martes, 17 de abril de 2012

Década

Cuando viniste, tú eras semejante al vino tinto y a la miel
Y el gusto de ti encendió mi boca con su dulzura
Ahora eres como el pan de la mañana,
Suave y placentera,
Apenas te degusto, puesto que conozco tu sabor
Pero sin embargo estoy completamente saciada.

Amy Lowell

Interludio

Cuando haya cocinado deliciosos pastelillos
Y gratinado verdes almendras para verterlas en ellos,
Cuando haya quitado las verdes coronas de las fresas
Y las haya apilado, haciéndolas mirar al cielo
Dentro de una fuente amarilla y azul,
Cuando haya alisado las arrugas en el tejido
En que he estado trabajando
¿Qué entonces?
Mañana será igual
Pasteles y fresas
Y agujas entrando y saliendo de la tela.
Si el Sol es hermoso alumbrando los ladrillos y el peltre
Cuánto más hermosa es la Luna
Inclinándose sobre las ramas de un ciruelo.
La Luna,
Hamacándose a lo largo de un lecho de tulipanes
La Luna
Quieta
Sobre tu rostro.
Tú brillas, amada
Tú y la Luna
Pero, ¿cuál es el reflejo?
El reloj está dando las once
Entonces pienso que cuando hayamos
Cerrado y trancado la puerta
La noche, fuera, seguirá oscura.

Amy Lowell

La veleta apunta al sur

Separo tus hojas, 
Una por una: 
Las rígidas, amplias hojas exteriores, 
Las más pequeñas, 
Agradables de tocar, regadas de color púrpura; 
Las hojas exteriores barnizadas, 
Una por una 
Te separo desde tus hojas, 
Hasta que, como una flor blanca, te enderezas 
Balanceándote ligeramente en el viento del atardecer. 

Amy Lowell

Otoño


Me trajeron una dalia amarilla
Opulenta y majestuosa
Oro rotundo
Proyectada de un tallo verde y pálido
Oro rotundo y acabado
Maduro
Meticulosamente suntuosas y ardientes
Un rayo de solemnidad
Fecundidad ataviada de sugestivo amarillo
Para que todo el mundo la vea
Me trajeron una dalia amarilla
A mí, que soy estéril e infecunda;
¿Te la enviaré a ti
-Tú, que te has llevado contigo
Todo lo que una vez poseí?

 Amy Lowell

Stanza II


Pienso muy bien de Susan pero no sé su nombre
Pienso muy bien de Ellen pero lo que no es lo mismo
Pienso muy bien de Paul le digo que no lo haga
Pienso muy bien de Francis Charles pero lo hago
Pienso muy bien de Thomas pero no no lo hago
Pienso muy bien de no muy bien de William
Pienso muy bien de cualquier muy bien de él
Pienso muy bien de él.
Es notable qué rápido aprenden
Pero si aprenden y es muy notable qué rápido aprenden
Supone no sólo sino por y por
Y pueden no sólo estar no aquí
Sino no ahí
Lo cual después de todo no supone ninguna diferencia
Después de todo esto no supone ninguna no supone ninguna diferencia
Agrego agregado eso a eso.
Bien podría estar podría y estar aquí.

Gertrude Stein

13 consejos para escribir


Número Uno: Hace dos años, cuando escribí las primeras de estas tareas, era más o menos el tiempo de mi método de escritura “egg timer” (avisador). He aquí el método: cuando no quieres escribir, pon en el avisador en una hora (o en media hora) y siéntate a escribir hasta que el cronómetro suene. Si todavía odias escribir, eres libre en una hora. Pero, normalmente, para cuando suene la alarma, estarás tan involucrado en tu trabajo, disfrutándolo tanto, que seguirás adelante. En vez de un avisador, puedes poner una lavadora, o secadora y úsalas para cronometrar tu trabajo. Alternar la tarea mental que supone escribir con la física de hacer la colada y lavar los platos, te proporcionará las pausas que necesitas para que te lleguen nuevas ideas y percepciones. Si no sabes qué es lo siguiente que va a ocurrir en la historia... limpia el baño. Cambia las sábanas. Por el amor de Dios, quítale el polvo al ordenador. Una idea mejor llegará.

