viernes, 22 de abril de 2011

El Beso


Mi boca florece como una herida.
He estado equivocada todo el año, tediosas
noches, nada sino ásperos codos en ellos
y delicadas cajas de Kleenex, llamando llora bebé
¡llora bebé, tonto!

Antes de ayer mi cuerpo estaba inútil.
Ahora está desgarrándose en sus rincones cuadrados.
Está desgarrando los vestidos de la Vieja Mary, nudo anudo
y mira, ahora está bombardeada con esos eléctricos cerrojos.
¡Zing! ¡Una resurrección!

Una vez fue un bote, bastante madera
y sin trabajo, sin agua salada debajo
y necesitando un poco de pintura. No había más
que un conjunto de tablas. Pero la elevaste, la encordaste.
Ella ha sido elegida.

Mis nervios están encendidos. Los oigo como
instrumentos musicales. Donde había silencio
los tambores, las cuerdas están tocando irremediablemente. Tú hiciste esto.
Puro genio trabajando. Querido, el compositor ha entrado
al fuego.

Anne Sexton

jueves, 21 de abril de 2011

La balada de la masturbadora solitaria


Al final del asunto siempre es la muerte.
Ella es mi taller. Ojo resbaladizo,
fuera de la tribu de mí misma, mi aliento
te echa en falta. Espanto
a los que están presentes. Estoy saciada.
De noche, sola, me caso con la cama.

Dedo a dedo, ahora es mía.
No está tan lejos. Es mi encuentro.
La taño como a una campana. Me detengo
en la glorieta donde solías montarla.
Me hiciste tuya sobre el edredón floreado.
De noche, sola, me caso con la cama.

Toma, por ejemplo, esta noche, amor mío,
en la que cada pareja mezcla
con un revolcón conjunto, debajo, arriba,
el abundante par en espuma y pluma,
hincándose y empujando, cabeza contra cabeza.
De noche, sola, me caso con la cama.

De esta forma escapo de mi cuerpo,
un milagro molesto, ¿Podría poner
en exhibición el mercado de los sueños?
Me despliego. Crucifico.
Mi pequeña ciruela, la llamabas.
De noche, sola, me caso con la cama.

Entonces llegó mi rival de ojos oscuros.
La dama acuática, irguiéndose en la playa,
un piano en la yema de los dedos, vergüenza
en los labios y una voz de flauta.
Entretanto, yo pasé a ser la escoba usada.
De noche, sola, me caso con la cama.

Ella te agarró como una mujer agarra
un vestido de saldo de un estante
y yo me rompí como se rompen una piedra.
Te devuelvo tus libros y tu caña de pescar.
El periódico de hoy dice que se han casado.
De noche, sola, me caso con la cama.

Muchachos y muchachas son uno esta noche.
Se desabotonan blusas. Se bajan cremalleras.
Se quitan zapatos. Apagan la luz.
Las brillantes criaturas están llenas de mentiras.
Se comen mutuamente. Están más que saciadas.
De noche, sola, me caso con la cama.

Anne Sexton

miércoles, 20 de abril de 2011

Jeta de Santo


Carreteras de desnudez
arenas en que mi inteligencia
no se había desollado antes
estas páginas
tantas noches mi hospital
& tantas veces mi balneario
El único peine al que le doy la bienvenida
Beso al que llamo de cariño: mi guadaña
Cicatriz que me persigue con sus dientes
Flor de carne que desde mis tripas corto
Única alcantarilla donde sorbo & soy sorbido
Útero aéreo que me jala por las alas
Pentagrama tesoro / gruta azul
en la que vibro como nieve acorralada
El ojo velocípedo que soy
la roca pasional que me contiene / habla
Sinaí en llamas que cruz en largos zancos mi reposo
Sintaxis que se hace llamar por sus cuates: remolino
Tromba hoy herida
Bombardeada por quirófanos
& densos polvos suspensivos
Pernas sin espinazos de yo
Allego-cantàbile de hornos
Edificios de humedad en el desierto
que surgen de este mar-infierno helado
frescos: transparentes: innegables
Como 1 motoneta jineteada por un ballet travesti de sirenas
Velodenovia para la respiración del universo
Mi más querida flor recién nacida.

