jueves, 12 de noviembre de 2009
Escorpión
La luz inyecta su fuente de vida en los ojos del escritor arrepentido de tener buena vista, dentro de ese árbol mohoso y viejo, permanece largo rato escribiendo nuevos mundos sacados de otros ya existentes, las ramas se han fortalecido con su propio néctar y las raíces se han enterrado en la tierra ante las miradas de los demás, el reloj de arena se vacía y de nuevo aparece como neblina ese olor a tinta y a madera convertida en papel, se ha transformado en un adicto al espeso líquido tanto que cuando quiso parar, se cortaba los tendones de las manos para que la locura (esa que llaman inspiración) lo dejara en paz por un momento en ese tibio refugio sólo para locos. Hubo veces que era tanto su dolor de cabeza que era casi obligado por una fuerza extraña a transmitir sus pensamientos a una hoja de papel dejando libre su mano a cualquiera aberración.
Durante mucho tiempo se quedó observando como un arácnido a los demás árboles, y se dio cuenta que muchos de ellos pudrían la tierra de sus hermanos, pero que después unían sus ramas por los aires como dos mariposas haciendo el amor. Otros tenían varias flores que después de poco tiempo daban jugosos frutos que eran comidos por todos los habitantes, pero no se acercaban a esos antiguos manjares prohibidos, esos que los mismos dioses maldijeron, las manzanas eternas del edén.
Escucha tocar a su puerta, reza para que no sean sus personajes a cobrar venganza por todas esas veces que los asesinó y desquició desde su cuna, se dirige lentamente a la rectangular puerta para mover la perilla de toques dorados, abre precavidamente y se asoma sólo extendiendo su cabeza hacia afuera, no hay nada, sólo se escucha el sonido de un grillo susurrando una canción que no entiende, va a cerrar la puerta pero ve en el suelo un pequeño frasco de tinta color rojo que dice con letras grandes: “TÓXICO”, entra de nuevo y toma una de las plumas de los tantos colibríes muertos y comienza a escribir su biografía, para que ningún otro ser bípedo quiera hacerse famoso con su memoria, al terminar aprieta el frasco observándolo por todos lados y se lo toma como esa primera vez que bebió alcohol, derramando por toda su boca, mientras se está ahogando con sus criticados textos, mientras se convierte en abono para el único árbol que creció solo, el único que decidió vivir siendo un ser casi inmortal.
Desmond