lunes, 31 de enero de 2011

Tercetos dantescos a Casiano Basualto (fragmento)

Gallipavo senil y cogotero
de una poesía sucia, de macacos,
tienes la panza hinchada de dinero.

Defeca en el portal de los maracos,
tu egolatría de imbécil Famoso,
tal como en el chiquero de los verracos.

Llegas a ser hediondo de baboso,
y los tontos te llaman: ¡“Gran Podeta”!
en las alcobas de lo tenebroso.

Si fueras un andrajo de opereta,
y únicamente un pajarón flautista,
¡sólo un par de patadas en la jeta!...

Pero tu índole sadomasoquista,
un tiburón de las cloacas suma
a la carroña del oportunista.

Y si eres infantil como la espuma,
eres absurdo como cacaseno oscuro,
si el escribir con menstruación te abruma.

Gran burgués, te arrodillas junto al muro
del patrón de la academia sueca,
a mendigar… ¡dual amoral impuro!

Y emerge el delincuente hacia la pleca
de la carátula facinerosa,
que exhibe al sol la criadilla seca.

Astuto, ruin, tarado, voz gangosa,
saqueas a la U.R.S.S., envilecido,
con la tremenda mano estropajosa.

Flojo arribista, tonto, bien comido,
dijiste de este enorme pueblo ardiente:
“Chile, país de cafres”, ¡Gran bandido!

Pablo de Rokha

domingo, 30 de enero de 2011

Humpty Dumpty (Fragmento de Alicia a través del espejo)

Cuando yo uso una palabra –insistió Humpty Dumpty con un tono de voz más bien desdeñoso– quiere decir lo que yo quiero que diga…, ni más ni menos.
–La cuestión –insistió Alicia– es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.
–La cuestión –zanjó Humpty Dumpty– es saber quién es el que manda…, eso es todo.
Alicia se quedó demasiado desconcertada con todo esto para decir nada; de forma que tras un minuto Humpty Dumpty empezó a hablar de nuevo: –Algunas palabras tienen su genio… particularmente los verbos…, son los más creídos…, con los adjetivos se puede hacer lo que se quiera, pero no con los verbos…, sin embargo, ¡yo me las arreglo para tenérselas tiesas a todos ellos! ¡Impenetrabilidad! Eso es lo que yo siempre digo.
–¿Querría decirme, por favor –rogó Alicia– qué es lo que quiere decir eso?
–Ahora sí que estás hablando como una niña sensata –aprobó Humpty Dumpty, muy orondo. –Por «impenetrabilidad» quiero decir que ya basta de hablar de este tema y que más te valdría que me dijeras de una vez qué es lo que vas a hacer ahora pues supongo que no vas a estar ahí parada para el resto de tu vida.
–¡Pues no es poco significado para una sola palabra! –comentó pensativamente Alicia.
Cuando hago que una palabra trabaje tanto como esa explicó Humpty Dumpty– siempre le doy una paga extraordinaria.
–¡Oh! Dijo Alicia. Estaba demasiada desconcertada con todo esto como para hacer otro comentario.
–¡Ah, deberías de verlas cuando vienen a mi alrededor los sábados por la noche! –continuó Humpty Dumpty.
–A por su paga, ya sabes…
(Alicia no se atrevió a preguntarle con qué las pagaba, de forma que menos podría decíroslo yo a vosotros.)
–Parece usted  muy ducho en esto de explicar lo que quieren decir las palabras, señor mío –dijo Alicia– así que, ¿querría ser tan amable de explicarme el significado del poema titulado «Galimatazo»?
–A ver, oigámoslo –aceptó Humpty Dumpty– soy capaz de explicar el significado de cuantos poemas se hayan  inventado y también el de otros muchos que aún no se han inventado.
Esta declaración  parecía ciertamente prometedora, de forma que Alicia recitó la primera estrofa: 
 
“Brillaba, brumeando negro, el sol,
agiliscosos giroscaban los limazones
banerrando por las váparas lejanas,
mimosos se fruncían los borogobios
mientras el momio rantas murgiflaba”.