Mario Santiago Papasquiaro

martes, 19 de abril de 2011

Monólogo del viejo con la muerte

Y bien, eso era todo.
Aquí tiene la vida,
mírese en ella como en un espejo,
empáñela con su último suspiro.
Éste es Ud. de niño, entre otros niños de su edad;
¿se reconocería a simple vista?
le han pegado en la cara, llora a lágrima viva,   
le han pegado en la cara.
Allí está varios años después, con su abuelo
frente al primer cadáver de su vida.

Llora al viejo. Parece que lo llora
pero es más bien el miedo a lo desconocido.
El vuelo de una mosca lo distrae.

Y aquí vienen sus vicios, las pequeñas alegrías de un cuerpo reducido a su mínima
expresión,
quince años de carne miserable;
y las virtudes, ciertamente, que luchan
con gestos más vacíos que ellas mismas.
Un gran amor. La perla de su barrio
le roba el corazón alegremente
para jugar con él a la pelota.
El seminario, entonces,
le han pegado en la cara, Ud. pone la otra;
pero Dios dura poco, los tiempos han cambiado
y helo aquí cometiendo una herejía.
Véase en ese trance, eso era todo:
asesinar a un muerto que le grita: no existo.
Existen Marx y el diablo.

Recuerde, ese es Ud. a los treinta años;
no ha podido casarse
con su mujer, con la mujer de otro.
Vive en un subterráneo, en una cripta
de lo que se le ofrece, sin oficio,
esqueléticamente, como un santo.
Del otro mundo viene ciertas noches
a visitarlo el padre de su padre:
–Vuelve sobre tus pasos, hijo mío, renuncia
al paraíso rojo que te chupa la sangre.
Total. Si el mundo cambia a cañonazos.
antes que nada morirán los muertos.
Piensa en ti mismo, instala tu pequeño negocio.
Todo empieza por casa.

Mírese bien, es Ud. ese hombre
que remienda su única camisa
llorando secamente en la penumbra.
Viene de la estación, se ha ido alguien,
pero no era el amor, sólo una enferma
de cierta edad, sin hijos, decidida a olvidarlo
en el momento mismo de ponerse en marcha.
Ud. se pone en su lugar. No sufre.

¿Eso era el amor? Y bien, sí, era eso.
Tranquilo. Una mujer de cierta edad. Tranquilo
Mírela bien. ¿Quién era? Ya no la reconoce,
es ella, la que odia sus calcetines rotos,
la que le exige y le rechaza un hijo,
la que finge dormir cuando Ud. llega a casa,
la que le espanta el sueño para pedirle cuentas,
la que se ríe de sus libros viejos,
la que le sirve un plato vacío, con sarcasmo,
la que amenaza con entrar de monja,
la que se eclipsa al fin entre la muchedumbre.

Y bien, eso era todo. Véase Ud. de viejo
entre otros viejos de su edad, sentado
profundamente en una plaza pública.
Agita Ud. los pies, le tiembla un ojo,
lo evitan las palomas que comen a sus pies
el pan que Ud. les da para atraérselas.
Nadie lo reconoce, ni Ud. mismo
se reconoce cuando ve su sombra.
Lo hace llorar la música que nada le recuerda.
Vive de sus olvidos
en el abismo de una vieja casa.
¿Por qué pues no morir tranquilamente?
¿A qué viene todo esto?
Basta, cierre los ojos;
no se agite, tranquilo, basta, basta.
Basta, basta, tranquilo, aquí tiene la muerte.                                               

Enrique Lihn

lunes, 18 de abril de 2011

El misterio del cuarto amarillo


La vieja leyenda, la nicotina, las nubes, voy a verificar en una zambullida toda la experiencia de los peces.

