Número Uno: Hace dos años,
cuando escribí las primeras de estas tareas, era más o menos el tiempo de mi
método de escritura “egg timer” (avisador). He aquí el método: cuando no
quieres escribir, pon en el avisador en una hora (o en media hora) y siéntate a
escribir hasta que el cronómetro suene. Si todavía odias escribir, eres libre
en una hora. Pero, normalmente, para cuando suene la alarma, estarás tan
involucrado en tu trabajo, disfrutándolo tanto, que seguirás adelante. En vez
de un avisador, puedes poner una lavadora, o secadora y úsalas para cronometrar
tu trabajo. Alternar la tarea mental que supone escribir con la física de hacer
la colada y lavar los platos, te proporcionará las pausas que necesitas para
que te lleguen nuevas ideas y percepciones. Si no sabes qué es lo siguiente que
va a ocurrir en la historia... limpia el baño. Cambia las sábanas. Por el amor
de Dios, quítale el polvo al ordenador. Una idea mejor llegará.
Número dos: Tu audiencia es más lista de lo que imaginas. No temas experimentar
con las formas de la historia ni con los cambios en el tiempo. Mi teoría
personal es que los lectores jóvenes se distancian de la mayoría de los libros
no porque esos lectores sean más tontos que los del pasado, sino porque el
lector de hoy es más listo. Las películas nos han hecho muy sofisticados para
la narración. Y tu audiencia es mucho más complicada de impactar de lo que
puedas imaginar.
Número tres: Antes de sentarte a escribir una escena, medítala y conoce el
propósito de dicha escena. ¿Qué situaciones establecidas en escenas anteriores
salda? ¿Qué establece para escenas posteriores? ¿Cómo activa tu trama? Cuando
estés trabajando, conduciendo, haciendo ejercicio, mantén sólo esta cuestión en
tu mente. Toma notas conforme tengas ideas. Y sólo cuando estés decidido acerca
de los huesos de la escena, entonces siéntate y escríbela. No vayas a ese
aburrido y polvoriento ordenador sin algo en la mente. Y no hagas que tu lector
camine trabajosamente a través de una escena en la que pasa muy poco o nada.
Número cuatro: Sorpréndete a ti mismo. Si puedes llevar la
historia –o dejarla que ella te lleve a ti– a un lugar que te asombre, entonces
puedes sorprender a tu lector. Cuando llegas a ver cualquier sorpresa bien
planeada, las posibilidades son que también la verá tu sofisticado lector.
Número cinco: Cuando te atasques, vuelve y lee los capítulos
anteriores, buscando personajes o detalles que puedas resucitar como “armas
enterradas”. Al final de estar escribiendo “El club de la lucha”, no tenía ni
idea de qué era lo que iba a hacer con el edificio de oficinas. Pero releyendo
el primer capítulo, encontré el comentario desperdiciado sobre mezclar nitro
con parafina y como eso era un método incierto para fabricar explosivos
plásticos. Esa tonta acotación (... la parafina nunca me ha funcionado...) fue
la perfecta “arma enterrada” para resucitarla al final y salvar mi culo de
narrador.
Número seis: Utiliza el escribir como una excusa para hacer una fiesta cada semana
–incluso aunque llames a esa fiesta un “taller”. Cada vez que pasas tiempo
entre otra gente que valora y apoya la escritura, eso compensará esas horas que
gastas a solas, escribiendo. Incluso si algún día vendes tu trabajo, ninguna
cantidad de dinero te compensará del tiempo que pasas a solas. Así coge tu
“cheque” por adelantado, haz de la escritura una excusa para estar con gente
alrededor. Cuando llegues al final de tu vida, confía en mí, no mirarás atrás y
saborearás los momentos que pasaste a solas.
Número siete: Permítete mantenerte en el “No Saber”. Este pequeño
consejo viene a través de un centenar de gente famosa, a través de Tom
Spanbauer hasta mí y ahora, tú. Cuanto más tiempo puedas permitirle a una
historia que tome forma, mejor forma tendrá. No apresures o fuerces en final de
una historia o un libro. Todo lo que tienes que conocer es la próxima escena, o
unas pocas próximas escenas. No tienes que conocer cada momento hasta el final,
de hecho, si lo haces, será terriblemente aburrido de ejecutar.