–Con eso basta para empezar– interrumpió Humpty Dumpty– que ya tenemos ahí un buen montón de palabras difíciles: eso de que «brumeaba negro el sol» quiere decir que eran ya las cuatro de la tarde…, porque es cuando se encienden las brasas para asar la cena.
–Eso me parece muy bien –aprobó Alicia– pero, ¿y lo de los «agilisco- sos»?
–Bueno, verás: «agiliscosos» quiere decir «ágil y viscoso», ¿comprendes? es como si se tratara de un sobretodo…, son dos significados que envuelven a la misma palabra.
–Ahora lo comprendo –asintió Alicia, pensativamente. –Y, ¿qué son los «limazones»?
-Bueno, los «limazones» son un poco como los tejones…, pero también se parecen un poco a los lagartos…, y también tienen un poco el aspecto de un sacacorchos…
–Han de ser unas criaturas de apariencia muy curiosa.
–Eso sí, desde luego –concedió Humpty Dumpty– también hay que señalar que suelen hacer sus madrigueras bajo los relojes de sol…, y también que se alimentan de queso.
Y, ¿qué es «giroscar» y «banerrar»?
–Pues «giroscar» es dar vueltas y más vueltas, como un giroscopio; y «banerrar» es andar haciendo agujeros como un barreno.
–Y la «vápara», ¿será el césped que siempre hay alrededor de los relojes de sol, supongo? –dijo Alicia, sorprendida de su propio ingenio.
–¡Pues claro que sí! Como sabes, se llama «vápara» porque el césped ese va para adelante en una dirección y va para atrás en la otra.
–Y va para cada lado un buen trecho también –añadió Alicia.
–Exactamente, así es. Bueno, los «borogobios» son una especie de pájaros desaliñados con las plumas erizadas por todas partes…, una especie de estropajo viviente. Y en cuanto a que se «fruncían mimosos», también puede decirse que estaban «fruncimosos», ya ves, otra palabra con sobretodo.
–¿Y el «momio» ese que «murgiflaba rantas»? –preguntó Alicia. –Me parece que le estoy ocasionando muchas molestias con tanta pregunta.
–Bueno, las «rantas» son una especie de cerdo verde; pero respecto a los «momios» no estoy seguro de lo que son: me parece que la palabra viene de «monseñor con insomnio», en fin, un verdadero momio.
–Y entonces, ¿qué quiere decir eso de que «murgiflaban»?
–Bueno, «murgiflar» es algo así como un aullar y un silbar a la vez, con una especie de estornudo en medio; quizás llegues a oír como lo hacen alguna vez en aquella floresta…, y cuando te haya tocado oírlo por fin, te bastará ciertamente con esa vez. ¿Quién te ha estado recitando esas cosas tan difíciles?
–Lo he leído en un libro –explicó Alicia. –Pero también me han recitado otros poemas mucho más fáciles que ese; creo que fue Tweedledee…, si no me equivoco.
–¡Ah! En cuanto a poemas –dijo Humpty Dumpty, extendiendo elocuentemente una de sus grandes manos– yo puedo recitar tan bien como cualquiera, si es que se trata de eso…
–¡Oh, no es necesario que se trate de eso! –se apresuró a atajarle Alicia, con la vana esperanza de impedir que empezara.

Lewis Carrol

sábado, 29 de enero de 2011

Lamento por el sur

La luna roja, el viento, tu color
de mujer del Norte, la llanura de nieve...
Mi corazón está ya en estas praderas,
en estas aguas anubladas por la niebla.
He olvidado el mar, la grave
caracola que soplan los pastores sicilianos,
las cantilenas de los carros a lo largo de los caminos
donde el algarrobo tiembla en el humo de los rastrojos,
he olvidado el paso de las garzas y las grullas
en el aire de las verdes altiplanicies
por las tierras y los ríos de Lombardía.
Pero el hombre grita en cualquier parte la suerte de una patria.
Ya nadie me llevará al sur.

Oh, el Sur está cansado de arrastrar muertos
a la orilla de las ciénagas de malaria,
está cansado de soledad, cansado de cadenas,
está cansado en su boca
de las blasfemias de todas las razas
que han gritado muerte con el eco de sus pozos,
que han bebido la sangre de su corazón.
Por eso sus hijos vuelven a los montes,
sujetan los caballos bajo mantas de estrellas,
comen flores de acacia a lo largo de las pistas
nuevamente rojas, aun rojas, aun rojas.
Ya nadie me llevará al Sur.