El anillo de Polícrates, después de haber pasado de mano en mano por las manos de las jóvenes diosas de la razón, yace ahora olvidado sobre el suelo de mármol del océano.
Entre este anillo y el ascensor de vidrio que desciende vertiginosamente hasta el fondo del mar (transportando a un grupo de seres inermes ya frente al misterio) un secreto vínculo se establece, como si el anillo trasmitiera el hielo a torrentes.
Allá lejos el mar (lleno de desesperación), Proteo innumerable, rompe su rostro contra el acantilado.
Pues en todo hay misterio.
Todas las palabras sin un significado material me son aborrecibles. Amo, en cambio, la palabra sandía, la palabra fuego griego, la palabra recuerdo, la palabra recórcholis.
Pues es un misterio este cuarto amarillo, este mar, donde el silencio parece petrificado.
No hay nadie, en verdad.
A no ser que el mismo Nadie se haya convertido en personaje, y no creo que sea el deshielo, como Nadie se lo dice a las jóvenes diosas de la razón, la causa que le obliga a sentarse frente al fuego de la chimenea.
A no ser que sea el mismo Nadie quien reanimara el cuerpo de aquel pequeño estudiante.
Yo le vi colgando de un árbol y asediado por lobos blancos (en recuerdo de su niñez), a pesar de que el árbol ya no está en la isla invisible.
Él crece en la cama donde diez mujeres sueñan con el mismo amante.
Este sueño impulsó a los huéspedes del hotel a descender en el ascensor de vidrio, cada vez más rápido, hasta el fondo del mar, en una afanosa búsqueda de Nadie, pues los huéspedes formaban parte de su sueño.
Un poco más rápido, pequeño ascensor.
Desciende con los recuerdos de este singular grupo de ahogados.
Nadie podrá encontrar a Nadie.
Las olas del mar, en este momento en que todo el mundo despierta para ir al trabajo, destruyen con voracidad hasta el recuerdo del cíclope.
Y por esto dicen algunos, mar, que eres hermoso.

De La casa fantasma
Braulio Arenas 

domingo, 17 de abril de 2011

Historia de mi vida (fragmento)


En la misma época en que perdí a Chopin, perdí también a mi hermano y de un modo aún más triste: su razón se había extinguido hacía ya un tiempo; el alcohol se apoderó de él, destruyendo su identidad humana, sumergiéndolo entre la idiotez y la locura, pasó sus últimos años peleándose y reconciliándose conmigo, con mis hijos, con su familia y con todos sus amigos. Mientras seguí viéndolo, prolongué su vida agregando agua al vino que le servían, ya que su paladar atrofiado no se daba cuenta. Reemplazaba la calidad por la cantidad, y así su borrachera resultaba más o menos leve, pero con esto yo no hacía más que demorar el minuto fatal en que, al no tener ya el organismo capacidad de reacción, su mente no podría recuperar la lucidez, pasó sus últimos meses evitándome y escribiéndome cartas inenarrables. La revolución de febrero, que ya no podía entender desde ningún punto de vista, dio el golpe de gracia a sus facultades declinantes. Republicanos furioso, al principio le ocurrió lo que a tantos otros que no tenían el justificativo de la locura: tuvo miedo y empezó a imaginarse que el pueblo quería su cabeza. ¡El pueblo!, el pueblo del que provenía, como yo, por su madre, y con el que permanecía en la taberna más de lo necesario para confraternizar, se convirtió en su cuco; me escribió para decirme que sabía de buena fuente que mis amigos políticos querían asesinarlo. ¡Pobre hermano! cuando esta alucinación pasó, vinieron otras que se sucedieron sin pausa, hasta que su imaginación desaforada se aplacó y dio paso al embotamiento de una agonía ya Inconsciente. Los suyos le sobrevivieron. Su hija, madre de tres hermosos niños, aún joven y bella, vive cerca de mí en La Chátre. Es un ser dulce y valeroso, que ha sufrido ya bastante y que no flaqueará en sus obligaciones. Mi cuñada Emilia también vive cerca de mí, en el campo. Víctima durante largo tiempo de los excesos de un ser querido, descansa de sus grandes penurias. Es una amiga leal y perfecta, un alma firme y un espíritu enriquecido con buenas lecturas.
Al relatar las emociones principales de estos años guardó en mi seno otros dolores aún más lacerantes, cuya confesión, suponiendo que pudiese hablar de ellos, no sería de ninguna utilidad en este libro. Fueron calamidades que se me impusieron, por decirlo de algún modo, ya que nada pude hacer para impedirlas. Calamidades que no formaron parte de mi destino atraídas por mi magnetismo personal. En ciertos planos, construimos nuestra propia existencia; en otros, soportamos la que nos construyen los demás. He contado o Insinuado todo aquello que entró en mi vida por mi propia voluntad, o llamado por mis instintos. He dicho cómo superé o padecí las fatalidades de mi propio temperamento. Esto es todo lo que yo quería y debía decir. En cuanto a los sufrimientos mortales que la fatalidad de otros temperamentos hizo recaer sobre mí, ésa es la historia del calvario secreto que padecemos todos, ya sea en la vida privada o en la vida pública, y que debemos soportar en silencio. 
 
