martes, 23 de noviembre de 2010

Las olas (fragmento)

«Me he puesto a correr», dijo Jinny, «después de desayunar. He visto que las hojas se agitaban en un orificio del seto. He pensado: "Es un pájaro en su nido." Las hojas han seguido moviéndose. He tenido miedo. Corriendo, he pasado ante Susan, ante Rhoda, Neville y Bernard, que hablaban junto a la caseta de las herramientas. Lloraba mientras corría más y más aprisa. ¿Qué ha movido las hojas? ¿Qué mueve mi corazón, mis piernas? Y he entrado bruscamente aquí, viéndote verde como un arbusto, como una rama, muy quieto, Louis, con la mirada fija. “¿Está muerto?”, he pensado, y te he besado, saltándome el corazón, bajo el vestido de color de rosa, como las hojas, que siguen moviéndose aunque nada hay que las mueva. Ahora huelo a geranios, huelo al mantillo de la tierra. Bailo. Ondulo. Me encuentro arrojada sobre ti, como una red de luz. Yacente tiemblo, sobre ti arrojada.»
«Por entre el claro en el seto», dijo Susan, «vi cómo Jinny le besaba. Alcé la cabeza inclinada sobre la maceta, y miré por el claro en el seto. Vi cómo Jinny le besaba. Los vi, a Jinny y a Louis, besándose. Ahora envolveré mi angustia en el pañuelo que siempre llevo en el bolsillo. Y la angustia quedará prietamente apretujada, en una pelota. Sola iré al bosque de hayas, antes de clase. No me sentaré a la mesa para hacer sumas. No me sentaré al lado de Jinny, no me sentaré al lado de Louis. Cogeré mi angustia, y la dejaré sobre las raíces, bajo las copas de las hayas. La examinaré y la cogeré con las puntas de los dedos. No me descubrirán. Comeré nueces y buscaré huevos entre las zarzas, se me amazacotará el cabello, dormiré bajo un arbusto, beberé agua de charca y allí moriré.»
«Susan ha pasado junto a nosotros», dijo Bernard. «Ha pasado ante la puerta de la caseta de las herramientas, con el pañuelo prietamente apelotonado.No lloraba, pero sus ojos, tan hermosos, se habían achicado, como se achican los de los gatos antes de saltar. La seguiré, Neville. Iré despacio tras ella, para estar presto, con mi curiosidad, a fin de confortarla cuando estalle y en su rabia piense: “Estoy sola.”
»Ahora cruza el campo, contoneándose indiferente, para engañarnos. Llega a la depresión; cree que nadie la ve; echa a correr con los puños crispados ante sí. Se le hunden las uñas en el pañuelo apelotonado. Se dirige hacia el bosque de hayas, fuera de la luz. Abre los brazos al llegar a las pavas y se zambulle en las sombras como una nadadora. Pero se ha quedado ciega tras la luz y tropieza y se arroja sobre las raíces, bajo las copas de los árboles, donde la luz parece jadear, naciendo y extinguiéndose, naciendo y extinguiéndose. Las ramas respiran fuerte, arriba y abajo. Hay angustia ahí. Las raíces forman un esqueleto en la tierra, con hojas muertas amontonadas en los rincones. Susan ha derramado su angustia.
El pañuelo yace en las raíces de las hayas, y Susan solloza, ovillada donde ha caído.»
«He visto cómo Jinny le besaba», dijo Susan.«He mirado por entre las hojas y la he visto. Entró bailando, moteada de diamantes, leves como el polvo. Y yo soy chaparra, Bernard, chaparra y baja. Tengo ojos que miran muy de cerca el suelo y ven insectos en la hierba. La amarilla calidez de mi costado se tornó piedra, cuando vi que Jinny besaba a Louis. Comeré hierba y moriré en cualquier charca de agua parda, con podridas hojas muertas.»
«Te he visto ir hacia allá», dijo Bernard. «Al pasar junto a la puerta de la caseta, te he oído gritar: "Soy desdichada." He dejado el cuchillo. Con Neville tallaba barquitos en un leño. Y voy despeinado porque, cuando la señora Constable me ha dicho que me peinara, había una mosca en una telaraña, y he preguntado: “¿Devuelvo la libertad a la mosca? ¿Dejo que la araña la devore?” Por esto siempre llego tarde. Voy despeinado, con astillas de madera en el pelo. Al oír que llorabas te he seguido, y he visto cómo dejabas en el suelo el pañuelo apelotonado, con tu rabia y tu odio en él. Pero esto pronto cesará. Nuestros cuerpos están cerca el uno del otro ahora. Oyes mi respiración. También veo el escarabajo que lleva una hoja sobre el dorso.
Avanza en una dirección y luego en otra, de manera que incluso tu deseo, mientras contemplas el escarabajo, de poseer algo único (ahora es Louis) se ve obligado a vacilar, como la luz que va y viene por entre las hojas del haya. Y entonces las palabras que se mueven tenebrosas en las profundidades de tu mente romperán este nudo de dureza, contenido en tu pañuelo.»
«Amo», dijo Susan, «y odio. Sólo una cosa deseo. Mi mirada es dura. La mirada de Jinny se quiebra en cien mil luces. Los ojos de Rhoda son como esas pálidas flores a las que acuden las polillas al atardecer. Los tuyos crecen y rebosan, pero nunca se quiebran. Sin embargo estoy ya empeñada en mi búsqueda y mi propósito. Veo insectos en la hierba. Pese a que mi madre todavía me hace blancos calcetines de punto y me cose dobladillos en los delantales, y pese a que aún soy una niña, amo y odio.»
«Pero cuando estamos sentados cerca», dijo Bernard, «tú y yo nos fundimos el uno en el otro gracias a las frases. Quedamos ribeteados de niebla. Formamos un territorio sin sustancia.»
«Veo el escarabajo», dijo Susan. «Veo que es negro, veo que es verde. Estoy limitada a palabras sueltas. Pero tú puedes alejarte, te escapas, te elevas más alto, con las palabras y palabras en frases.»