Y esta tarde cargada de invierno
es aún nuestra, y aquí te repito
mi absurdo contrapunto
de dulzuras y furores,
un lamento de amor sin amor.

 Salvatore Quasimodo Versión de Carlo Fabretti

viernes, 28 de enero de 2011

-Sin título-

Qué difícil es perdonar,
un trabajo muy lento y muy arduo,
del que sola me he ocupado
durante ya muchos años.
El odio me ha enfermado,
me siento deformada, estos abscesos
me prohíben incluso mostrarme
junto a los hombres.
Sólo sé que yo
no puedo odiar más de este modo
ni desear tu muerte,
la cual tampoco deseo,
ni cumpliría yo por mi mano,
He aprendido que la mía
ha de amar a sus enemigos, y
esto es tan simple, pues si no cómo
podrían luego mis enemigos
hacerme más de un mal.
Si se extravía una bala,
si alguien me escupe en la cara,
como ayer, no me guardo pensamientos
contra el amor que me ha sido dado.
Tengo miedo ante el amor
que me has infundido tú,
con la intención más cruel.
Totalmente ajada de cortantes ácidos,
venenos de todo tipo, por el opio,
aturdida por completo en mi destrucción.
Puesto que ya no vivo más en ti,
y muerta me encuentro ya, donde estoy.
Lo que cuentan y persisten son las cúpulas
comen dos veces al día, satisfacen
luego sus necesidades, e
imploran por los medicamentos,
que me han de sumir en un largo sueño.

Ingeborg Bachmann

jueves, 27 de enero de 2011

Chanson de una dama en la sombra


Cuando la Taciturna llegue y decapite los tulipanes,
¿Quién saldrá ganando?
¿Quién saldrá perdiendo?
¿Quién se asomará a la ventana?
¿Quién pronunciará primero su nombre?
Alguien que es portador de mis cabellos.
Los lleva como se lleva a los muertos en las manos.
Los lleva como llevó el cielo mis cabellos aquel año en que amé.
Los lleva así por vanidad.
Ese saldrá ganando.
No saldrá perdiendo.
No se asomará a la ventana.
No pronunciará su nombre.
Es alguien que está en posesión de mis ojos.
Los tiene desde que se cierran los portones.
Los lleva en los dedos, como anillos.
Los lleva como añicos de fruición y zafiro:
era ya mi hermano en otoño;
y ya cuenta los días y las noches.
Ese saldrá ganando.
No saldrá perdiendo.
No se asomará a la ventana.
Pronunciará su nombre el último.
Es alguien que tiene lo que dije.
Lo lleva bajo el brazo, como un bulto.
Lo lleva como el reloj su peor hora.
Lo lleva de umbral en umbral, mas no lo arroja.
Ese no saldrá ganando.
Saldrá perdiendo.
Se asomará a la ventana.
Pronunciará su nombre el primero.
Será decapitado con los tulipanes. 