George Sand

sábado, 16 de abril de 2011

Claro de luna


Per amica silentia lunae.
Virgilio

Era clara la luna y jugaba en el agua.
La ventana ya libre está abierta a la brisa,
la sultana se asoma y a lo lejos el mar
al romper borda en plata los islotes negruzcos.

De sus dedos se escapa la vibrante guitarra.
Oye un ruido apagado que despierta los ecos.
¿Una nave turquesa que procede de Cos,
con sus tártaros remos por el griego archipiélago?

¿O son cuervos marinos descendiendo hasta el agua,
que resbala en sus alas al volar como perlas?
¿Es un djinn que en los aires silba con voz aguda
y que al mar precipita las más altas almenas?

¿Quién así turba el agua cerca del gran serrallo?
Ni es el cuervo marino, ni las olas mecidas,
ni las piedras del muro, ni el batir cadencioso
de una nave que avanza por el mar con sus remos.

Son tan sólo unos sacos, dentro se oyen sollozos.
Si sondearan el mar, dentro de ellos veríase
como formas humanas que se agitan convulsas.
Era clara la luna y jugaba en el agua.
 
Víctor Hugo

A ti, dentro de un siglo


A ti, que nacerás dentro de un siglo,
cuando de respirar yo haya dejado,
de las entrañas mismas de un condenado a [muerte,
con mi mano te escribo.

¡Amigo, no me busques! ¡Los tiempos [han cambiado
y ya no me recuerdan ni los viejos!
¡No alcanzo con la boca las aguas del [Leteo!
Extiendo las dos manos.

Tus ojos: dos hogueras,
ardiendo en mi sepulcro –el infierno–
y mirando a la de las manos inmóviles,
la que murió hace un siglo.

En mis manos –un puñado de polvo–
mis versos. Adivino que en el viento
buscarás mi casa natal.
O mi casa mortuoria.

Orgullo: cómo miras a las mujeres,
las vivas, las felices; yo capto las [palabras:
"¡Impostoras! ¡Ya todas están  muertas!
Sólo ella está viva.

Igual que un voluntario le ha servido.
Conozco sus anillos y todos sus secretos.
¡Ladronas de los muertos!
¡De ella son los anillos!"

¡Mis anillos! Me pesan,
hoy me arrepiento
de haberlos regalado sin medida.
¡Y no supe esperarte!

También me da tristeza que esta tarde
tras el sol haya ido tanto tiempo
y he ido a tu encuentro,
dentro de un siglo.