Virginia Woolf

lunes, 22 de noviembre de 2010

El aventurero húngaro

Hubo una vez un aventurero húngaro de sorprendente apostura, infalible encanto y gracia, dotes de consumado actor, culto, conocedor de muchos idiomas y aristocrático de aspecto. En realidad, era un genio de la intriga, del arte de librarse de las dificultades, de la ciencia de entrar y salir discretamente de todos los países.
Viajaba como un gran señor, con quince baúles que contenían la ropa más distinguida, y con dos grandes perros daneses. La autoridad que de él irradiaba le había valido el sobrenombre del Barón. Al Barón se le veía en los hoteles más lujosos, en los balnearios y en las carreras de caballos, en viajes alrededor del mundo, en excursiones a Egipto y en expediciones al desierto y Africa.
En todas partes se convertía en el centro de atracción de las mujeres. Al igual que los actores más versátiles, pasaba de un papel a otro a fin de complacer el gusto de cada una de aquéllas. Era el bailarín más elegante, el compañero de mesa más vivaz y el más decadente de los conversadores en los téte-á-tétes; sabía tripular una embarcación, montar a caballo y conducir automóviles. Conocía todas las ciudades como si hubiera vivido en ellas toda su vida. Conocía también a todo el mundo en sociedad. Era indispensable.
Cuando necesitaba dinero, se casaba con una mujer rica, la saqueaba y se marchaba a otro país. Las más de las veces, las mujeres no se rebelaban ni daban parte a la policía. Las pocas semanas o meses que habían gozado de él como marido les dejaban una sensación que pesaba más en su ánimo que el golpe de la pérdida de su dinero. Por un momento, habían sabido lo que era vivir por todo lo alto, lo que era volar por encima de las cabezas de los mediocres.
Las levantaba tan alto, las sumía de tal manera en el vertiginoso torbellino de sus encantos, que su partida tenía algo de vuelo. Parecía casi natural: ninguna compañera podía seguir su elevado vuelo de águila.
El libre e inasible aventurero, brincando así de rama en rama dorada, a punto estuvo de caer en una trampa, una trampa de amor humano, cuando, una noche, conoció a la danzarina brasileña Anita en un teatro peruano. Sus ojos rasgados no se cerraban como los ojos de otras mujeres, sino que, al igual que en los de los tigres, pumas y leopardos, los párpados se encontraban perezosa y lentamente. Parecían cosidos ligeramente el uno al otro por la parte de la nariz, porque eran estrechos y dejaban caer una mirada lasciva y oblicua, de mujer que no quiere ver lo que le hacen a su cuerpo. Todo esto le confería un aspecto de estar hecha para el amor que excitó al Barón en cuanto la conoció.
Cuando se metió entre bastidores para verla, ella estaba vistiéndose, rodeada de gran profusión de flores, y, para deleite de sus admiradores, que se sentaban a su alrededor, se daba carmín en el sexo con su lápiz labial, sin permitir que ningún hombre hiciera el menor gesto en dirección a ella.
Cuando el Barón entró, la bailarina se limitó a levantar la cabeza y sonreírle. Tenía un pie sobre una mesita, su complicado vestido brasileño estaba subido, y con sus enjoyadas manos se dedicaba de nuevo a aplicar carmín a su sexo, riéndose a carcajadas de la excitación de los hombres en su derredor.
Su sexo era como una gigantesca flor de invernadero, más ancho que ninguno de cuantos había visto el Barón; con el vello abundante y rizado, negro y lustroso. Estaba pintándose aquellos labios como si fueran los de una boca, tan minuciosamente que acabaron pareciendo camelias de color rojo sangre, abiertas a la fuerza y mostrando el cerrado capullo interior, el núcleo más pálido y de piel más suave de la flor.
El Barón no logró convencerla para que cenaran juntos. La aparición de la bailarina en el escenario no era más que el preludio de su actuación en el teatro. Seguía luego la representación que le había valido fama en toda Sudamérica: los palcos, profundos, obscuros y con la cortina medio corrida se llenaban de hombres de la alta sociedad de todo el mundo. A las mujeres no se las llevaba a presenciar aquel espectáculo
Se había vestido de nuevo, con el traje de complicado can-can que llevaba en escena para sus canciones brasileñas, pero sin chal. El traje carecía de tirantes, y sus turgentes y abundantes senos, comprimidos por la estrechez del entallado, emergían ofreciéndose a la vista casi por entero.
Así ataviada, mientras el resto de la representación continuaba, hacía su ronda por los palcos. Allí, a petición, se arrodillaba ante un hombre, le desabrochaba los pantalones, tomaba su pene entre sus enjoyadas manos y, con una limpieza en el tacto, una pericia y una sutileza que pocas mujeres habían conseguido desarrollar, succionaba hasta que el hombre quedaba satisfecho. Sus dos manos se mostraban tan activas como su boca.
