lunes, 22 de marzo de 2010

Quinta edición de Revista Escarnio

Enviar textos a revistaescarnio@hotmail.com, para la Quinta versión de Escarnio, pueden enviar mas de dos textos. (cuento, poesía, ensayo, aforismos, etc.) lo ideal es que el tema sea: El sexo... en la medida de lo posible. Se agradecerá su colaboración con la entrega de revistas EscarniO

viernes, 12 de marzo de 2010

Poeta hablando consigo mismo ante el espejo

Sí, Soy yo
Esta caza de mí
se ha transformado en algo evidentemente absurdo
creyendo que cuando yo
era perseguido
no sólo me encontraría a mí mismo
sino también a todo un rebaño de yoes
yoes pasados, yoes futuros
un carro cargado de ellos
y todos estos años
y adónde he llegado
en este punto del tiempo
éste no es el mismo espejo
que contemplé hace años

Es el espejo que cambia
nunca el pobre Gregory

¡Hey!, en la vida
Donde fui, fui
Donde me detuve, me detuve
Cuando hablé, hablé
Cuando escuché, escuché
Lo que comí, comí
Lo que amé, amé

Pero que puedo decir acerca de
adonde fui, no fui
adonde me detuve, continué mi camino
cuando hablé, escuché
cuando escuché, hablé
cuando ayuné, comí
y cuando amaba ...
no deseaba odiar



Ahora veo a las personas
como las ve la policía

También veo a las monjas del mismo modo
en que veo a los hare-krishnas

No tengo representante
me disgusta la idea de un poeta con representante
sin embargo Ginsy y Ferli, tienen uno
y hacen pilas de plata con ellos
se vuelven más famosos también
Quizás debiera contratar un representante
Wow!
De ningún modo, Gregory, quédate
En la cercanía del poema.

Gregory Corso

Cantos de Maldoror (Canto tercero-fragmento)

Un farol rojo, bandera del vicio, suspendido del extremo de una varilla, balanceaba su armazón azotada los vientos, sobre una puerta maciza y carcomida. Un corredor sucio que olía a muslo humano, daba sobre un patio en el que buscaban su comida algunos gallos y gallinas. Sobre la pared que servía de cerca y daba al lado oeste, se habían practicado minuciosamente varias aberturas cerradas por ventanas enrejadas. El musgo revestía ese cuerpo de edificio; que había sido, sin duda, un convento y servía en la actualidad, como el resto del edificio, de vivienda a todas esas mujeres que exhiben, día a día, a los que entran, el interior de sus vaginas a cambio de unas monedas. Yo estaba sobre un puente cuyos pilares se hundían en el agua cenagosa de un foso. Desde ese plano elevado, contemplaba aquella construcción en el campo, agobiada por la vejez y los mínimos detalles de su arquitectura interna. A veces, la reja de una ventana se abría rechinando, como por el impulso ascendente de una mano que violentaba la naturaleza del hierro; un hombre asomaba la cabeza por la abertura libre a medias, avanzaba los hombros sobre los que caía el yeso escamoso, y terminaba haciendo salir, mediante esa laboriosa extracción, su cuerpo cubierto de telarañas. Con las manos apoyadas a modo de corona sobre las inmundicias de toda clase que agobiaban el suelo con su peso, mientras la pierna permanecía todavía enganchada en la reja retorcida, recobraba su posición natural, e iba a enjuagar sus manos en una tina roja, cuya agua jabonosa había visto levantarse y caer a generaciones enteras, para alejarse después, lo más rápido posible, de esa calleja de arrabal, y respirar el aire puro en el centro de la ciudad.
Cuando el cliente se había alejado, una mujer desnuda salía del mismo modo, y se dirigía a la misma tina. Entonces los gallos y gallinas acudían en tropel desde diversos puntos del patio, atraídos por el olor seminal, la tiraban al suelo a pesar de sus vigorosos esfuerzos, pisoteaban la superficie de su cuerpo, y laceraban a picotazos los labios fláccidos de su tumefacta vagina. Los gallos y gallinas, con el buche satisfecho, retornaban a escarbar la hierba del patio; la mujer, a la que habían dejado limpia, se levantaba trémula, sembrada de heridas, como alguien que despierta de una pesadilla. Dejaba caer el estropajo que había traído para enjugar sus piernas; no teniendo ya necesidad de la tina común, se volvía a su madriguera del mismo modo que había salido, a la espera de otra sesión. ¡Ante ese espectáculo también yo quise penetrar en la casa!