Apuesto –dice él– que vas a maldecir
a todos mis amigos en sus oscuras [tumbas.
¡Todos la celebraban! Pero un vestido [rosa
nadie le ofreció.

¿Quién era el generoso? Yo no: soy egoísta.
No oculto mi interés si no me matas.
A todos les pedía cartas,
para por las noches besarlas.

¿Decirlo? ¡Lo diré! El no-ser es un [tópico.
Y ahora, para mí, eres ardiente huésped.
Les negarás la gracia a todas las amantes
para amar a la que hoy es sólo huesos.

Marina Tsvietáieva
Versión de Carlos Álvarez

viernes, 15 de abril de 2011

Mi corazón al atardecer

Al atardecer se escucha el grito de los murciélagos.
Dos negros caballos brincan en la pradera.
Susurra el arce rojo.
Al caminante lo recibe una posada en el camino.
Delicioso es el sabor del vino joven y las nueces.
Deliciosa: la embriaguez en el bosque a la hora del crepúsculo.
A través del negro ramaje resuenan sollozantes campanas.
Sobre la cara gotea el rocío.


Georg Trakl

jueves, 14 de abril de 2011

Salmo

Hay una luz, que ha sido extinguida por el viento.        
Hay una taberna en el campo, que un borracho abandona al atardecer.
Hay un viñedo, quemado y negro con agujeros repletos de arañas.
Hay un cuarto, que ellos han blanqueado con la leche.
El demente ha muerto. Hay una isla en los mares del sur,
Dispuesta a recibir al Dios del Sol. Suenan los tambores.
Los hombres ejecutan danzas guerreras.
Las mujeres balancean  las caderas entre lianas y flores de fuego,
Cuando canta el mar ¡Ay!, nuestro paraíso perdido.

Las ninfas abandonaron los áureos bosques.
Entierran al forastero. Entonces irrumpe una llovizna luminosa.    
El hijo de Pan aparece bajo la figura de un jornalero
Que elude el mediodía durmiendo a un costado del asfalto.
Hay niñas pequeñas en un patio luciendo vestidos desgarradoramente
                                                                                                   /pobres.
Hay salas, colmadas de acordes y sonatas.
Hay sombras, que se abrazan frente a un espejo enceguecido.
En las ventanas del hospital los convalecientes buscan calor.
Una blanca nave trae pestes sangrientas por el canal.

La distante hermana reaparece en las pesadillas de alguien.
Jugando con sus estrellas, descansa bajo los avellanos.
El estudiante, quizá su doble, la contempla largamente desde su ventana.
Detrás de él está de pie su hermano muerto; baja tal vez por una vieja
                                                                                /escalera de caracol.
A la sombra de los pardos castaños se pierde la figura del joven novicio.
El jardín se oscurece. En el claustro revolotean  los murciélagos.
Los hijos del portero terminan sus juegos y buscan el oro del cielo.

Acordes finales de un cuarteto. La pequeña ciega corre temblando
                                                                                   /por la avenida,
Y luego su sombra camina a tientas a lo largo de fríos muros, rodeada de
                                                           /cuentos de hadas y santas leyendas.

Hay una barca vacía que al atardecer desciende a la deriva el negro canal.
En la lobreguez del viejo asilo, se consumen ruinas humanas.
Los huérfanos muertos yacen al lado del muro del jardín.
De grises cuartos salen ángeles con alas manchadas de excrementos.
Gotean gusanos desde sus párpados amarillentos.
La plaza de la iglesia esta sombría y silenciosa como en los días de la
                                                                                                 /infancia.
Sobre suelas plata se deslizan vidas anteriores
Y las sombras de los condenados que se alzan bajando a las aguas que
                                                                                                   /suspiran.
En su tumba el mago blanco juega con sus serpientes.

Silenciosamente sobre el calvario se abran los ojos dorados de Dios.       

Dedicado a Karl Krauss 
Georg Trakl