Número dos: Tu audiencia es más lista de lo que imaginas. No temas experimentar con las formas de la historia ni con los cambios en el tiempo. Mi teoría personal es que los lectores jóvenes se distancian de la mayoría de los libros no porque esos lectores sean más tontos que los del pasado, sino porque el lector de hoy es más listo. Las películas nos han hecho muy sofisticados para la narración. Y tu audiencia es mucho más complicada de impactar de lo que puedas imaginar.

Número tres: Antes de sentarte a escribir una escena, medítala y conoce el propósito de dicha escena. ¿Qué situaciones establecidas en escenas anteriores salda? ¿Qué establece para escenas posteriores? ¿Cómo activa tu trama? Cuando estés trabajando, conduciendo, haciendo ejercicio, mantén sólo esta cuestión en tu mente. Toma notas conforme tengas ideas. Y sólo cuando estés decidido acerca de los huesos de la escena, entonces siéntate y escríbela. No vayas a ese aburrido y polvoriento ordenador sin algo en la mente. Y no hagas que tu lector camine trabajosamente a través de una escena en la que pasa muy poco o nada.

Número cuatro: Sorpréndete a ti mismo. Si puedes llevar la historia –o dejarla que ella te lleve a ti– a un lugar que te asombre, entonces puedes sorprender a tu lector. Cuando llegas a ver cualquier sorpresa bien planeada, las posibilidades son que también la verá tu sofisticado lector.

Número cinco: Cuando te atasques, vuelve y lee los capítulos anteriores, buscando personajes o detalles que puedas resucitar como “armas enterradas”. Al final de estar escribiendo “El club de la lucha”, no tenía ni idea de qué era lo que iba a hacer con el edificio de oficinas. Pero releyendo el primer capítulo, encontré el comentario desperdiciado sobre mezclar nitro con parafina y como eso era un método incierto para fabricar explosivos plásticos. Esa tonta acotación (... la parafina nunca me ha funcionado...) fue la perfecta “arma enterrada” para resucitarla al final y salvar mi culo de narrador.

Número seis: Utiliza el escribir como una excusa para hacer una fiesta cada semana –incluso aunque llames a esa fiesta un “taller”. Cada vez que pasas tiempo entre otra gente que valora y apoya la escritura, eso compensará esas horas que gastas a solas, escribiendo. Incluso si algún día vendes tu trabajo, ninguna cantidad de dinero te compensará del tiempo que pasas a solas. Así coge tu “cheque” por adelantado, haz de la escritura una excusa para estar con gente alrededor. Cuando llegues al final de tu vida, confía en mí, no mirarás atrás y saborearás los momentos que pasaste a solas.

Número siete: Permítete mantenerte en el “No Saber”. Este pequeño consejo viene a través de un centenar de gente famosa, a través de Tom Spanbauer hasta mí y ahora, tú. Cuanto más tiempo puedas permitirle a una historia que tome forma, mejor forma tendrá. No apresures o fuerces en final de una historia o un libro. Todo lo que tienes que conocer es la próxima escena, o unas pocas próximas escenas. No tienes que conocer cada momento hasta el final, de hecho, si lo haces, será terriblemente aburrido de ejecutar.

Número ocho: Si necesitas más libertad en la historia, entre borrador y borrador, cambia los nombres de los personajes. Los personajes no son reales, y ellos no son tú. Por el hecho de cambiar sus nombres arbitrariamente, consigues la distancia que necesitas para torturarlo de veras. O peor, bórralo, si eso es lo que la historia necesita de verdad.

Número nueve: Hay tres tipos de discurso –no sé si esto es VERDAD, pero lo oí en un seminario y tenía sentido. Estos tipos son: Descriptivo, Imperativo y Expresivo. Descriptivo: “El sol se levantó alto...” Imperativo: “Camina, no corras...” Expresivo: “¡Ay!” La mayoría de los escritores de ficción utilizarán sólo uno –dos, todo lo más. Así que, usa los tres. Mézclalos. Es como la gente habla.

Número diez: Escribe el libro que quieres leer.

Número once: Hazte ahora fotos de autor, con chaqueta, mientras eres joven. Y hazte con los negativos y el copyright de esas fotos.

