martes, 9 de agosto de 2011

Las Elegías de Duino -La primera elegía ( fragmento )-


             ¿Quién si yo gritara, me escucharía entre las órdenes
                        Angélicas? Y aun si de repente un ángel
Me apretara contra su corazón, me suprimiría
Su existencia más fuerte. Pues la belleza no es nada
Sino el principio de lo terrible, lo que somos apenas capaces
De soportar, lo que sólo admiramos porque serenamente
Desdeña destrozarnos. Todo ángel es terrible.
Así me contengo, y me ahogo el clamor de la garganta
Tenebrosa. Ay, ¿quién de verdad podría ayudarnos? No
Los ángeles, no los hombres, y ya saben los astutos
Animales que no nos sentimos muy seguros en casa,
Dentro del mundo interpretado. Nos queda quizás
Algún árbol en la loma, al cual mirar todos los días;
Nos queda la calle de ayer y la demorada lealtad
De una costumbre, a la que le gustamos, y permaneció,
Y no se fue. Oh, y la noche, y la noche, cuando vino el viento
Lleno de espacio cósmico nos roe la cara:
¿para quién no permanecería aquélla, la anhelada,
La tierna desengañadora, ahí, dolorosamente próxima
Al corazón solitario? ¿Es más suave con los amantes?
Ay, ellos sólo se ocultan uno a otro su suerte.
¿Todavía no lo sabes? Arroja el espacio que abarquen
Tus brazos hacia los espacios que respiramos; quizá
Los pájaros sientan el aire ensanchado con un vuelo
Más íntimo.

Rainer Maria Von Rilke
Traducción José Joaquín Blanco

lunes, 8 de agosto de 2011

Bucólicas


Égloga IV

A Polión

Cantemos, ¡oh Sicilianas Musas!, mayores asuntos;
pues no a todos deleitan las florestas ni los humildes tamarindos:
si cantamos las selvas, que dignas sean las selvas, oh cónsul.

Ya viene la última era de los Cumanos versos:
ya nace de lo profundo de los siglos un magno orden.

Ya vuelve la Virgen, vuelve el reinado de Saturno;
ya desciende del alto cielo una nueva progenie.

Tú, al ahora naciente niño, por quien la vieja raza de hierro
termina y surge en todo el mundo la nueva dorada,
se propicia ¡oh casta Lucina!: pues ya reina tu Apolo.

Por ti, cónsul, comenzará esta edad gloriosa,
¡oh Polión!, e iniciarán su marcha los meses magníficos,
tú conduciendo. Si aún quedaran vestigios de nuestro crimen,
nulos a perpetuidad los harán por miedo las naciones.
Recibirá el niño de los dioses la vida, y con los dioses verá
mezclados a los héroes, y él mismo será visto entre ellos;
con las patrias virtudes regirá a todo el orbe en paz.

Por ti, ¡oh niño!, la tierra inculta dará sus primicias,
la trepadora hiedra cundirá junto al nardo salvaje,
y las egipcias habas se juntarán al alegre acanto.
Henchidas de leche las ubres volverán al redil por sí solas
las cabras, y a los grandes leones no temerán los rebaños.
Tu misma cuna brotará para ti acariciantes flores.
Y morirá la serpiente, y la falaz venenosa hierba
morirá; por doquier nacerá al amomo asirio.

Cuando puedas leer las alabanzas de los héroes
y los hazañas de tus padres, y saber qué es la virtud,

amarillearán los lentos campos blandas espigas,
rosadas uvas penderán de las incultas zarzas,
y los duros robles sudarán un rocío de miel.
Con todo persistirán las huellas de las viejas maldades,
cuyas naves ofenderán a Tetis, cuyos muros ceñirán
ciudades, cuyos surcos hincarán todavía la tierra.
Habrá entonces otro Tifis, otra Argos conducirá
selectos héroes; habrá también otras guerras,
y de nuevo se lanzará sobre Troya el gran Aquiles.