Paul Celan Traducción de Felipe Boso

miércoles, 26 de enero de 2011

Carnet de Baile

1. Mi madre nos leía a Neruda en Quilpué, en Cauquenes, en Los Ángeles. 2. Un único libro: Veinte poemas de amor y una canción desesperada, Editorial Losada, Buenos Aires, 1961. En la portada un dibujo de Neruda y un aviso de que aquélla era la edición conmemorativa de un millón de ejemplares. ¿En 1961 se había vendido un millón de ejemplares de los Veinte poemas o se trataba de la totalidad de la obra publicada de Neruda? Me temo que lo primero, aunque ambas posibilidades son inquietantes, y ya inexistentes. 3. En la segunda página del libro está escrito el nombre de mi madre, María Victoria Avalos Flores. Una observación tal vez superficial, contra todos los indicios, me hace concluir que no fue ella quien escribió su nombre allí. Tampoco es la letra de mi padre, ni de nadie que yo conozca. ¿De quién, entonces? Tras observar cuidadosamente esa firma desdibujada por los años tengo que admitir, si bien con reservas, que es la de mi madre. 4. En 1961, en 1962, mi madre tenía menos años de los que yo tengo ahora, no llegaba a los treintaicinco, y trabajaba en un hospital. Era joven y animosa. 5. Los Veinte poemas, mis Veinte poemas, han recorrido un largo camino. Primero por diversos pueblos del sur de Chile, después por varias casas de México DF, después por tres ciudades de España. 6. El libro, por supuesto, no era mío. Primero fue de mi madre. Ésta se lo regaló a mi hermana y cuando mi hermana se fue de Gerona rumbo a México me lo regaló a mí. Entre los libros que me dejó mi hermana mis favoritos eran los de ciencia ficción y la obra completa, hasta ese momento, de Manuel Puig, que yo mismo le había regalado y que entonces releí. 7. Neruda ya no me gustaba. ¡Y menos aún los Veinte poemas de amor! 8. En 1968 mi familia se fue a vivir a México DF. Dos años después, en 1970, conocí a Alejandro Jodorowsky, que para mí encarnaba al artista de prestigio. Lo busqué a la salida de un teatro (dirigía una versión de Zaratustra, con Isela Vega), le dije que quería que me enseñara a dirigir películas y desde entonces me convertí en asiduo visitante de su casa. Creo que no fui un buen alumno. Jodorowsky me preguntó cuánto gastaba en tabaco cada semana. Le dije que bastante, pues desde siempre he fumado como un carretero. Jodorowsky me dijo que dejara de fumar y que ese dinero lo invirtiera en pagar unas clases de meditación zen con Ejo Takata. De acuerdo, dije. Durante unos días estuve con Ejo Takata, pero a la tercera sesión decidí que eso no era lo mío. 9. Abandoné a Ejo Takata en plena sesión de meditación zen. Cuando quise dejar la fila el japonés se abalanzó sobre mí blandiendo un bastón de madera, el mismo con el que golpeaba a los alumnos que así se lo pedían. Es decir, Ejo ofrecía el bastón, los alumnos decían sí o no y en caso de ser la respuesta afirmativa Ejo les descerrajaba unos planazos que atronaban el espacio en penumbra impregnado de incienso. 10. A mí, sin embargo, no me ofreció la posibilidad de denegar los golpes. Su ataque fue fulminante y estentóreo. Yo estaba junto a una chica, cerca de la puerta, y Ejo estaba al fondo de la habitación. Supuse que tenía los ojos cerrados y creí que no me iba a escuchar cuando me marchara. Pero el pinche japonés me escuchó y se abalanzó sobre mí gritando el equivalente zen de banzai. 11. Mi padre fue campeón de boxeo amateur en la categoría de los pesos pesados. Su invicto reinado se circunscribió al sur de Chile. A mí nunca me gustó boxear, pero aprendí desde chico; siempre hubo un par de guantes de boxeo en mi casa, ya fuera en Chile o en México. 12. Cuando el maestro Ejo Takata se abalanzó gritando sobre mí probablemente no pretendía hacerme daño, tampoco esperaba que yo automáticamente me defendiera. Los planazos de su bastón servían generalmente para desentumecer los nervios agarrotados de sus discípulos. Pero yo no tenía los nervios agarrotados, yo sólo quería largarme de allí de una vez por todas. 13. Si crees que te atacan, te defiendes, ésa es una ley natural, sobre todo a los diecisiete años, sobre todo en el DF. Ejo Takata era nerudiano en la ingenuidad. 14. Según Jodorowsky, él había introducido a Ejo Takata en México. Durante una época Takata buscaba drogadictos por las selvas de Oaxaca, la mayoría norteamericanos, que no habían podido regresar después de un viaje alucinógeno. 15. Por lo demás, la experiencia con Takata no hizo que dejara de fumar. 