La excitación casi privaba de sentido a los hombres. La elasticidad de sus manos; la variedad de ritmos; del cambio de presión sobre el pene en toda su longitud, al contacto más ligero en el extremo; de las más firmes caricias en todas sus partes al más sutil enmarañamiento del vello, y todo ello a cargo de una mujer excepcionalmente bella y voluptuosa, mientras la atención del público se dirigía al escenario. La visión del miembro introduciéndose en su magnífica boca, entre sus dientes relampagueantes, mientras sus senos se levantaban, proporcionaba a los hombres un placer por el que pagaban con generosidad.
La presencia de Anita en el escenario les preparaba para su aparición en los palcos. Les provocaba con la boca, los ojos y los pechos. Y para satisfacerlos junto a la música, las luces y el canto en la obscuridad, en el palco de cortina semicorrida por encima del público, se daba esta forma de entretenimiento excepcional.
El Barón estuvo a punto de enamorarse de Anita, y permaneció junto a ella más tiempo que con ninguna otra mujer. Ella se enamoró de él y le dio dos hijos.
Pero a los pocos años él se marchó. La costumbre estaba demasiado arraigada; la costumbre de la libertad y del cambio.
Viajó a Roma y tomó una suite en el Grand Hotel. Resultó que esa suite era contigua a la del embajador español, que se alojaba allí con su esposa y sus dos hijas. El Barón les encantó. La embajadora lo admiraba. Se hicieron tan amigos y se mostraba tan cariñoso con las niñas, que no sabían cómo entretenerse en aquel hotel, que pronto las dos adquirieron la costumbre de acudir, en cuanto se levantaban por la mañana, a visitar al Barón y despertarlo entre risas y bromas que no les estaban permitidas con sus padres, más severos.
Una de las niñas tenía alrededor de diez años, y la otra doce. Ambas eran hermosas, con grandes ojos negros aterciopelados, largas cabelleras sedosas y piel dorada. Llevaban vestidos cortos y calcetines blancos también cortos. Profiriendo chillidos, corrían al dormitorio del Barón y se echaban en la gran cama. El quería jugar con ellas, acariciarlas.
Como muchos hombres, el Barón se despertaba siempre con el pene particularmente sensible. En efecto, se hallaba muy vulnerable. No tuvo tiempo de levantarse y calmar su estado orinando. Antes de que pudiera hacerlo, las dos niñas echaron a correr por el brillante pavimento y se le lanzaron encima, encima de su prominente pene, oculto en cierta medida por la gran colcha azul.
Las chiquillas no se dieron cuenta de que se les habían subido las faldas, ni de que sus delgadas piernas de bailarinas se habían enredado entre sí y habían caído sobre el miembro del Barón, tieso bajo la colcha. Riéndose, se le subieron encima, se sentaron a horcajadas como si fuera un caballo, presionando hacia abajo, urgiéndole, con sus cuerpos, a que imprimiera movimientos a la cama. En medio de todo ello, quisieron besarle, tirarle del pelo y mantener con él conversaciones infantiles. La delicia del Barón al ser tratado así creció hasta convertirse en un agudísimo suspense.
Una de las chicas yacía boca abajo, y todo lo que el Barón tenía que hacer para procurarse placer era moverse un poco contra ella. Lo hizo como jugando, como si pretendiera empujarla fuera de la cama.
–Seguro que te caes si te empujo así. –No me caeré –replicó la niña, agarrándose a él a través de las cobijas, mientras él se movía como si fuera a hacerla rodar.
Riendo, la impulsó hacia arriba, pero ella permanecía apretada, frotando contra él sus piernecitas, sus braguitas y todo lo demás, en su esfuerzo por no deslizarse fuera. El seguía con sus movimientos mientras se reían. Entonces, la segunda niña, deseando culminar el juego, se sentó a horcajadas frente a su hermana, y el Barón pudo moverse con más fuerza, pretextando que tenía que soportar el peso de ambas. Su miembro, oculto bajo la gruesa colcha, se levantó más y más entre las piernecitas, y así fue como alcanzó el orgasmo, de una intensidad que raras veces había conocido, rindiéndose en la batalla que las chicas acababan de ganar de una forma que jamás sospecharían.
En otra ocasión, cuando acudieron a jugar con él, ocultó las manos bajo la colcha. Después, levantó la ropa con el dedo índice y las desafió a que se lo agarraran. Con gran entusiasmo, empezaron la caza del dedo, que desaparecía y reaparecía en distintas partes de la cama, cogiéndolo firmemente. Al cabo de un momento, no era el dedo, sino el pene lo que tomaban una y otra vez; tratando de liberarlo, el Barón lograba que lo agarraran cada vez con más fuerza. Desaparecía por entero bajo la cobijas, lo cogía con la mano y lo impulsaba hacia arriba para que se lo volvieran a coger.