Estaba por descender el puente cuando vi en el remate de un pilar esta inscripción en caracteres hebraicos: Caminante que pasas por este puente, no vayas a esa casa. Porque el crimen tiene allí su residencia junto con el vicio. Un día sus amigos esperaron en vano a un joven que había franqueado la puerta fatal.
La curiosidad fue más fuerte que el temor; al cabo de unos momentos, llegué hasta una ventanilla, cuya reja estaba formada por sólidos barrotes. Quise mirar al interior a través de ese espeso tamiz. Al principio no pude ver nada, pero no tardé en distinguir los objetos que estaban en la habitación oscura, gracias a los rayos del sol cuya luz declinante habría de desaparecer pronto en el horizonte. La primera y única cosa que llamó mi atención fue un palo rubio, compuesto de cometillas superpuestas que entraban unas en otras. ¡Ese palo tenía movimiento! ¡Andaba por la habitación! Daba unas sacudidas tan fuertes que el piso se bamboleaba. Con sus dos cabos producía enormes melladuras en la pared al modo de un ariete lanzado contra la puerta de una ciudad sitiada. Sus esfuerzos eran inútiles, los muros estaban construidos con piedra y cuando chocaba contra la pared lo veía encorvarse como una hoja de acero y rebotar como una pelota. ¡Por lo tanto ese palo no era de madera! Noté, además, que se enrollaba y desenrollaba fácilmente igual que una anguila. Aunque tenía la altura de un hombre no se mantenía erguido. A veces lo intentaba mostrando entonces uno de sus extremos delante de la reja de la ventanilla. Ejecutaba unos saltos impetuosos, y volvía a caer al suelo sin que el obstáculo cediera. Me puse a examinarlo con creciente atención hasta descubrir que era un cabello. Después de una lucha titánica con la materia que lo circundaba como una cárcel, fue a apoyarse en el lecho que había en la habitación, con la raíz descansando sobre una alfombra y la punta sobre la cabecera.
Tras unos instantes de silencio, durante los cuales percibí algunos sollozos entrecortados, alzó la voz y dijo así:
Mi amo me ha olvidado en este cuarto; no viene a buscarme. Se levantó de esta cama en la que estoy apoyado, peinó su perfumada cabellera sin reparar en que yo había caído al suelo. Con todo, de haberme él recogido, no habría yo encontrado sorprendente ese acto de elemental justicia. Me abandonó emparedado en esta habitación, después de haberse revolcado entre los brazos de una mujer. ¡Y qué mujer! Las sábanas todavía están húmedas de su cálido contacto y conservan en su desorden las huellas de una noche dedicada al amor…

Conde de Lautréamont


En la sala de lecturas del Infierno

En la sala de lecturas del Infierno En el club
de aficionados a la ciencia-ficción
En los patios escarchados En los dormitorios de tránsito
En los caminos de hielo Cuando ya todo parece más claro
Y cada instante es mejor y menos importante
Con un cigarrillo en la boca y con miedo A veces
los ojos verdes Y 26 años
Un servidor

Roberto Bolaño

El desierto de los niños

Nuestro primer sueño es una muchacha
-siempre una muchacha-
que camina por las calles de cristal
de la clínica donde nació.
Dossier de niños tiritando
de tanto viajar. Dossier de lunas en la ventana.
de parejas fugaces, utópicas,
besándose las manos.
Nuestro primer sueño es una muchacha, etcétera,
que camina por bodegones murmurando para sí misma
-la locura nos apartará del centroizzquierdismo,
la esperanza electriza a los más desesperados:
ideas retráctiles, suaves como la colección de fotos
que un adolescente guarda
para las improbables noches a campo libre,
pero que le ayudan.
Nuestro primer sueño es un horóscopo divertido, pesimista,
una muchacha leyendo el periódico
una tarde de verano,
las nubes que pasan por encimita del mar
(te creo, te creo, llueve interminablemente),
y otro que piensa: "la dureza de mi mirada"
mientras se lo sacude
después de mear sobre el muro.*

*Publicado en La zorra vuelve al gallinero Revista de Arte y Poesía, Número 2 México, primavera de 2000.