16. Una de las cosas que me gustaba de Jodorowsky era que hablaba de los intelectuales chilenos (generalmente en contra) y me incluía a mí. Eso me proporcionaba una gran confianza, aunque por descontado yo no tenía la más mínima intención de ser como aquellos intelectuales. 17. Una tarde, no sé por qué, nos pusimos a hablar de poesía chilena. El dijo que el más grande era Nicanor Parra. Acto seguido, se puso a recitar un poema de Nicanor, y luego otro, y luego finalmente otro. Jodorowsky recitaba bien, pero los poemas no me impresionaron. Yo era por entonces un joven hipersensible, además de ridículo y muy orgulloso, y afirmé que el mejor poeta de Chile, sin duda alguna, era Pablo Neruda. Los demás, añadí, son unos enanos. La discusión debió de durar media hora. Jodorowsky esgrimió argumentos de Gurdjieff, Krishnamurti y Madame Blavatski, luego habló de Kierkegaard y Wittgenstein, luego de Topor, Arrabal y él mismo.
Recuerdo que dijo que Nicanor, de paso para alguna parte, se había alojado en su casa. En esa afirmación entreví un orgullo pueril que desde entonces nunca he dejado de percibir en la mayoría de los escritores. 18. En alguno de sus escritos Bataille dice que las lágrimas son la última forma de comunicación. Yo me puse a llorar, pero no de una manera normal y formal, es decir dejando que mis lágrimas se deslizaran suavemente por las mejillas, sino de una manera salvaje, a borbotones, más o menos como llora Alicia en el País de las Maravillas, inundándolo todo. 19. Cuando salí de casa de Jodorowsky supe que nunca más iba a volver allí y eso me dolió tanto como sus palabras y seguí llorando por la calle. También supe, pero esto de una forma más oscura, que no volvería a tener un maestro tan simpático, un ladrón de guante blanco, el estafador perfecto. 20. Pero lo que más me extrañó de mi actitud fue la defensa más bien miserable y poco argumentada, pero defensa al fin y al cabo, que hice de Pablo Neruda, de quien sólo había leído los Veinte poemas de amor (que por entonces me parecían involuntariamente humorísticos) y el Crepusculario, cuyo poema «Farewell» encarnaba el colmo de los colmos de la cursilería, pero por el cual siento una inquebrantable fidelidad. 21. En 1971 leí a Vallejo, a Huidobro, a Martín Adán, a Borges, a Oquendo de Amat, a Pablo de Rokha, a Gilberto Owen, a López Velarde, a Oliverio Girondo. Incluso leí a Nicanor Parra. ¡Incluso leí a Pablo Neruda! 22. Los poetas mexicanos de entonces que eran mis amigos y con quienes compartía la bohemia y las lecturas, se dividían básicamente entre vallejianos y nerudianos. Yo era parriano en el vacío, sin la menor duda. 23. Pero hay que matar a los padres, el poeta es un huérfano nato. 24. En 1973 volví a Chile en un largo viaje por tierra y por mar que se dilató al arbitrio de la hospitalidad. Conocí a revolucionarios de distinto pelaje. El torbellino de fuego en el que Centroamérica no tardaría en verse envuelta ya se avizoraba en los ojos de mis amigos, que hablaban de la muerte como quien cuenta una película. 25. Llegué a Chile en agosto de 1973. Quería participar en la construcción del socialismo. El primer libro de poemas que compré fue Obra gruesa, de Parra. El segundo, Artefactos, también de Parra. 26. Tenía menos de un mes para disfrutar de la construcción del socialismo. Por supuesto, yo entonces no lo sabía. Era parriano en la ingenuidad. 27. Asistí a una exposición y vi a varios poetas chilenos, fue espantoso. 28. El once de septiembre me presenté como voluntario en la única célula operativa del barrio en donde yo vivía. El jefe era un obrero comunista, gordito y perplejo, pero dispuesto a luchar. Su mujer parecía más valiente que él. Todos nos amontonamos en el pequeño comedor de suelo de madera. Mientras el jefe de la célula hablaba me fijé en los libros que tenía sobre el aparador. Eran pocos, la mayoría novelas de vaqueros como las que leía mi padre. 29. El once de septiembre fue para mí, además de un espectáculo sangriento, un espectáculo humorístico. 30. Vigilé una calle vacía. Olvidé mi contraseña. Mis compañeros tenían quince años o eran jubilados o desempleados. 