Fingió ser un animal que pretendía agarrarlas y morderlas, y en ocasiones lo lograba muy cerca de donde se proponía hacerlo, con gran placer por parte de las chicas. También jugaron al escondite. El "animal" tenía que saltar sobre ellas desde algún rincón oculto. Se escondió en el armario y se cubrió con ropa. Una de las niñas abrió, y él pudo mirarla por debajo de su vestido. La agarró y la mordió, jugueteando, en los muslos.
Tan acalorados eran los juegos, tanta la confusión de la batalla y el abandono de las chiquillas, que muy a menudo la mano del Barón iba a parar a los lugares que él quería.
Con el tiempo, el Barón se mudó, una vez más, pero sus elevados saltos de trapecio de fortuna en fortuna se deterioraron cuando sus demandas sexuales se hicieron más poderosas que las de dinero y poder. Parecía como si la fuerza de su deseo de mujeres ya no estuviera bajo su control. Estaba ansioso por desembarazarse de sus esposas, a fin de proseguir su búsqueda de sensaciones a través del mundo.
Un día se enteró de que la bailarina brasileña a la que amó había muerto a causa de una sobredosis de opio. Sus dos hijas, que tenían quince y dieciséis años respectivamente, deseaban que su padre se hiciera cargo de ellas. El Barón envió en su busca. Por entonces vivía en Nueva York, con una esposa de la que había tenido un hijo. La mujer no era feliz ante la idea de la llegada de las hijas de su rival. Sentía celos por su hijo, que sólo contaba catorce años. Después de todas sus expediciones, el Barón aspiraba ahora a un hogar y a un descanso de sus apuros y de. sus ostentaciones. Tenía una mujer que más bien le gustaba y tres hijos. La idea de reunirse con sus niñas le seducía. Las recibió con grandes demostraciones de afecto. Una era hermosa; la otra menos, pero también atractiva. Habían sido testigos de la vida de su madre, y no tenían nada de reprimidas ni de mojigatas.
La apostura de su padre las impresionó. El, por su parte, recordó sus juegos con las dos chiquillas en Roma; sólo que sus hijas eran un poco mayores, lo que añadía gran atractivo a la situación.
Les asignaron una ancha cama, y más tarde, cuando aún estaban hablando del viaje y del reencuentro con su padre, él entró en la habitación para darles las buenas noches. Se tendió a su lado y las besó. Ellas le devolvieron sus besos. Pero cuando volvió a besarlas, deslizó las manos a lo largo de sus cuerpos, que pudo sentir a través de los camisones.
Las caricias les gustaron.
–Qué guapas sois las dos –dijo–. Estoy muy orgulloso de vosotras. No puedo dejaros dormir solas; ¡hacía tanto tiempo que no os veía!
Sujetándolas paternalmente, con sus cabezas sobre el pecho, acariciándolas con gesto protector, dejó que se durmieran, una a cada lado. Sus jóvenes cuerpos, con sus pechitos apenas formados, le turbaron tanto que no pudo conciliar el sueño. Las acarició alternativamente, con movimientos gatunos para no molestarlas, pero al cabo de un momento su deseo se hizo tan violento, que despertó a una y empezó a forcejear con ella. La otra tampoco escapó. Resistieron y se lamentaron un poco, pero habían visto muchas cosas a lo largo de su vida junto a su madre, así que no se rebelaron.
Ahora bien, aquél no fue un caso vulgar de incesto, pues la furia sexual del Barón aumentó paulatinamente hasta convertirse en una obsesión. La satisfacción no le liberaba ni le calmaba. Era como un prurito. Después de acostarse con sus hijas poseía a su mujer.
Temía que las niñas le abandonaran y huyeran, de modo que las espiaba y, prácticamente, las tenía presas.
Su esposa lo descubrió y organizó violentas escenas, pero el Barón estaba como loco. Ya no cuidaba su forma de vestir, su elegancia, sus aventuras ni su fortuna. Permanecía en casa y sólo pensaba en el momento en que podría tomar juntas a sus hijas. Les había enseñado todas las caricias imaginables. Aprendieron a besarse en presencia de su padre, hasta que se excitaba lo bastante y las poseía.
Pero su obsesión y sus excesos empezaron a pesar sobre él, y su esposa le abandonó.
Una noche, después de haberse despedido de sus hijas, erraba por el apartamento, presa aún del deseo, de fiebres eróticas y de fantasías. Había dejado a las chicas exhaustas, por lo que cayeron dormidas. Y ahora el deseo lo atormentaba de nuevo.
Cegado por él, abrió la puerta de la habitación de su hijo, que dormía tranquilamente boca arriba, con los labios entreabiertos. El Barón lo miró, fascinado. Su endurecido miembro continuaba atormentándolo. Tomó un taburete y lo colocó cerca del lecho. Se arrodilló en él e introdujo el pene en la boca de su hijo. Este despertó, sofocado, y golpeó al Barón. También las muchachas despertaron.
La rebelión contra la insensatez paterna estalló, y abandonaron al ahora frenético y envejecido Barón.