Número Doce: Escribe sobre los temas que realmente te preocupan. Esas son las únicas cosas sobre las que merece la pena escribir. En su curso, llamado “Escritura peligrosa”, Tom Spanbauer enfatiza que la vida es demasiado preciosa como para desperdiciarla escribiendo historias insulsas y convencionales las cuales no tienen ningún lazo personal contigo. Hay tantas cosas de las que Tom habló, pero sólo puedo medio recordar: el arte de “manumisión” que no puedo deletrear, pero que entendí que significaba el cuidado que utilizas al mover a un lector a través de una historia. Y “sous conversation”, el cual me hice la idea de que significaba el mensaje escondido, enterrado entre la historia obvia. Como no me siento cómodo describiendo temas, sólo medio entiendo. […]

Número Trece: Otra historia de escaparates de navidad. Casi cada mañana, desayuno en el mismo restaurante, y esta mañana un hombre estaba pintando el escaparate con dibujos navideños. Hombres de nieve. Copos de nieve. Campanas. Santa Claus. Él permanecía de pie, fuera, en la acera, pintando con pinturas de diferentes colores. Dentro del restaurante, los clientes y los camareros observaban como esparcía pintura roja y blanca y azul en el exterior de la gran ventana. Tras él, la lluvia cambió a nieve, cayendo de un lado a otro en el viento. El pelo del pintor era de todos los tonos de gris, y su cara, flácida y arrugada como el culo vacío de sus vaqueros. Entre colores, paró para beber algo de un vaso de papel. Observándolo desde el interior, comiendo huevos y tostadas, alguien dijo que era triste. Este cliente dijo que el hombre era, probablemente, un artista fracasado. Que lo del vaso de papel, probablemente sería whisky. Que probablemente tenía un estudio lleno de pinturas fracasadas y ahora vivía de decorar escaparates de restaurantes y tiendas. Triste, triste, triste. Este pintor siguió poniendo colores. Todo el blanco nieve primero. Entonces algunas extensiones de rojo y verde. Entonces unas líneas de negro que delimitaban las formas de colores y las convertían en paquetes y árboles. Un camarero caminó por el restaurante, sirviendo café a la gente, y dijo, “Es tan bonito. Ojalá yo pudiera hacer algo así...” Y tanto si envidiábamos como si nos daba pena el camarero en el frío, él siguió pintando. Añadiendo detalles y capas de color. Y no estoy seguro de cuándo pasó, pero en algún momento ya no estaba allí. Las pinturas por sí mismas eran tan ricas, llenaron tan bien la ventana, los colores tan brillantes, que el pintor se había ido. Tanto si era un fracasado como un héroe. Él había desaparecido, se había largado a donde fuera, y todo lo que estábamos viendo era su trabajo.

Chuck Palahniuk

Los detectives salvajes [Fragmento]