Después, cuando alcances la edad viril plena,
el viajero dejará de cruzar el mar, y el náutico leño
no mercará los bienes: todo campo surtirá todas las cosas.
No sufrirá el arado la tierra, ni la vid será podada;
y a su vez el labriego desuncirá los robustos bueyes.
No aprenderá la lana a mentir con variados colores;
antes, ya en rojo múrice, ya en azafranada ajedrea,
mudará el morueco en los prados su suave vellón;
por sí mismo el minio vestirá al cordero que pace.

¡Rodad tales siglos!, dijeron a sus husos las Parcas
acordes con la inmutable voluntad de los Hados.

¡Lánzate a estos altos honores!, cumplido está el tiempo,
¡oh progenie amada de los dioses! ¡oh magno vástago de Jove!
¡Contempla cómo bajo la celeste bóveda se inclinan los astros,
y las tierras, y el vasto mar, y el profundo cielo!
¡Contempla como el siglo venturo regocija todas las cosas!

¡Oh! ¡Que mis últimos años sean tan largos
y me alcance el aliento para cantar tus hazañas!
No vencerán mis versos ni el tracio Orfeo, ni Lino,
aún si la madre a aquel y el padre a este asistieron,
Calíope a Orfeo, y a Lino el hermoso Apolo.
También Pan si compitiera conmigo, juzgando Arcadia,
también a Pan declararía vencido el juicio de Arcadia.

Comienza, ¡oh parvulillo!, por la sonrisa a conocer a tu madre:
por diez meses un largo fastidio acompañó a tu madre.
Comienza, ¡oh parvulillo! A quien no sonríen sus padres,
no se le digna la mesa del dios ni el lecho de la diosa.
Virgilio

domingo, 7 de agosto de 2011

Prólogo


Sí; también a vosotros,
amigos míos, os espantará
mi salvaje sabiduría y
acaso os pongáis en fuga con
mis enemigos.

(Así hablaba Zaratustra)
Federico Nietzsche

-La luz es cosmopolita, dijo mi proveedor. Y vertió su vino sobre mi falda azul. Pero era tarde, como suele ser cada vez que alguien trata de comprobar su pensamiento. Así fue cómo mi falda quedó siempre azul, de un tono mayor apagado.
 -Es usted inquebrantable, amigo mío. Vea cómo danzan esos cuatro tigres sin ninguna rebeldía sobre la alfombra del salón.
 -¿Quisiera usted dejar de dominarlos? Si dominara usted sus impulsos, si desistiera de demostrar la existencia universal de la luz, su sombra, dejaría de vagar alrededor de mí y, quizás, si me pareciera bello contemplarlo desde el fondo de mis ojos.
 -Haga usted el favor, alcánceme mis cigarrillos y deme otro topacio para saborear la médula de ese poeta recién muerto.
 -No por qué  no encuentro nada gustoso este extracto de médula de poeta, consagratorio... y consagrado.
 -La culpa es suya, querida Carot. Siempre quiere saborear extrañas combinaciones.
No puedo negar que me ha hecho usted  un honor al  nombrarme su proveedor principal. A pesar de que siempre me he distinguido por cumplir con verdadera eficiencia sus deseos, la verdad es que jamás usted ha quedado satisfecha.
 -Amigo mío, señor proveedor, podría influir en el ánimo de esos cuatro tigres para que abandonen la sala.
 Desde que abandoné la costa para venir a vivir entre sociedades secretas, no me siento bien, siento hasta pequeñas palpitaciones. Tal vez deberíamos dejar esta velada para otra ocasión.
 -Escuche, usted. Me parece que ahora es imposible, si no me equivoco, llaman a la puerta.
 -¿Quién es?
 -¡Oh! Prodigioso. ¿Cómo es que ha resuelto entrar en mi casa, señor merodeador nocturno? Me había acostumbrado a presentirlo. Cuando el sueño, a veces, me apremiaba y cambiaba de traje para dormir, creía presentirlo. Creía sentir sus uñas rasgueando la celosía. Dispuesta a encontrar su figura de fosforescencia verde clara, no encontraba nada más que sus dientes castañeteando en la ventana.
 -Vea. Aquí tengo un regalo para usted. Esta pequeña y aparentemente inofensiva arma infantil, un lanza piedras. Ahora que ha resuelto entrar en mi casa, no habrá necesidad de hacer uso de ella
 -Pero, ¿qué ha hecho usted de su ojo adicional? ¿No tenía usted un tercer ojo de emergencia?
 -No me interesan las manos superpuestas. Nunca olvidaré el agravio que me causa con sus descuidos.
 -Además, no ha llegado usted solo. ¿Se acompaña de jóvenes doncellas para impresionar?
 -¿Toma usted del jardín de cualquier casa una joven sentada entre los alhelíes y la lleva a