Anaïs Nin

domingo, 21 de noviembre de 2010

Sentado bajo el árbol número dos

Sin embargo, los expresables,
la sencilla arpa musical
verde azulado del arcoíris
trémula luz de una telaraña—
las hebras flotando
al viento, azul &
plata a intervalos
que aparecen & desaparecen—
7 canciones a lo largo del límite
probando su firmeza
como aves arremolinándose sobre
aquellos árboles macizo castillo
poblado de canciones
—rotes imaginarios en mi
ojo moviéndose por la
página con el concreto arcoiris
aceitoso en agujeros del agua &
límites de oro batido,
con sapos de plata
vieja.
Dorada hormiga veloz vuelve
al heno ahora extendiendo
sus antenas a través del
matorral del tiempo luego
vibrando por el barro en busca
de más árboles—
Una hormiguita me muerde el culo
& yo dije ¡Ay! Con
mi carga de goma —
Pica & el dolor termina
En odio del tiempo &
Tedio ¡Sálvame!
¡Mátame!

Jack Kerouac

sábado, 20 de noviembre de 2010

Fatuidad

Soy muy joven; la púrpura en mis venas abunda;
Mi cabello es de jade, mis miradas de fuego,
Y sin tos ni arenilla puedo llenar mi pecho
Con el aire del cielo, que es el aire de Dios.

Al capricho de vientos de Bohemia mis noches
Y mis días arrojo, sin pensarlo dos veces,
Y a menudo entre frascos me sorprende la aurora
Desatando una máscara negra de terciopelo.

Unas la llave de oro de sus almas me dieron,
Otras dicen que soy su señor y su dueño,
Yo las amo y a veces un ángel que es mujer
Baja del cielo y duerme sobre mi corazón.

Saben mi nombre; fácil y feliz es mi vida;
Tengo algún enemigo y algún que otro envidioso;
Pero en mí la amistad siempre encuentra un asilo,
Que otro sea feliz no me ofende jamás.

Théophile Gautier

A una joven italiana

Aquel mes de febrero tiritaba en su albura
De la escarcha y la nieve; azotaba la lluvia
Con sus rachas el ángulo de los negros tejados;
Tú decías: ¡Dios mío! ¿Cuándo voy a poder
Encontrar en los bosques las violetas que quiero?

Nuestro cielo es llorón , en las tierras de Francia
La estación es friolera como si aún fuera invierno.
Y se sienta a la lumbre; París vive entre fango
Cuando en tan bellos meses ya Florencia desgrana
Sus tesoros que adorna un esmalte de hierba.

Mira, el árbol negruzco su esqueleto perfila;
Se engaño tu alma cálida con su dulce calor;
No hay violetas excepto en tus ojos azules,
Y no hay más primavera que tu rostro encendido.

Théophile Gautier

viernes, 19 de noviembre de 2010

VIII - El Perro y el frasco

“–Mi lindo perro, mi buen perro, mi querido perrito, acércate y ven a respirar un perfume excelente que compré al mejor perfumero de la ciudad”.
Y el perro, meneando la cola, que es, según creo, en estos pobre seres, el signo que corresponde a la risa y a la sonrisa, se aproxima y posa curiosamente su nariz húmeda sobre el frasco destapado; luego, retrocediendo súbitamente con espanto, me ladra, a manera de reproche.
“–¡Ah!, perro miserable, si te hubiese ofrecido un paquete de excrementos, lo habrías olisqueado con delicia y quizás hasta lo devorabas. Así, tú también, indigno compañero de mi triste vida, te asemejas al público, al que jamás se le deben presentar delicados perfumes que lo exasperen, sino indecencias escrupulosamente elegidas”.

Charles Baudelaire. El Spleen de París.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Fin de fantasía

Este cuerpo no volverá a empezar de nuevo. Al tocar las
cuencas de sus ojos,
uno nota que un montón de tierra está más vivo,
ya que, incluso al alba, la tierra no hace sino guardar
silencio en su interior.
Pero un cadáver es un resto de demasiado despertares.