Laura Jauregui, Tlalpan, Mexico DF, marzo de 1977. Antes de marcharse vino a mi casa. Debían de ser las siete de la tarde. Yo estaba sola, mi madre había salido. Arturo me dijo que se iba y que ya no iba a volver. Le dije que le deseaba suerte, pero ni siquiera le pregunté adonde se iba. Creo que él me preguntó por mis estudios, qué tal me iba en la universidad, en Biología. Le dije que estupendo. Me dijo: he estado en el norte de México, en Sonora, creo que también en Atizona, pero la verdad es que no lo sé. Eso dijo y luego se rió. Una risa corta y seca, como de conejo. Sí, parecía drogado, pero a mí me consta que él no se drogaba. Ulises Lima sí, ése tomaba lo que fuera y además, qué curioso, apenas se le notaba y una no podía nunca asegurar cuándo Ulises estaba drogado y cuándo no. Pero Arturo era muy distinto, él no se drogaba, si no lo sé yo quién lo va saber. Y después volvió a decirme que se iba. Y yo le dije, antes de que él siguiera, que me parecía magnífico, no hay nada como viajar y conocer mundo, ciudades distintas y cielos distintos, y él me dijo que el cielo era igual en todas partes, las ciudades cambiaban pero el cielo era el mismo, y yo le dije que eso no era verdad, que yo creía que no era verdad y que además él mismo tenía un poema en donde hablaba de los cielos pintados por el Dr. Atl, diferentes de otros cielos de la pintura o del planeta o algo así. La verdad es que ya no tenía ganas de discutir. Al principio había fingido que no me interesaban sus planes, su plática, todo lo que tuviera que decirme, pero luego descubrí que en realidad no me interesaba, que todo lo que tenía que ver con él me aburría sobremanera, que lo que verdaderamente quería era que se marchara y me dejara estudiar tranquila, esa tarde tenía mucho que estudiar. Y entonces él dijo que le daba tristeza viajar y conocer el mundo sin mí, que siempre había pensado que yo iría con él a todas partes, y nombró países como Libia, Etiopía, Zaire, y ciudades como Barcelona, Florencia, Avignon, y entonces yo no pude sino preguntarle qué tenían que ver esos países con esas ciudades, y él dijo: todo, tienen que ver en todo, y yo le dije que cuando fuera bióloga ya tendría tiempo y además dinero, porque no pensaba dar la vuelta al mundo en autostop ni durmiendo en cualquier sitio, de ver esas ciudades y esos países. Y él entonces dijo: no pienso verlos, pienso vivir  en ellos, tal como he vivido en México. Y yo le dije: pues allá tú, que seas feliz, vive en ellos y muérete en ellos si quieres, yo ya viajaré cuando tenga dinero. Entonces te faltará tiempo, dijo él. No me faltará tiempo, dije yo, al contrario, seré dueña de mi tiempo, haré con mi tiempo lo que me dé la gana. Y él dijo: ya no serás joven. Lo dijo casi a punto de llorar, y verlo así, tan amargado, me dio coraje y le grité: a ti qué te importa lo que haga con mi vida, con mis viajes o con mi juventud. Y él entonces me miró y se dejó caer en un asiento, como si de improviso se diera cuenta de que estaba muriéndose de cansancio. Murmuró que me amaba, que nunca me podría olvidar. Después se levantó (veinte segundos después de hablar, a lo sumo) y me dio una bofetada en la mejilla. El sonido resonó en toda la casa, estábamos en la primera planta pero yo oí cómo el sonido de su mano (cuando la palma de su mano ya no estaba en mi mejilla) subía por las escaleras y entraba en cada una de las habitaciones de la segunda planta, se descolgaba por las enredaderas, rodaba como muchas canicas de cristal por el jardín. Cuando reaccioné cerré el puño derecho y se lo estampé en la cara. Él apenas se movió. Pero su brazo fue lo suficientemente rápido como para propinarme otra bofetada. Hijo de puta, le dije, maricón, cobarde, y lancé un ataque descoordinado de puñetazos, arañazos y patadas. Él no hizo nada para esquivar mis golpes. ¡Masoca de mierda!, le grité y seguí golpeándolo y llorando, cada vez más fuerte, hasta que las lágrimas sólo me permitieron ver brillos y sombras, pero no una imagen determinada del bulto contra el que se estrellaban mis golpes. Después me senté en el suelo y seguí llorando. Cuando levanté la vista Arturo estaba junto a mí, la nariz le sangraba, lo recuerdo, un hilillo de sangre bajaba hasta el labio superior y de allí hasta la comisura y de allí hasta la barbilla. Me has hecho daño, dijo, esto duele. Lo miré y parpadeé varias veces. Esto duele, dijo él y suspiró. ¿Y tú a mí qué?, dije yo. Entonces él se agachó y quiso tocarme la mejilla. Yo di un salto. No me toques, le dije. Perdóname, dijo. Ojalá te mueras, dije. Ojalá me muera, dijo él, y luego dijo: seguro que me voy a morir. No estaba hablando conmigo. Yo me puse a llorar otra vez, y a medida que lloraba cada vez tenía más ganas de llorar, y lo único que era capaz de decir era que se fuera de mi casa, que desapareciera, que no volviera a poner los pies allí nunca más. Lo oí suspirar y cerré los ojos. La cara me ardía pero más que dolor lo que sentía era humillación, era como si hubiera recibido las dos bofetadas en mi orgullo, en mi dignidad de mujer. Supe que nunca se lo iba a perdonar. Arturo se levantó (estaba de rodillas a mi lado) y lo oí dirigirse al baño. Cuando volvió se enjugaba la sangre de la nariz con un trozo de papel higiénico. Le dije que se fuera, que ya no quería volver a verlo. Me preguntó si ya estaba más calmada. Contigo nunca voy a estar calmada, le dije. Entonces él se dio media vuelta, tiró el pedazo de papel manchado de sangre (como la compresa de una puta drogadicta) al suelo y se marchó. Aún permanecí unos minutos más llorando. Intenté pensar en todo lo que había pasado. Cuando me sentí mejor me levanté, fui al baño, me miré al espejo (tenía la mejilla izquierda enrojecida), me preparé un café, puse música, salí al jardín a comprobar que la puerta estuviera bien cerrada, luego fui a buscar algunos libros y me instalé en el salón. Pero no podía estudiar así que llamé por teléfono a una amiga de la facultad. Por suerte la encontré. Durante un rato estuvimos platicando de cualquier cosa, ya no me acuerdo de qué, de su novio, creo, y de repente, mientras ella hablaba vi el pedazo de papel higiénico que Arturo había utilizado para limpiarse la sangre. Lo vi tirado en el suelo, arrugado, blanco con pintas rojas, un objeto casi vivo, y sentí unas náuseas enormes. Como pude le dije a mi amiga que tenía que dejarla, que estaba sola en mi casa y que estaban llamando a la puerta. No abras, me dijo, puede ser un ladrón o un violador o más probablemente ambas cosas. No abriré, le dije, sólo voy a ir a ver quién es. ¿Tiene barda tu casa?, dijo mi amiga. Una barda enorme, dije. Luego colgué y atravesé el salón rumbo a la cocina. Allí no supe qué hacer. Fui al baño de abajo. Corté un trozo de papel higiénico y volví al salón. El papel ensangrentado seguía allí pero no me hubiera extrañado encontrarlo ahora debajo de un sillón o bajo la mesa del comedor. Con el papel que tenía en la mano cubrí el papel ensangrentado de Arturo y luego lo cogí todo con dos dedos, lo llevé al water y tiré de la cadena.