Bruno Montané y Roberto Bolaño

Primer poema de amor

Lo primero es sentir que me invade el silencio.
Huyeron las palabras, las brillantes ideas,
y apenas, niño mudo, te indico con el dedo
un pájaro, una brisa, o el día, tan hermoso.

...Al fin, querría hablarte de cosas verdaderas.
Contarte cómo he visto volar las golondrinas,
hablarte de las pocas ciudades que conozco,
de los grises pasillos de mi piso de infancia,
sacar sueños antiguos del arca, como trajes
que quedaron pequeños, abrir los gruesos libros
de neblinosas fotos, los cromos del recuerdo
de horizontes con sierras y de tardes lluviosas.
Porque eso es lo que soy, más bien que mis palabras:
una larga memoria, sonora y palpitante.

Y aunque apenas entiendo de las cosas del mundo,
tal vez pueda gustarte saber cómo es el tiempo
visto con otros ojos; y, además, es lo único
que saqué de mi vida: como el niño que vuelve
del campo, y que no trae nada que contar, sino
piedras y mariposas, y alguna lagartija...

Siempre sueño otra edad más fuerte y pura: claros
tiempos en que el poeta, sacerdotal, estuvo
en medio de los hombres, como fuente en la plaza,
con sus bueyes y viñas, su casa, rica en hijos;
sin que el traer la voz divina le arrancase
de sus hermanos, lejos, extraño y diferente.
Y me sabría igual que un pecado escribirte
de la luna, las lágrimas, el olvido y la ausencia.
Porque voy a llamarte para nombrarte esposa.

En la mano de Dios, como en una llanura
dos surcos que cobijan una sola semilla,
al sea nuestra vida. En el campo sin bordes,
cuando cae la tarde, con una brisa leve
de soledad y frío, los desamparos juntos
de nuestras almas corran, allá, hacia el horizonte...

¡Qué bien cabes, pequeña, dentro del corazón!
Tu pelo no está hecho de sombra ni misterio,
y si hay noche en tus ojos, es una noche amiga,
como de primavera, no abriéndose a la nada,
sino con el Señor palpitando en estrellas.
Bella tú como el día, pero aun más, vencedora
de la belleza, más allá de su tragedia,
de su cruel dilema que desgarra las cosas
y con su envenenada alusión de infinito
las hace pobres sombras de más alta belleza,
perfecta, pero única, sin nombres ya, de hielo.

Vienes primero tú, y después tu belleza
te sigue, natural comitiva; entre todo
tu racimo de dones es la luz que lo dora.
Yo ya te conocía del país de los sueños.
Tu aire de niña antigua, tu palidez de antaño,
de estarte pareciendo a tu madre y la mía
cuando fueran muchachas, me están diciendo ahora
que es cierto todo aquello presentido que yace
en el alma al nacer; que todo es ya sabido,
que Dios hace los sueños con esa misma mano
con que crea las cosas que podemos hallar.

Si eres verdad, es cierto todo lo que soñamos.
En medio de la huida de las cosas, en medio
de la duda y la niebla, y este nunca curable
terror a la asechanza de la desgracia ignota
que nos ahogaría de pronto sin remedio,
yo acabo de encontrar algo que nada puede
quitarme; el amor éste que te tengo y que irá,
hecho huella en el alma, hasta el mar de lo eterno,
como río que llega del país del dolor.

José María Valverde Del libro "La espera"

Promesa

No te preocupes
Querido niño ávido
Tendrás tu perro azul
Te lo prometo
Siempre que lo fabriquen.
Además
Te prometo un puro tiempo
para lanzar anillos de por vida
En la cercana sombra de los parques.

Stella Díaz Varín

La ventana de la existencia

Cuando la palabra no le mentía a la mente
Y no se movían las neuronas para la lengua
La salida del envase que te vio crecer
Se ha vuelto olvido.