No tenemos más que esta virtud: comenzar
cada día la vida- ante la tierra,
bajo un cielo que calla-, esperando un despertar.
Se asombra alguien de que al alba implique tanto esfuerzo,
de despertar en despertar, una labor ha sido efectuada.
Pero vivimos solamente para darnos este estremecimiento
al trabajo futuro y despertar, de una vez, la tierra.
Y alguna vez ocurre. Después vuelve a callar con nosotros.

Si al rozar aquel rostro la mano no estuviese insegura
-viva mano que siente la vida si toca-,
si de veras aquel frío no fuese otra cosa que el frío
de la tierra, en el alba que hiela la tierra,
tal vez eso sería un despertar y las cosas que callan
bajo el alba, dirían todavía palabras. Pero tiembla
mi mano y entre todas las cosas se asemeja
a la mano inmóvil.
Otras veces, despertarse al alba
era un dolor seco, un jirón de luz,
pero era asimismo una liberación. La avara palabra
de la tierra alegre, en un rápido instante,
y morir era todavía regresar a ella. Ahora, el cuerpo que
espera
es un resto de demasiados despertares y no regresa a la tierra.
Ni siquiera lo dicen los labios endurecidos.

Cesare Pavese

martes, 16 de noviembre de 2010

La canción de la estatua

¿Quién es el que me quiere de tal modo
que rechaza su amada vida?
Si se ahoga en el mar alguien por mi,
de vuelta estoy entonces de la piedra
a la vida, en la vida redimida.

Tengo anhelo de sangre rumorosa.
la piedra está muy quieta.
Sueño la vida: es buena.
¿Alguien tiene el valor
mediante el cual yo voy a despertar?

Y si llego a la vida alguna vez,
la que me da todo lo más dorada.

en soledad entonces lloraré,
lloraré por mi piedra. ¿Qué me sirve
mi sangre si madura como vino?
No puede desde el mar llamar al único
que es quien más me ha querido.

Rainer maria Von Rilke

viernes, 12 de noviembre de 2010

Melancolía de muchacha

Se me ocurre pensar en un jinete joven
casi como en un viejo dicho.

Que venía. En el bosque a veces viene
la gran tormenta así para ocultarte.
Que iba. Y así te deja solitaria.
La bendición de las grandes campanas
a menudo en mitad de la oración
Y entonces gritar quieres en la calma,
pero tan sólo lloras quedamente
hondo dentro de tu fresco pañuelo.

Se me ocurre pensar en un jinete joven
que va lejos, armado.

Era muy blanda y fina su sonrisa:
igual que resplandor de marfil viejo,
como nostalgia o nieve navideña
en patio oscuro, o piedra de turquesa
en que se engarzan unas claras perlas,
como claro de luna
en un libro querido.


Rainer María Rilke

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Cuando la recién desposada

Cuando la recién desposada
desprovista de sinsabor
es sometida a la sombra.
Sí. A su sombra…
Enciende la bujía y lee.

¡Ah! Entonces no es nada
la venida del apocalipsis,
los hijos anteriores enterrados
y un hilo de sangre desprendido del techo.
No es nada ya el océano y su barco
ni la muerte que intuye la libélula
ni la desesperanza del leproso.

Cuando la recién desposada:
Ya no estaré tan sola desde hoy día.
He abierto una ventana a la calle.
Miraré el cortejo de los vivos
asomados a la muerte desde su infancia.
Y escogeré el momento oportuno
para enterrarla.**


Stella Díaz Varín
**Tiempo, medida imaginaria.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Cuando de pronto los cerrojos del crepúsculo

Cuando de pronto los cerrojos del crepúsculo
ya no encerraron el largo gusano de mi dedo
ni maldijeron al mar enroscado en mi puño,
la boca del tiempo sorbió como una esponja
el ácido lechoso en cada gozne
y se tragó los líquidos del pecho hasta secarlo.

Cuando el mar de galaxia fue sorbido
y liberado todo el lecho seco del mar,
envié a mi criatura para explorar el globo,
el mismo globo de pelos y osamenta
que cosido a mí mismo por mi mente y mis nervios,
mi frasco de materia ligara a su costilla.

Mis fusibles calcularon el tiempo para impulsar su corazón,
él estalló, hecho polvo, hacia la luz
y celebró con el sol un pequeño sabático,
pero cuando los astros asumiendo su forma
dibujaron las briznas del sueño en sus ojos,
ahogó dentro de un sueño las magias de su padre.

Todo surgió armado de la tumba
el cáncer pelirrojo, vivo aún,
los ojos velados de cataratas con sus turbios tejidos;
algunos muertos deshicieron sus quijadas tupidas,
y hubo bolsas de sangre que soltaron sus moscas;
él supo de memoria el sendero de cruces funerarias.

El sueño navega las mareas del tiempo;
el áspero sargazo de la tumba
entrega a sus muertos en este mar tan laborioso;
y el sueño mudo rueda por los lechos
donde las sombras comen el alimento de los peces
y a través de las flores, emergen hacia el cielo.

Cuando de pronto giraron las tuercas del crepúsculo,
y la leche materna fue dura como arena,
envié a mi propio embajador hacia la luz;
por truco o por azar él se durmió
y por arte de magia se armó de una osamenta
para robarme los fluidos en su corazón.

