminosidad para ciegos
Más
solo
Que el dios dormido entre helechos
sonrientes.
Rosamel del Valle