El primer recuerdo olvidado
El primer olvidado recuerdo
Nos cegaron a nuestros tres nacimientos
La vida, la muerte y la memoria
Reloj que puede relegar su tercer brazo.

Tus hermanos que cayeron en los charcos
¿Vale la pena llorar por ellos?
Desechados en los líquidos níveo o escarlata.

Eso demuestra que somos tan asesinos
Que no pensamos en lo clepsidra del vientre.

En las manos impuras de Isis
A las corrosivas enfermedades
Al ansia de la vida por matar lo nuevo

Y borraste los sonidos rápidos también
Que hacían notar los cultivos del pecho
Que protegían el corazón y los pulmones

En verdad la primera vez se esfumó
Murió
Se botó
Se asesinó
Expiró
Se extinguió
Se suicidó
O nunca estuvo allí.

¿Dónde quedó esa infancia sin color?
Quiero mis primeros besos lascivos a la ubre
Esos abrazos novatos del amante
La caricia perdida de la raza

No recuerdo mi primer recuerdo
Olvido lo que todos olvidaron.
Desmond

Perros guardianes

Hermano aullido, hermano feto, hermana sangre
bisnieta enfermedad, desgracia en teja, aguarrás podrido
que bañas mi alma cuando sudas frío y ves hasta las huellas de dios
rompiendo en dos la línea maginot de la pared.
Hermano aullido, hermano feto, hermana sangre
aguarrás podrido a ustedes que son mis perros guardianes
los dientes floridos que me salvan del furor del rayo
encomiendo estas líneas estas canicas de barro
estos clavos que acompañan el oleaje aprisionado de mis ojos.
Hermano aullido, hermano feto, hermana sangre
bisnieta enfermedad, desgracia en teja, aguarrás podrido
que bañas mi alma cuando sudas frío y ves hasta las huellas de Dios
rompiendo en dos la línea maginot de la pared.
Odio la carroña, adoro la vida
conmigo se volvió loca la anatomía.
Soy todo corazón.