31. Cuando murió Neruda yo ya estaba en Mulchén, con mis tíos y tías, con mis primos. En noviembre, mientras viajaba de Los Ángeles a Concepción, me detuvieron en un control de carretera y me metieron preso. Fui el único al que bajaron del autobús. Pensé que me iban a matar allí mismo. Desde el calabozo oí la conversación que sostuvo el jefe del retén, un carabinero jovencito y con cara de hijo de puta (un hijo de puta revolviéndose en el interior de un saco de harina), con sus jefes de Concepción. Decía que había capturado a un terrorista mexicano. Luego se retractó y dijo: terrorista extranjero. Mencionó mi acento, mis dólares, la marca de mi camisa y de mis pantalones. 32. Mis bisabuelos, los Flores y los Grana, intentaron vanamente domar la Araucanía (aunque no fueron capaces ni de domarse a sí mismos), por lo que es probable que fueran nerudianos en la desmesura; mi abuelo Roberto Avalos Martí fue coronel y estuvo destinado en varias plazas del sur hasta una jubilación temprana y oscura, lo que me hace pensar que fue nerudiano en el blanco y en el azul; mis abuelos paternos llegaron de Galicia y Cataluña, dejaron sus vidas en la provincia de Bío-Bío y fueron nerudianos en el paisaje y en la laboriosa lentitud. 33. Durante algunos días estuve encerrado en Concepción y luego me soltaron. No me torturaron, como temía, ni siquiera me robaron. Pero tampoco me dieron nada para comer ni para taparme por las noches, por lo que tuve que vivir de la buena voluntad de los presos que compartían su comida conmigo. De madrugada escuchaba cómo torturaban a otros, sin poder dormir, sin nada que leer, salvo una revista en inglés que alguien había olvidado allí y en la que lo único interesante era un artículo sobre una casa que en otro tiempo perteneció al poeta Dylan Thomas. 34. Me sacaron del atolladero dos detectives, ex compañeros míos en el Liceo de Hombres de Los Ángeles, y mi amigo Fernando Fernández, que tenía un año más que yo, veintiuno, pero cuya sangre fría era sin duda equiparable a la imagen ideal del inglés que los chilenos desesperada y vanamente intentaron tener de sí mismos. 35. En enero de 1974 me marché de Chile. Nunca más he vuelto. 36. ¿Fueron valientes los chilenos de mi generación? Sí, fueron valientes. 37. En México me contaron la historia de una muchacha del MIR a la que torturaron introduciéndole ratas vivas por la vagina. Esta muchacha pudo exiliarse y llegó al DF. Vivía allí, pero cada día estaba más triste y un día se murió de tanta tristeza. Eso me dijeron. Yo no la conocí personalmente. 38. No es una historia extraordinaria. Sabemos de campesinas guatemaltecas sometidas a vejaciones sin nombre. Lo increíble de esta historia es su ubicuidad. En París me contaron que una vez llegó allí una chilena a la que habían torturado de la misma manera. Esta chilena también era del MIR, tenía la misma edad que la chilena de México y había muerto, como aquélla, de tristeza. 39. Tiempo después supe la historia de una chilena de Estocolmo, joven y militante del MIR o ex militante del MIR, torturada en noviembre de 1973 con el sistema de las ratas y que había muerto, para asombro de los médicos que la cuidaban, de tristeza, de morbus melancholicus. 40. ¿Se puede morir de tristeza? Sí, se puede morir de tristeza, se puede morir de hambre (aunque es doloroso), se puede morir incluso de spleen. 41. ¿Esta chilena desconocida, reincidente en la tortura y en la muerte, era la misma o se trataba de tres mujeres distintas, si bien correligionarias en el mismo partido y de una belleza similar? Según un amigo, se trataba de la misma mujer que, como en el poema de Vallejo «Masa», al morir se iba multiplicando sin dejar por ello de morir. (En realidad, en el poema de Vallejo el muerto no se multiplica, quienes se multiplican son los suplicantes, los que no quieren que muera.) 42. Hubo una vez una poeta belga llamada Sophie Podolski. Nació en 1953 y se suicidó en 1974. Sólo publicó un libro, llamado Le Pays oü tout estpermis (Montfaucon Research Center, 1972, 280 páginas facsímiles). 43. Germain Nouveau (1852-1920), que fue amigo de Rimbaud, pasó los últimos años de su vida como vagabundo y como mendigo. Se hacía llamar Humilis (en 1910 publicó Les poemes d'Humilis) y vivía en las puertas de las iglesias. 44. Todo es posible. Eso todo poeta debería saberlo. 45. Una vez me preguntaron cuáles eran los jóvenes poetas chilenos que a mí me gustaban. Tal vez no emplearan la palabra «jóvenes» sino «actuales». Dije que me gustaba Rodrigo Lira, aunque éste ya no pueda ser actual (pero sí joven, más joven que todos nosotros) puesto que está muerto. 