Roberto Bolaño

Los detectives salvajes [Fragmento]


Joaquin Font, Clinica de Salud Mental El Reposo, camino del Desierto de los Leones, en las afueras de Mexico DF, enero de 1977. Hay una literatura para cuando estás aburrido. Abunda. Hay una literatura para cuando estás calmado. Ésta es la mejor literatura, creo yo. También hay una literatura para cuando estás triste. Y hay una literatura para cuando estás alegre. Hay una literatura para cuando estás ávido de conocimiento. Y hay una literatura para cuando estás desesperado. Esta última es la que quisieron hacer Ulises Lima y Belano. Grave error, como se verá a continuación. Tomemos, por ejemplo, un lector medio, un tipo tranquilo, culto, de vida más o menos sana, maduro. Un hombre que compra libros y revistas de literatura. Bien, ahí está. Ese hombre puede leer aquello que se escribe para cuando estás sereno, para cuando estás calmado, pero también puede leer cualquier otra clase de literatura, con ojo crítico, sin complicidades absurdas o lamentables, con desapasionamiento. Eso es lo que yo creo. No quiero ofender a nadie. Ahora tomemos al lector desesperado, aquel a quien presumiblemente va dirigida la literatura de los desesperados. ¿Qué es lo que ven? Primero: se trata de un lector adolescente o de un adulto inmaduro, acobardado, con los nervios a flor de piel. Es el típico pendejo (perdonen la expresión) que se suicidaba después de leer el Werther. Segundo: es un lector limitado. ¿Por qué limitado? Elemental, porque no puede leer más que literatura desesperada o para desesperados, tanto monta, monta tanto, un tipo o un engendro incapaz de leerse de un tirón En busca del tiempo perdido, por ejemplo, o La montaña mágica (en mi modesta opinión un paradigma de la literatura tranquila, serena, completa), o, si a eso vamos, Los miserables o Guerra y paz. Creo que he hablado claro, ¿no? Bien, he hablado claro. Así les hablé a ellos, les dije, les advertí, los puse en guardia contra los peligros a que se enfrentaban. Igual que hablarle a una piedra. Otrosí: los lectores desesperados son como las minas de oro de California. ¡Más temprano que tarde se acaban! ¿Por qué? ¡Resulta evidente! No se puede vivir desesperado toda una vida, el cuerpo termina doblegándose, el dolor termina haciéndose insoportable, la lucidez se escapa en grandes chorros fríos. El lector desesperado (más aún el lector de poesía desesperado, ése es insoportable, créanme) acaba por desentenderse de los libros, acaba ineluctablemente convirtiéndose en desesperado a secas. ¡O se cura! Y entonces, como parte de su proceso de regeneración, vuelve lentamente, como entre algodones, como bajo una lluvia de píldoras tranquilizantes fundidas, vuelve, digo, a una literatura escrita para lectores serenos, reposados, con la mente bien centrada. A eso se le llama (y si nadie le llama así, yo le llamo así) el paso de la adolescencia a la edad adulta. Y con esto no quiero decir que cuando uno se ha convertido en un lector tranquilo ya no lea libros escritos para desesperados. ¡Claro que los lee! Sobre todo si son buenos o pasables o un amigo se los ha recomendado. Pero en el fondo ¡lo aburren! En el fondo esa literatura amargada, llena de armas blancas y de Mesías ahorcados, no consigue penetrarlo hasta el corazón como sí consigue una página serena, una página meditada, una página ¡técnicamente perfecta! Y yo se los dije. Se los advertí. Les señalé la página técnicamente perfecta. Les avisé de los peligros. ¡No agotar un filón! ¡Humildad! ¡Buscar, perderse en tierras desconocidas! ¡Pero con cordada, con migas de pan o guijarros blancos! Sin embargo yo estaba loco, estaba loco por culpa de mis hijas, por culpa de ellos, por culpa de Laura Damián, y no me hicieron caso.