Despierta, mi durmiente, hacia el sol,
trabajador en la mañana pueblerina
y deja a este soñoliento en el sitio en que yace;
han caído los cercos de la luz,
sólo quedan en pie los jinetes más diestros,
y hay mundos que cuelgan de los árboles.

Dylan Thomas

domingo, 7 de noviembre de 2010

Archipiélago (Fragmento)

¿Tornan de nuevo las grullas a ti, las naves el rumbo
tuercen, van de tus playas en pos? ¿Serenas y ansiadas
brisas llegan al plácido mar, y al sol asomando
del abismo el delfín, luz nueva inunda su dorso?
¿Jonia brilla? ¿Tiempo es ya? Pues es primavera,
y ha tornado a nacer la vida en todos los seres,
y hay en los hombres amor, y tiempos áureos se evocan;
¡vengo en tu paz a ti, oh poderoso, a loarte!

¡Oh venerable!, descansas aún viviendo a la sombra
de tus montes; aún tus brazos jóvenes ciñen
amorosos tu tierra, y a tus hijas, ¡oh padre!
de tus islas radiantes aún ninguna perdiste.
Creta vive, y Salamis, que frescos laureles circundan.
Y alza, en medio de rayos, y a la hora del orto la testa
resplandeciente Delos, y Tenos y Kíos
frutas purpúreas guardan: y de embriagadas colinas
mana el vino de Chipre, y de Kalauria descienden
ríos de plata que van a las véteras aguas del padre.
Todas viven, las islas que un día engendraron los héroes.
Y año tras año irradian y si una vez, del abismo
liberado, el fulgor de la noche, la interna borrasca
a una de ellas sorprende y en tu seno a los hombres sepulta,
tú, tú en cambio pervives, deidad, pues sobre la oscura
sima, por ti mucho vióse nacer y mucho morir.(...)

(...)Entonces, ¡oh amigos de Atenas, oh gestas de Esparta,
cara primavera de los griegos! Si llega
a nuestro otoño, tornad y mirad, espíritus todos
del mundo que fue, ¡pues el fin de los años se acerca!
¡La fiesta también celebrad, oh días de antaño!
A la Hélade miran los pueblos, llorando y cantando
del día orgulloso del triunfo los suaves recuerdos.

¡Floreced entre tanto, mientras los frutos maduran,
oh jardines de Jonia! ¡Floreced en las ruinas de Atenas!
¡Ocultad a los días futuros el duelo!
¡Coronad con eterno verdor, oh laureles, los túmulos
de los muertos, allá en Maratón, donde tantos
victoriosos soldados cayeron, o allá en Keronea,
cuyos campos los últimos atenienses sin armas
huir vieron del día fatal de la afrenta, allá donde
de la cima hasta el valle trenos se escuchan, y el canto
del destino las aguas vagabundas entonan!

Mas, oh tú, de los mares señor inmortal, aunque el canto
de los griegos no más, como antaño, en tus olas te loe,
canta en mí más y más; que el espíritu impávido
de los mares, al modo de los nautas, disfrute
su solaz, y la lengua de los dioses distinga,
y el vaivén de las horas; y así, si el tiempo voraz
sobreviene a segar la miseria y los yerros
de mi vida mortal, y entre los muertos a hundirla,
que la paz en el fondo de tus abismos encuentre.

Friedrich Hölderlin
Versión de Otto de Greiff

martes, 2 de noviembre de 2010

Es Ti Pi

Título:
(en castellano,
Ese Te Pe.)

1. Sucintamente, te percibes
solo, tomado pílsener,
sorbiendo torpemente, probando
sintéticos trozos plásticos.
2. Sueñas terremotos; pesadillas
silencian temas prohibidos:
solemnes tentaciones, persecuciones
sensacionales, televiendo pum-punes,
succionando tetas prostituidas
sobajeando traseros –prominencias-,
sobacos, trenzas, púbises;
separando tristes piernas
sorprendiendo
triturando
poseyendo
suponiendo trepanaciones perversas:
sádicas torturas, profanaciones;
siendo tratado profesionalmente
shocks terapéuticos
-profilácticos-.
3. Sigues. Traveseando# penetras
sucios termiteros pútridos
-siniestra, tremenda
podredumbre-.
4. Sigues; tropezando, pasas
serpenteando, trepando por
solemnes torres# protuberantes:
señuelos; trampas profundas;
sentinas, terribles prisiones;
signos; tópicos; portales.
5. Sientes tonterías, pronunciamientos,
sirenas tarareando pitidos,
sonidos tableteantes.
Porquerías
son traficadas por
sórdidos travestis pervertidos
soplando trompetas. Perforadoras
sonoramente traquetean: progreso. ..
. ..silenciando tímpanos prematuramente.
6. Surgen temores, paranoias:
¡sorteas tantos peligros ... !
sospechas: tiemblas
palideces...
suspiras, temes. ..,

II
¡Prosigue!
1. Sigue, tiritando, pero
sin terrores paralizantes:
sigue transitando, previendo
sabiamente, trotando. Procura
soportar todo pacientemente
-serpiente, toro paloma-³
sintiendo, transpirando, presintiendo
siendo tú, simplemente;
saltando, tranqueando, pensándola.
Sobreponiéndose, tropezando
prosiguiendo:
sigue tratando porfiadamente

2. -sin tozudeces pelotudas-.