Mario Santiago Papasquiaro






El umbral del hacer infinito

Muchos van por la vía rosa sembrando señales marchitas;
ay ay de quienes callan y luego existen (o existir fingen);
los mayores secretos se extravían
con el naufragio existencial del hombre.
Algo de muerte tiene el silencio, y dentro del sarcófago la palabra yace
estéticamente encubierta tras sonrisas de humo,
el elixir del entorno estrujado, el clamor de los labios zurcidos,
poliedro coloreado de rojo-blanco/negro-rojo,
y la pócima indulgente que borra manchas de las manos;
todo se reduce a ese afónico misterio por quien se hiere y asesina:
el silencio de los que buscan la gloria antes de la muerte.
Se echan a volar verdades como palomas espantadas
que sobrevuelan las plazuelas de la razón y el absurdo
(donde el origen confluye con el extremo eviterno del cosmos)
rompen el aire con el buche vacío, ávido de utopías estelares,
aterrizando en medio de escombros/ nada, son lejanas ontologías!
ay ay sólo pillan las migajas que arroja doña mentira
y regresan henchidas a la mudez de su nido.
Empollados y envueltos en un cascarón de acero/
¡linaje degradante sin boca y sin verbo!
la humanidad emplumada se autoimpone la condena;
dentro del óvalo resuenan los ecos (algo semejante a la voz fracasada)
que chocan con sus frentes y giran giran ay ay y nada dicen.
Y se oye y se aprecia la quiebra en la curvatura…es él…el redentor
de las señales atadas, puño inflexible de la voz sin eco…es él
la criatura nada quietud y todo sentido…redentor atemporal de los élitros caídos,
ilegítimo miembro de una supuesta bandada que vuela y vuela y llega al mismo punto.
Porque es llama y maldición, revuelo, amalgama; hereje del declive del destino;
naviero a la deriva, en ola y en viento, más allá de lo numerosamente imaginable;
encendaja que arde con piel, con piel de polvo de aire y de árbol,
con la sangre que mana de los astros alegóricos;
con el tacto de la hoja crujiente o el llanto de los grillos cuando atracan la calma
y con el sabor de la monstruosidad tangible que se liba con un verso.
Va por ahí, desplegándose cual sombra en los brazos de la noche,
acarreando en los bolsillos nada más que fragmentos de sueño;
las palomas callan porque cargan con dulces falsedades/
que apetitosa y vomitiva fantasía!
más el niño segregado de la estática genealogía,
roba las migajas y las devuelve libertarias.
Que no enclaustra el idioma en las mazmorras de la inconsciencia
que del cieno forja otras tantas criaturas,
que con la tinta entre sus venas se desangra por las calles,
que lactó del seno tierno del albedrío ilimitado (claro pero nevado de espinas).
Y se le incrustó en el palpitante violeta como eclipse afilado
la saeta que el propio Eros dejó caer en un fatal descuido
haciéndole amar lo imposible…en aquel bendito principio,
cuando despertaron de su espectral letanía: la respuesta simple,
el enigma bajo las piedras, la boca abierta de la tierra, los azules y los verdéales,
la caricia infinita, el consuelo de los que ya no existen y de los que jamás lo quisieron,
el oráculo devastador ya pasado y ya presente,
la explosión del bufón incomprendido y su alarmante etiqueta,
la alegría miserable de una máscara,
la vibración del tiempo hecho camino entre el primer y último paso.
¡Ah, aquel bendito principio!
en cuanto supo que a centímetros fluía algún respiro notó su kilométrica soledad;
una tras otra sístole y diástole reventaban en el pecho mientras la testa danzaba desorbitada;
y no fue un instante: fue el cardio quien impuso la lírica decisión
gotas de azufre disparadas desde el cielo y lumínicas estalagmitas que enarboló la hondura
ni manos que esfumaran las notas del preludio
ni un cráneo sereno para extraerle el vaticinio
(pues esa es la perdición del hombre: tratar de adivinar y no armar su suerte);
fue el seductor motín de su esencia mortal: un refugio, un caos, una fuga…
idear planetas con letras desangradas
es el mañana del ayer y el hoy de los genios atormentados por sus obras.
Que no sea bardo, que no sea, piaron al unísono las incontables palomas,
será gestor de empapeladas pesadillas y delator de las blindadas confesiones,
arrojará pistas por la mente desierta y por la nada en que abunda el espíritu,
siendo el ave sin vuelo seguirá solo hasta el umbral en que se espera la desnudez del
universo,
con preguntas por almohada y angustia y sed y calvicie
procurará regresarle el extinto núcleo a la cáscara de todas las cosas.
Y bien, palomas:
quizás el silencio sea la vía obligada para sobrevivir al parricidio
pero la palabra es el glorioso portal hacia la inmortalidad del alma.

Esmeralda Rovinovic

Azul deshabitado

Y, ahora, recordando mi antiguo ser, los lugares que yo he habitado,
Y que aún ostentan mis sagrados pensamientos,
Comprendo que el sentido, el ruego con que toda soledad extraña
Nos sorprendeNo es más que la evidencia que de la tristeza humana queda.

O, también la luz de aquel que rompe su seguridad, su consecutiva
AtmósferaPara sentir cómo al retornar, todo su ser estalla dentro de un gran
Número,Y saber que “aún” existe que “aún” alienta y empobrece pasos en la tierra
Pero que está ahí absorto, igual sin dirección,
Solitario como una montaña diciendo la palabra entonces:
De modo que ningún hombre puede consolar al que así sufre:
Lo que él busca, aquellos por quienes él llora ahora,
Lo que ama, se ha ido también lejos, ¡alcanzándose!

Omar Cáceres

Placeres mórbidos



Impactada
Excitada e intrigada
Todo frente a ti
Erecciones en ascensores
Vinieron a mi mente entre el tic-tac
De-cadente
¿Apretarías el gatillo por diversión?

Creí conocerte
Saber quien eras
Incluso
Te había colocado en la sección “inofensivos”
Junto a las lechugas frescas

Te saco
Vamos al colchón en el suelo
Con licor barato
De fondo
Guitarras muertas por viajar como nos gusta.

Te vi
Entre el vomito y mis besos furtivos
En lo extremo
Lo escondido
Detrás de la puerta
Desgarrándote a mordisquitos
Sacándote el silencio de encima

Y tu dios voyerista que tirita por tres.