Roberto Bolaño

Lucien medianoche


  Morir es éxtasis.
         No soy un maestro, ni un
Sabio, ni un Roshi, ni un
escritor o profesor, ni siquiera
un vagabundo del dharma risueño, soy
hijo de mi madre & mi madre
es el universo—
         Qué es este universo
                  sino un montón de olas
         Y un deseo anhelante
                  es una ola
         Perteneciente a una ola
                  en un mundo de olas
         Entonces... para qué humillar
                  a ninguna ola?
         Ven, ola, OLA!
         El rebuzno del burro
                  brotando jijo
         Es una triste sacudida solitaria
                  por tu amor
         Amante ola
 
Y qué es Dios?
 
Lo inexpresable, lo inenarrable,
                      ***
Alégrate en el Cordero, canta
         Chistopher el Espabilado, que
         me vuelve loco, porque
         es tan espabilado, y yo soy
         tan espabilado, y ambos
         estamos locos.
 
No —¿qué es Dios?
Lo imposible, lo censurable
Incensurable Precio-dente
del Universo Pepsi-dente
Pero sin cuerpo & sin cerebro
sin ocupaciones y sin ataduras
sin velas y sin altura
         nada sabio y nada espabilado
nada nada, nada no-nada
nada algo, no-palabra, sí-palabra,
         todo, lo que sea, Dios
         el tipo que no es un tipo,
         la cosa que no puede ser
         y puede
         y es
         y no es
 
 
Kayo Mullins siempre está gritando
y robándoles los zapatos a los viejos
 
La luna vuelve a casa borracha, catacrock,
Alguien le pegó con un orinal
El Mayor Hopple siempre está bufando
¡Coño! Blaf blaf y todo eso
Enseñando a los niños a volar cometas
Y rompiendo ventanas de fama
 
¡Pobre de mí! Lil Abner se ha ido
Su hermano está bien, Daisy Mae
y el Niño-lobo.
 
         ¿Y a quién le importa?
         Los argumentos me ponen enfermo
         todo lo que quiero es C'est Foi
         Esperanza alguna vez
         mierda en el árbol
 
Estoy cansado de que se rían de mí
y me hablen de imágenes enfermas
         Ejem, cof cof
         Creo que me desharé de todo esto
         Se lo voy a dar al gato
 
1957

Jack Kerouac
De Poemas dispersos