casa de sus conocidos? ¿Es ésta una actitud irreprochable?
-Me ha desilusionado usted. Tenga la bondad de retirarse.
-No.

-No se lleve a su joven acompañante, ella será testigo…
-Señor proveedor, haga salir de la habitación a esos cuatro tigres. Señorita, ponga en esa copa este trozo de topacio. Me parece marchito y ha perdido su sabor original.
 Ahora los fabricantes de pastillas han perdido su maestría igual que los antiguos fabricantes de bolitas de vidrio…
 -¿Recuerda usted cuando el arco iris se encerraba en un vidrio transparente y girando jugaba a que era agua redonda? Pues ahora, nadie quiere saber nada con el arco iris; vive en la tiniebla más absoluta, pasará mucho tiempo antes que alguien pueda desagraviarlo. Se ha sometido al exilio más doloroso; y es porque a nadie le interesa el color de la luz.
 De la misma manera, el agua miel y el topacio han desplazado al verdadero extracto de médula de poeta. Ya parece imposible vivir entre tantos falsificadores.
 -Desgraciadamente el don de la palabra, es ahora atributo de gentes menores. Reclame usted y la expulsarán de las sociedades secretas más irresponsables…
 -¡Mi querida Carot, si continúa comprometiéndome con sus inconformismos, no proveeré a usted de nada. No tendrá más tigres bailarines, ni topacios aunque desabridos. Me negaré a proveerla. Será expulsada violentamente de las sociedades secretas –“entidades respetables” –se apartarán de su ventana los merodeadores nocturnos; yo me encargaré que así suceda. Conocerá mi verdadero poder. Me ha humillado demasiado. Nadie quiere saber, por último, si carece de obligo; para eso se inventaron los cementerios. Cada cual tiene derecho a enterrar su vergüenza, su podredumbre!.
 -¿O acaso ha visto usted un cadáver entretenido mientras se le observa cómo se deshace?
 -Esto es sagrado. Digno de respeto.
 -¡Inaudito! Usted terminará mal. Yo se lo digo.
 -¡Fuera de aquí, usted y esos cuatro tigres!

de Tiempo, medida imaginaria
Stella Díaz Varín



sábado, 6 de agosto de 2011

Sutra del Girasol

Caminé por las orillas del muelle de latas y bananas y me senté bajo
la inmensa sombra de una locomotora de la Southern
 Pacific para observar el ocaso sobre las colinas de casas
como cajas de zapatos y llorar.
Jack Kerouac estaba sentado junto a mí sobre un poste de hierro,
roto y herrumbroso, compañero, pensábamos los mismos
pensamientos del alma, desolados y sombríos y con la
mirada triste, rodeados por las nudosas raíces de acero de
árboles de maquinaria.
La aceitosa agua del río reflejaba el cielo enrojecido, el sol se hundió
sobre los picos finales de Frisco, no hay peces en ese
arroyo, no hay ermitaño en esos montes, tan sólo nosotros
mismos con ojos legañosos y resaca como viejos vagabun-
dos en la ribera del río, cansados y taimados.
Fíjate en el Girasol, dijo él, había una sombra gris y muerta
recortándose contra el cielo, grande como un hombre,
erguida seca en lo alto de una montaña de viejísimo
serrín —
— Subí encantado atropelladamente — era mi primer girasol, recuer-
dos de Blake — mis visiones — Harlem
e Infiernos de los ríos del Este, puentes campaneantes Grasientos
Sandwiches de Joe, difuntos coches de niño, ruedas negras
y sin dibujo olvidadas y sin recauchutar, el poema de la
ribera, condones & cacerolas, cuchillos de acero, nada
inoxidable, sólo el hediondo cieno y los artefactos afilados
como cuchillas en tránsito hacia el pasado —
y el Girasol gris apostado contra el ocaso, resquebrajable desolado y
polvoriento con el tizne y la contaminación y el humo de
antiguas locomotoras en su ojo —
corola de indistintas púas dobladas y rotas como una corona