C. Vega

Fragmentos de una noche de verano

*Parte I: Amistades instantáneas
Abres el sobrecito que dice "amigos en polvo", le agregas algunas medidas de algún líquido -funciona mejor si el líquido contiene alcohol-, lo revuelves cuidadosamente y obtienes un vaso hasta el tope, los amigos instantáneos muchas veces sobrepasan la medida del vaso y salen a caminar por ahí, incluso se sientan a conversar contigo (algunos horas y horas), te abrazan y te piden el número de teléfono, te quieren sin saber mucho sobre ti, incluso te regalan sonrisas y, a la larga, se convierten en AMIGOS (con letras mayúsculas y enchuladas). ¿No me crees? el secreto no es buscar los sobres, sino disfrutar cuando los revuelves, los bebes y les permites convertirse en tus AMIGOS.
*Parte II: Johnny ¿qué?
El whisky es una bebida bastante rara, comúnmente nos ahogamos en un océano de cerveza o un mar de ron-cola (nos tenemos remedio). Pedir un whisky en una barra casi vacía te asegura algunas miradas curiosas de la gente cercana, muy poca gente pide un vaso de whisky, menos personas piden y se toman tres, pero existen. Curioso o no, beber alcohol puro desde un vaso grueso con cuatro hielos es un ritual bastante atractivo, con todas los gestos que "salen" cuando el líquido baja lentamente por tu garganta, quemando cada centímetro que recorre. "Te tomas uno de esos y quedai da´o wuelta".
*Parte III: Mil pulseras fluorescentes
Me siento irremediablemente atraída por las pulseritas fluorescentes, me fascina cuando acompañan a las personas en sus frenéticos bailes y cómo adornan sus muñecas, orejas, pantalones, sostenes (babas). Me fascina observar su brillo iluminando las mangas de mi chaqueta por dentro, dejando sus vivos colores en mi retina. Llegar a envidiar un collar de pulseritas ¡oh! esto no ha terminado.
*Parte IV: Chico-chica
Intentaba reconocer alguna cara familiar, no, no, no. En un lugar que está hasta el tope de gente nadie se fija en nadie, simplemente te dedicas a mover tus caderas despreocupadamente hacia un lado y hacia el otro. Por lo mismo es curioso que alguien despierte tu atención. Siento una fijación casi sexual por esas personas de apariencia ambigua, mujeres de cabello corto que utilizan su estilizado cuerpo en contorsiones bruscas, casi masculinas; y hombres de cabello largo atado en una coleta descuidada que acarician el aire a su alrededor con gestos delicados, gestos femeninos. El nene que me llamó la atención tenía un rostro precioso, su cabello hacía juego con todo su cuerpo, llevaba ropa ajustada y se movía suavemente, atrapaba las luces en sus ojos e inspiraba el deseo que los otros sudaban.
*Parte V: Cosillas caídas desde el cielo
No sabes nada del mundo hasta que no ves caer condones desde el cielo.
*Parte VI: La nena aburrida
Me acerqué a "meterle conversa" a la nena aburrida principalmente porque yo había estado en la misma situación. Mi intención nunca fue acercarme amorosamente a ella, simplemente pretendía alegrarle esos minutos que parecían aburrirle. Me pareció haberle sacado una media sonrisa. Me quedé sentada a su lado un buen rato, bailar siempre me agota. Cuando acabó la música la nena se levantó y se tiró a los brazos de otra muchacha que se acercaba desde la pista de baile, se besaron con pasión y yo les miraba desde mi lugar. Me sentí desbordada de alegría cuando las vi besarse y abrazarse de ese modo. Me alegré de verdad porque ella no estaba sola, solo un poco aburrida.
*Parte VII: Chichones, moretones, "chupones"
Obtienes un chichón si un perro se te cruza en el camino mientras intentas mantener el equilibrio luego de tomarte tres vasos de whisky. Te regalan un moretón cuando le desagradas a alguien y le provocas a propósito. Obtienes un "chupón" cuando le pides a un muchachito excitado que te marque, no olvides explicarle que las marcas en el cuerpo tienen cierta connotación sexual (así se asegura un buen obsequio de vuelta).