46. Parejas de baile de la joven poesía chilena: los nerudianos en la geometría con los huidobrianos en la crueldad, los mistralianos en el humor con los rokhianos en la humildad, los parrianos en el hueso con los lihneanos en el ojo. 47. Lo confieso: no puedo leer el libro de memorias de Neruda sin sentirme mal, fatal. Qué cúmulo de contradicciones. Qué esfuerzos para ocultar y embellecer aquello que tiene el rostro desfigurado. Qué falta de generosidad y qué poco sentido del humor. 48. Hubo una época felizmente ya pasada de mi vida en que veía por el pasillo de mi casa a Adolf Hitler. Hitler no hacía nada más que caminar pasillo arriba y pasillo abajo y cuando pasaba por la puerta abierta de mi dormitorio ni siquiera me miraba. Al principio pensaba que era (¿qué otra cosa podía ser?) el demonio y que mi locura era irreversible. 49.  Quince días después Hitler se esfumó y yo pensé que el siguiente en aparecer sería Stalin. Pero Stalin no apareció. 50. Fue Neruda el que se instaló en mi pasillo. No quince días, como Hitler, sino tres, un tiempo considerablemente más corto, señal de que la depresión amenguaba. 51. En contrapartida, Neruda hacía ruidos (Hitler era silencioso como un trozo de hielo a la deriva), se quejaba, murmuraba palabras incomprensibles, sus manos se alargaban, sus pulmones sorbían el aire del pasillo (de ese frío pasillo europeo) con fruición, sus gestos de dolor y sus modales de mendigo de la primera noche fueron cambiando de tal manera que al final el fantasma parecía recompuesto, otro, un poeta cortesano, digno y solemne. 52. A la tercera y última noche, al pasar por delante de mi puerta, se detuvo y me miró (Hitler nunca me había mirado) y, esto es lo más extraordinario, intentó hablar, no pudo, manoteó su impotencia y finalmente, antes de desaparecer con las primeras luces del día, me sonrió (¿como diciéndome que toda comunicación es imposible pero que, sin embargo, se debe hacer el intento?). 53. Conocí hace tiempo a tres hermanos argentinos que murieron intentando hacer la revolución en países diferentes de Latinoamérica. Los dos mayores se traicionaron mutuamente y de paso traicionaron al menor. Éste no cometió traición alguna, y murió, dicen, llamándolos, aunque lo más probable es que muriera en silencio. 54. Los hijos del león español, decía Rubén Darío, un optimista nato. Los hijos de Walt Whitman, de José Martí, de Violeta Parra; desollados, olvidados, en fosas comunes, en el fondo del mar, sus huesos mezclados en un destino troyano que espanta a los supervivientes. 55. Pienso en ellos estos días en que los veteranos de las Brigadas Internacionales visitan España, viejitos que bajan de los autocares con el puño en alto. Fueron 40.000 y hoy vuelven a España 350 o algo así. 56. Pienso en Beltrán Morales, pienso en Rodrigo Lira, pienso en Mario Santiago, pienso en Reinaldo Arenas. Pienso en los poetas muertos en el potro de tortura, en los muertos de sida, de sobredosis, en todos los que creyeron en el paraíso latinoamericano y murieron en el infierno latinoamericano. Pienso en esas obras que acaso permitan a la izquierda salir del foso de la vergüenza y la inoperancia. 57. Pienso en nuestras vanas cabezas puntiagudas y en la muerte abominable de Isaac Babel. 58. Cuando sea mayor quiero ser nerudiano en la sinergia. 59. Preguntas para antes de dormir. ¿Por qué a Neruda no le gustaba Kafka? ¿Por qué a Neruda no le gustaba Rilke? ¿Por qué a Neruda no le gustaba De Rokha? 60. ¿Barbusse le gustaba? Todo hace pensar que sí. Y Shólojov. Y Alberti. Y Octavio Paz. Extraña compañía para viajar por el Purgatorio. 61. Pero también le gustaba Éluard, que escribía poemas de amor. 62. Si Neruda hubiera sido cocainómano, heroinómano, si lo hubiera matado un cascote en el Madrid sitiado del 36, si hubiera sido amante de Lorca y se hubiera suicidado tras la muerte de éste, otra sería la historia. ¡Si Neruda fuera el desconocido que en el fondo verdaderamente es! 63. ¿En el sótano de lo que llamamos «Obra de Neruda» acecha Ugolino dispuesto a devorar a sus hijos? 64. ¡Sin ningún remordimiento! ¡Inocentemente! ¡Sólo porque tiene hambre y ningún deseo de morirse! 65. No tuvo hijos, pero el pueblo lo quería. 66. ¿Como a la Cruz, hemos de volver a Neruda con las rodillas sangrantes, los pulmones agujereados, los ojos llenos de lágrimas? 67. Cuando nuestros nombres ya nada signifiquen, su nombre seguirá brillando, seguirá planeando sobre una literatura imaginaria llamada literatura chilena. 68. Todos los poetas, entonces, vivirán en comunas artísticas llamadas cárceles o manicomios. 69. Nuestra casa imaginaria, nuestra casa común.
Roberto Bolaño