III
¿Serás tal vez perdonado?

IV

Sencillamente
te propongo
-simplemente, te prometo-
solamente tres palabras:
solo tendrás piedras
-sombría, terrible parábola-.

V

1. ¿Sexo, ternura? Posibilidades
solamente: tu pie1
sola: triste prisión:
sólo tendrás piedras.
2. ¿Sueñas turbinas, productos?
¿Solazarás trabajo -“pega”-?
¿Sacarás tu platita
-salario: tiempo, préstamos.. .
-sueldos taxis parafina
-sémola, tallarines,
porridge. ..,-
sandias, tomates, peras;
sandwichs, tecito, posta ... ?
¡Sólo tendrás piedras ... !
3. Semillas ... techo ... pan
¿Sabes tecnologías para
sembrar terrenos, praderas
sementeras tiernas, perfumadas,
semanas -¡tantas!-: primores
-suavidades tempraneras-
primaveras. .. ?
¡Sólo tendrás piedras!
4. ¡Supones tal vez poseer
sentido, tiempo,
permanencia.. .?
;SOLO TENDRÁS PIEDRAS!

VI
1. Sólo tendrás piedras:
simientes
temblorosamente
pétreas.
2. ¿Sabrás tomar
pulir
separar
trozar
pulimentar
simples, terrestres piedras
solitarias, tiradas por
serranías, tundras, playas...?
3. Sabias, tel6ricas piedrecillas
sucias, trizadas, punzantes,
separadas también, pero
serenas. Trinando, pronunciando
silenciosamente temas prístinos
4. Son tranquilas; permanecen
sencillas, terráqueas, profundas,
sobreviviendo tan
perseverantemente. ..

VII
1. Sólo tienes palabras,
solamente tres
palabras
(sólo/ tendrás/ piedras/).
2. Sólo tienes pa-la-bras:
solamente tenés
Palabra#
(Sofía - telos - paideia).
3. ¿Serás tal vez perdonado?
4. ¿Superarás todo?¿Puedes
saber todo? ¡Por
supuesto!: Todo: Primero.
Segundo. Tercero. Pronto
sinceramente, te prometo:-
surgirás triunfante,
prometeico.. .,
sonriente, trémulo,
pacífico.
5. Simplemente te propongo
Suave, trinitariamente pergueñando
eses, tes y pes
Ad infinitud

S To P/ ***
(1) Traveseando: neologismo compuesto a partir de 1os vocablos travesía y travesura.
(2) Torre: La Torre / arcano mayor en el juego del Tarot/. (En el Tarot, este arcano representa a Dios, como rayo que derriba una torre de la cual caen unos tipos). La torre de Babel./ La torre de la ENTEL, en el lugar donde estaba la casa de Vicente Huidobro. La torre de Nesle, cerca de París./ La de la UNCTAD -la del Diego Portales-./ La del palacio de Florencia./ La de Londres./ La de los Ingleses en Buenos Aires / La Tour Eiffel./ La de la plaza de armas de Iquique. La del edificio del Seguro Obrero, en la de la Constituci6n. La torrecilla del gendarme de guardia -para él, su armamento, su transitor sister y su anafe o brasero./ Las torres de las iglesias y los templos del planeta entero. Y todas las otras -especialmente, las torres de sangre De Tlon, Unbar, Urbis Tertius (narración fantástica de Jorge Luis Borges que nos cuenta sobre un mundo imaginado por grises sabios hasta el último detalle)-. Cabe por último señalar que hay quien no desea se lo recuerde “como una torre de Pisa atravesada en la garganta de los intelectuales”.
(3) Cf. Evangelio sec. S. Mateo, capitulo diez, versículo 16. (sed astutos como serpientes y cándidos como palomas. El toro lo meto a1 medio, sin previo aviso).
(4) Palabra: Logos, en griego. Lo que era en el principio, y con Dios era, y con Dios estaba, y dios era, sec. el evangelio de San Juan, a1 comienzo: I: 1, 2, 3. Sofía: en griego, sabiduría. Telos: en griego, finalidad, prop6sito, objetivo, funci6n Paideia: en griego también. Ideal educativo ( o algo así).
Escrito en el verano 1977-1978 a partir de un apunte del invierno del primero de esos años. Dedicado a Samuel Román, escultor; Premio Nacional de Arte, autor de -entre otras, una- la escultura homenaje a Recabarren hasta hace poco tiempo ubicada en Plaza Almagro, vereda de San Diego. Vale. (Septiembre de 1981)

***Rodrigo Lira, Obras completas, Pág. 77 a 81, y 84