Pía Ahumada

Katarsyna

A Pía Ahumada
Esas cuencas esmeraldas
El piélago y el firmamento
Consiguieron separarse,
Moralista decisión por tus caídos
Que buscaban lo endeble de tu piel
Creada por ti misma para los hombres.


Sexo

Las ajenas marejadas llenaron
El centro de la tijera oxidada
Cuidadosamente cortabas
A la serpiente herida
Peligrosa musa tramposa
Escondías la navaja afilada.


Amistad

Tus hembras eran agiles pescadores
Que con sus brazos envolvían su presa
Sonaba el grito en el rincón de una casa.
Pero ellas eran frágiles como la bagatela.

El angelical cuerpo…

El angelical cuerpo que te sostiene
Clama la lluvia en los mares
Clama las burbujas en el cielo
Soporta el piélago y el firmamento

Dios le tiene miedo a tu danza
No sabe si abandonarte, no sabe…

Carpe diem

Los espejos en forma de ánfora
Se desnudan en la pared empañada
Que aguijonea a los reflejados
Pegados a tus duros zancos
Sobre sus pechos egocéntricos
Aplastando la risa pavoneada,
Conforme esperas en la orilla
El beso de la barca de Caronte.

Desmond

Poema Whitmaníaco

Nosotros niños, nosotros
Colegiales,
Chicas de América
Obreros, estudiantes
Dominados por la lujuria

Allen Ginsberg

Esta época instruida

Esta época instruida
Se tira pedos
Esta época instruida
Camino despacio
Esta época instruida
Se acuerda de sus abuelas
Esta época instruida
Toma diuréticos, presión arterial alta,
Vigila la sal y el azúcar
Esta época instruida come menos carne, algunos
Hace una década que dejaron de fumar
Unos dejan el café, otros lo toman fuerte
Esta época instruida presenció
Los funerales de sus mejores amigos, llamó a
Hijas y nietas por teléfono
Unos conducen, otros no, unos cocinan,
Otros no
Esta época instruida
A menudo
No dice nada.

Allen Ginsberg

La terrible infancia

La primera mirada hacia la infancia hace surgir en el espejo encantado de la memoria el reino de la edad de oro, el paraíso perdido en donde llegan las voces que siempre deben escuchar aquellos que no tienen patria en el tiempo. El niño se vuelve prototipo de una condición inocente y primitiva que si se recuperara bastaría para ordenar el mundo en un diverso sentido del que la antropófaga lucha por la existencia le señala: recordemos el final del fellinesco "8 1/2", en donde el protagonista, de nuevo niño, vestido de blanco, al compás de una melancólica y festiva tocata, va dirigiendo a una feliz ronda a los otrora angustiados personajes.
Pero una segunda mirada descubre una imagen que suele permanecer escondida (porque el hombre necesita sueños y mitos para sobrellevar su vida cotidiana): que la infancia no es sólo el dominio de la pureza, sino que también allí los ángeles de las tinieblas extienden sus alas. Se ha dicho que la maldad está incluso en el átomo. Y uno de los testimonios que iluminan más claramente esta zona secreta infantil es un libro que termino de releer en una nueva edición española: Un ciclón en Jamaica, de Richard Hughes, especie de cuento de hadas, de terror, narrado por este extraño autor que en este mundo de la prisa demora veinte años en escribir una novela. Una novela en la que unos niños del siglo pasado, enviados en un velero de Jamaica a Inglaterra, sienten más pensar por la suerte de un gato favorito que por la separación de sus padres, y que –raptados por unos piratas pasan a transformarse en dueños del barco, hasta que al fin una niña del grupo comete un crimen por el cual ahorcan a los inocentes lobos de mar. Porque los adultos no comprenden a los niños, están separados de ellos por murallas de vidrio. El código de los mayores resulta incomprensible para los infantes. Ellos se someten a su propio código, secreto y despiadado, creado por sus coetáneos provistos de fuerza o de astucia, al que deben someterse los débiles y los tímidos. Todos hemos conocido en el colegio a esas víctimas condenadas a quedar solas en la sala de clase o a arrinconarse medrosas en un ángulo del patio durante los recreos: no