A la llegada de las hordas

Mi gran furor que os dará la medida de mi cólera.
En fuga al centro de mí y hacia mi ser en lo profético desencadenado.
Mi pasión por la noche, mi clarividencia.
De poseso coronado por Orfeo y la Bella.
Me hacen más libre, y a la vez, más dichoso y más múltiple.
Que vosotros que todo lo tenéis.
Que vosotros oh corsarios blancos.
Oh, hijos de un cielo que habéis adquirido al menor precio.
A quienes nunca he visto jugarse una última carta.
Como quien juega su cabellera a las aguas envenenadas.
En el supremo juego donde el que pierde es el gran victorioso.
¿No os espanta mi lengua de animal solitario?
¿O no es a vosotros a quienes ciega
mi ojo centelleante como un vasto océano?
Temedme. Alejaos de mí.
Soy el monstruo sagrado, el asesino celestial y benigno.
Aquel que jamás tuvo nada, pero aún así
Su inaudita riqueza sobrepasa a la vuestra.

Porque yo hice mío lo desconocido.
Yo he tocado los límites del infinito.
Y, por último, ¡sabedlo!
Vosotros, que alardeáis de santidad y pureza.
Nunca estaréis tan cerca de Dios como yo.
Que soy la otra cara de Él.
Que soy la eternidad que revive en un hombre.
Que soy una edad desconocida.
Avanzando de himno en himno, de conjuro en conjuro.
Hacia el centro de mi corazón.
Hacia los mundos puros, los mundos malditos, los mundos negados.
Donde he llegado a ser
Un titán bronceado por los sueños
Y que marcha, sí, que marcha.
Abrazado a su abismo como a un postrer anhelo.

Carlos de Rokha

martes, 25 de enero de 2011

Vibración


Hay un viento que tortura a los murciélagos
y están las plantas chamuscadas de los soles muertos
la ciudad hilada con el mar
donde los abismos de pterodáctilo me llaman
hay una espiral de terror animando mi mente
y el zumbido del esqueleto de la soledad
donde florecen cadáveres furiosos en una botella
y armas rojas se desvanecen en espejo.

Miro hacia atrás por la hoja de mi doble
allí vuela –a través de su vista– El Ahorcado
donde una pirámide de agua se asoma entre las oscuras
vituallas de la vida interior.

Philip Lamantia