machacada, las semillas caídas de su faz, boca que
prontamente estará desdentada de soleado aire, rayos de
sol obliterados sobre su peluda cabeza como una reseca

tela de araña de alambre,
hojas extendidas como brazos saliendo del tallo, gesticulaciones de la
raíz de serrín, trozos rotos de yeso caídos de las negras
ramitas, una mosca muerta en su oreja,
Qué cosa impía y machacada eras, mi Girasol. ¡Oh mi alma, te amé
entonces!
La mugre no era mugre de hombre alguno sino muerte y humanas
locomotoras,
todo aquel traje de polvo, aquel velo de oscurecida piel de vía férrea,
aquella polución de la mejilla, aquel párpado de negra
miseria, aquella enhollinada mano o falo o protuberancia
de algo artificial peor que la mugre — industrial — mo-
derno— toda aquella civilización moteando tu delirante
áurea corona —
y aquellos desolados pensamientos de muerte y polvorientos ojos sin
amor y extremos y raíces resecas debajo, en el amontona-
miento-hogar de arena y serrín, billetes de a dólar de
goma, pellejas de maquinaria, las tripas y entrañas del
sollozante y doliente automóvil, las vacías y solitarias latas
con sus oxidadas lenguas ¡ay!, qué más podría yo citar, las
ahumadas cenizas de algún cigarro pene, los coños de las
carretillas y los lechosos pechos de los automóviles, culos
desgastados de sillas & esfínteres de dinamos — todos
éstos enredados entre tus momificadas raíces — ¡y tú ahí
erguido ante mí en la puesta del sol, toda tu gloria en tu forma!
¡Una perfecta muestra de belleza de girasol! ¡una perfecta excelente
adorable existencia de girasol! ¡un dulce ojo natural para   
la nueva luna enrollada despertó vivo y excitado aferrando
en las sombras del ocaso la mensual brisa dorada del
amanecer!

¿Cuántas moscas zumbaron a tu alrededor inocentes de tu mugre,
mientras maldecías a los cielos del ferrocarril y de tu alma
de flor?

¿Pobre flor muerta? ¿cuándo olvidaste que eras una flor? ¿cuándo
miraste tu piel y decidiste que eras una sucia y vieja
locomotora impotente? ¿el fantasma de una locomotora?
¿el espectro y la sombra de una otrora poderosa y demente
locomotora americana?
Jamás fuiste una locomotora, Girasol, ¡fuiste un girasol!
Y tú locomotora, tú eres una locomotora, ¡no olvides lo que te digo!
De modo que arranqué el girasol delgado como un esqueleto y lo
sujeté a mi costado como un cetro,
y entono mi sermón frente a mi alma, y también frente a la de Jack,
y de la de quienquiera que desee oírlo,
— No somos nuestra piel mugrienta, no somos nuestra desolada
terrible polvorienta locomotora sin imagen, todos somos
hermosísimos girasoles dorados en nuestro interior, esta-
mos benditos por nuestra propia semilla & nuestros
dorados y peludos desnudos cuerpos de logro que crecen
para transformarnos en dementes girasoles formales en el
ocaso, espiados por nuestros ojos bajo la sombra de la
loca locomotora ocaso de ribera en Frisco visión colínica
de latas al anochecer sentados.

 de Aullido y otros poemas
Allen Ginsberg