sólo los tímidos, los humildes, los débiles, sino los lisiados, los poseedores de cualquier defecto físico.
Es por eso que siempre hemos considerado con escepticismo los esfuerzos de los pedagogos que luchan por proscribir los elementos de violencia o terror en los cuentos para niños, reemplazándolos por cuentos blancos que no son tan apetecidos, porque –claro está– no tocan los más oscuros sentimientos de los niños, los más profundos también. Difícil será, asimismo, que toda campaña pacifista imaginable pueda suprimir el amor infantil por la fanfarria, los uniformes, las armas.
Sí, es preciso dudar ante la tentación de reconstruir o regresar al placentero reino de la infancia. También hay en él zonas negras, pantanos en donde no nos gustaría sumergirnos. De ellos hay buenos descriptores literarios. No está sólo, por cierto, Richard Hughes con su Ciclón en Jamaica. Para terminar este artículo con la seriedad que se le exige en nuestro acucioso medio a un investigador de la ya mentada "zona negra de la infancia", entrego una breve bibliografía del tema: El Señor de las Moscas, de Golding, con los correctos escolares ingleses que en una isla desierta vuelven al salvajismo (reverso del idilio de Dos años de vacaciones, de Julio Verne); Ray Bradbury con sus niños que crean leones que devoran en la TV a sus padres o se alían con los invasores de otros mundos; Vargas Llosa y el mundo concentracionario de La Ciudad y los Perros, naturalmente Jean Cocteau y Saki, y para finalizar, Leonora Carrington, la hechicera cuyos prohibidos sueños de Conejos Blancos nos entregara Braulio Arenas en una de sus casi secretas ediciones de hace algunos años.
Jorge Teillier
En Las Últimas Noticias, Santiago (13.11.1965), p.4.

Editorial

Recuerdos algo sumamente extraño para el ser humano, tan extraño que nace en nuestras mentes sin un lenguaje, incluso nos preguntamos ¿Será el lenguaje correcto que ocupamos? Será necesario buscar en el fondo de esa caverna o túnel esa cosa que un día tuvimos y que ahora es tan codiciado, que seres más raros somos, las personas nos dicen que miremos el futuro pero a cambio buscamos lo que perdimos en el camino, pero somos obligados a guiarnos por eso perdido, por eso desconocido, que nos asusta, que nos hace recordar…. ¡Ven! Allí esta de nuevo, ansiamos tenerlo junto a nosotros pero al mismo tiempo alejarlo, no queremos subir el cerro que subía Miguel Serrano en su infancia, el pueblo al que siempre regreso Jorge Teillier. Oh patria mía, porque le diste la fuerza a Cronos (“O a otro dios”) de expatriarme, es él, es ella POESIA!!!! , POESIA!!!! Ayúdame a recuperar lo perdido, déjame romper la muralla de vidrio, o sólo mirar por un instante, quiero saborear en mis labios el primer trago de vino, la primera lectura ajena, el comienzo del límite, los límites, ese límite. Es curioso señalar que en la víspera de nuestro nacimiento las cosas parecían nuevas a nuestras perspectivas, soñamos con eso, un sueño que es amenazado por los eones, por las continuas amenazas del medio, el obligar a crecer, ¿Cuestionamos esto? Preguntamos ¿Para qué crecer? Esto no es una apología de la infancia, de la inocencia en su aspecto más puro, no, esto es reconocer en ella su valor y sus dificultades, el pasado (pecando de ubi sunt) no siempre ha sido el mejor pero su valor radica en vivirlo en inocencia, la literatura se inflige golpeando sus miembros, llorando por volver, en Juan Ramón Jiménez la primera poesía se le adviene desnuda, ¡desnuda! (condénenlo) luego con ropas extravagantes, y como en un círculo, desnuda, ¡Gracia de las Gracias! Que tormento para las nuevas generaciones el vivir la poesía desnuda, honesta, que sus ojos acostumbrados al tosco cuerpo sicalíptico se queden aquella tarde de la quinta estación mirando como la primavera cae en el jardín donde juegan los niños como llamados a salir de Hamelín.