Número ocho: Si necesitas más libertad en la historia, entre borrador y borrador,
cambia los nombres de los personajes. Los personajes no son reales, y ellos no
son tú. Por el hecho de cambiar sus nombres arbitrariamente, consigues la
distancia que necesitas para torturarlo de veras. O peor, bórralo, si eso es lo
que la historia necesita de verdad.
Número nueve: Hay tres tipos de discurso –no sé si esto es
VERDAD, pero lo oí en un seminario y tenía sentido. Estos tipos son:
Descriptivo, Imperativo y Expresivo. Descriptivo: “El sol se levantó alto...”
Imperativo: “Camina, no corras...” Expresivo: “¡Ay!” La mayoría de los
escritores de ficción utilizarán sólo uno –dos, todo lo más. Así que, usa los
tres. Mézclalos. Es como la gente habla.
Número diez: Escribe el libro que quieres leer.
Número once: Hazte ahora fotos de autor, con chaqueta, mientras eres joven. Y hazte
con los negativos y el copyright de esas fotos.
Número Doce: Escribe sobre los temas que realmente te preocupan. Esas son las únicas
cosas sobre las que merece la pena escribir. En su curso, llamado “Escritura
peligrosa”, Tom Spanbauer enfatiza que la vida es demasiado preciosa como para
desperdiciarla escribiendo historias insulsas y convencionales las cuales no
tienen ningún lazo personal contigo. Hay tantas cosas de las que Tom habló,
pero sólo puedo medio recordar: el arte de “manumisión” que no puedo deletrear,
pero que entendí que significaba el cuidado que utilizas al mover a un lector a
través de una historia. Y “sous conversation”, el cual me hice la idea de que
significaba el mensaje escondido, enterrado entre la historia obvia. Como no me
siento cómodo describiendo temas, sólo medio entiendo. […]
Número Trece: Otra historia de escaparates de navidad. Casi cada
mañana, desayuno en el mismo restaurante, y esta mañana un hombre estaba
pintando el escaparate con dibujos navideños. Hombres de nieve. Copos de nieve.
Campanas. Santa Claus. Él permanecía de pie, fuera, en la acera, pintando con
pinturas de diferentes colores. Dentro del restaurante, los clientes y los
camareros observaban como esparcía pintura roja y blanca y azul en el exterior
de la gran ventana. Tras él, la lluvia cambió a nieve, cayendo de un lado a
otro en el viento. El pelo del pintor era de todos los tonos de gris, y su
cara, flácida y arrugada como el culo vacío de sus vaqueros. Entre colores,
paró para beber algo de un vaso de papel. Observándolo desde el interior,
comiendo huevos y tostadas, alguien dijo que era triste. Este cliente dijo que
el hombre era, probablemente, un artista fracasado. Que lo del vaso de papel,
probablemente sería whisky. Que probablemente tenía un estudio lleno de
pinturas fracasadas y ahora vivía de decorar escaparates de restaurantes y
tiendas. Triste, triste, triste. Este pintor siguió poniendo colores. Todo el
blanco nieve primero. Entonces algunas extensiones de rojo y verde. Entonces
unas líneas de negro que delimitaban las formas de colores y las convertían en
paquetes y árboles. Un camarero caminó por el restaurante, sirviendo café a la
gente, y dijo, “Es tan bonito. Ojalá yo pudiera hacer algo así...” Y tanto si
envidiábamos como si nos daba pena el camarero en el frío, él siguió pintando.
Añadiendo detalles y capas de color. Y no estoy seguro de cuándo pasó, pero en
algún momento ya no estaba allí. Las pinturas por sí mismas eran tan ricas,
llenaron tan bien la ventana, los colores tan brillantes, que el pintor se
había ido. Tanto si era un fracasado como un héroe. Él había desaparecido, se
había largado a donde fuera, y todo lo que estábamos viendo era su trabajo.
Chuck Palahniuk